¿Alguna vez te ha tocado recibir a un invitado especial en casa? Probablemente preparas una deliciosa cena, limpias, ordenas, sacas la vajilla nueva, los cubiertos de plata, mandas a los niños a ducharse, la familia completa viste de gala en honor al agasajado. Piensa por un instante, ¿cuál sería tu actitud si el invitado a cenar es Jesús de Nazaret?
“El que me recibe a mí, recibe al que me envió”, dijo Jesús (Mateo 10:40 LBLA). Quien no conoce a Cristo anda errante e inseguro, con frecuencia cae cual conejillo en los cepos de Satanás, luego se consume la vida intentando salir del hoyo donde lo entrampó con sus mentiras y una vez que cree estar libre, un nuevo engaño del enemigo lo inmoviliza y, derribado, desciende nuevamente al vacío. Eso me sucedió a mí, pasé años cosiendo y descosiendo el mismo camisón, me auto compadecía, la depresión era mi compañera habitual, sentía lo mismo si todo marchaba bien o andaba mal, nada llenaba ese vacío espiritual; muchas veces llegué a preguntarme si la vida se resumía en ensayar y errar hasta morir sin propósito alguno.
Felizmente, la misericordia de Dios me alcanzó y recibí una invitación especial para conocer al Salvador. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). Al oír la voz del Señor, abrí de par en par las puertas de mi corazón, le di la bienvenida, lo recibí con honores; sacudí la telaraña incrustada en las paredes de mi alma, compré flores, usé el mejor mantel y serví la mesa. Mi corazón se infló como un globo en su presencia. Lo sorprendente fue que mi invitado, el rey de los siglos, el inmortal, el invisible, el único y sabio, el mismísimo Dios, llegó con un vestido nuevo para mí; me llamó hija; como la niña de sus ojos me arrulló en su regazo; lavó con su sangre mis pecados; sanó todas las lesiones que me ocasioné al caer reiteradamente en las trampas del diablo; y me dijo: ¡sígueme!
En palabras bíblicas, Dios convirtió mi lamento en danza; me quitó la ropa de luto y me vistió de fiesta, para que le cante y le glorifique, y no me quede callada (Salmos 30:11-12). Mi vida no ha vuelto a ser la misma, hoy soy un ser humano feliz y con el firme propósito de llevarte a ti a los pies de Jesús. Él es el puente que nos conduce al Padre. Él va como poderoso gigante al frente y nos muestra las trampas del cazador. En una alegoría dijo que Él es el buen Pastor. El buen Pastor da su vida en sacrificio por las ovejas, a cada una llama por su nombre y ellas lo siguen porque conocen su voz (Juan 10:11).
Cuando Cristo visitó la casa de Pedro, vio que su suegra estaba postrada en cama con fiebre, le tocó la mano y la sanó. Luego ella se levantó y comenzó a servirle. Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados y con su Palabra echó fuera a los espíritus y sanó a todos los enfermos (Mateo 8:14-17).
Este corto pasaje nos enseña la actitud que debemos tener para con el Señor cuando entra en nuestros hogares y corazones. Jesús viene a sanar las enfermedades físicas y espirituales, nosotros debemos servirle como lo hizo la suegra de Pedro e invitar a nuestros familiares, amigos, vecinos y a toda alma a sus pies. Si quieres saber más sobre la Palabra de Dios, sígueme en mis redes:lilivivelapalabra.wordpress.com/www.facebook.com/reflexionesvivelapalabra/ twitter.com/lili15daymar