La pandemia empezó hace casi dos años. Hubo una época, que casi cuesta recordar a estas alturas, en los que no vivíamos rodeados de mascarillas, temerosos de contagiarnos o haciendo cola para hacernos una prueba para detectar un virus. Muy pocos creíamos, cuando todo esto empezó, que a principios del 2022 seguiríamos así, pero aquí seguimos.
Durante el último mes y medio, la pandemia ha cambiado. Ómicron, la enésima variante del virus, es según muchos más expertos uno de los patógenos más contagiosos que conocemos. Es increíblemente fácil pasar la enfermedad a otras personas, y lo que es peor, esta variante parece infectar con mucha facilidad a aquellos que ya habían sufrido COVID o que están vacunados.
Estamos hartos. No es para menos.
La buena noticia, tras meses y meses de pandemia, es que hay una manera sencilla de acabar con este ciclo. Es fácil, es gratuito, no duele apenas y está accesible a todo el mundo en el estado, sin necesidad de llamar por teléfono, conseguir una cita o tener seguro médico. Lo único necesario es vacunarse, y ponerse una dosis de refuerzo cuando antes mejor.
Aunque es cierto que las vacunas contra el coronavirus no evitan las infecciones con ómicron, lo que si hacen es convertir una infección peligrosa y potencialmente letal en un incordio. Contraer COVID tras recibir la vacuna convierte una enfermedad que enviaba un elevado porcentaje de sus víctimas al hospital en un catarro o gripe especialmente molesto. Nada agradable, desde luego, pero algo con lo que casi todos podemos convivir.
Se ha hablado mucho de que ómicron es menos peligrosa que las variantes anteriores, pero para los no-vacunados eso dista mucho de ser un consuelo. Para empezar, los no-vacunados tienen una probabilidad mucho más alta de contagiarse; las estimaciones varían, pero en Nueva York hablan de cinco o seis veces más. Una vez contagiado, es mucho más probable que el virus te envía al hospital – unas catorce veces más.
Las cifras son aún más favorables para las vacunas tras recibir una tercera dosis de refuerzo. Con ella, la probabilidad de infectarse se reduce considerablemente, y la de hospitalización, en el improbable caso de contagio, se reduce aún más. Alguien con tres dosis, si goza de buena salud, puede hacer vida casi completamente normal, sin prestar demasiada atención al virus. Quizás deba seguir llevando máscara en interiores, porque nadie quiere pillar la clase de catarro monumental que te puede dar el coronavirus en un mal día, pero el temor de acabar en cuidados intensivos es cosa del pasado.
Más allá de la protección que la vacuna te da individualmente, el factor más importante es que tu vacuna también protege a otros. Una enfermedad infecciosa es peligrosa no sólo para quien la sufre, sino para quienes le rodean. Quizás el riesgo de acabar en el hospital por COVID, si estoy infectado, es relativamente bajo (sobre un 10%, para aquellos con síntomas), pero es mucho más elevado una vez empieza a propagarse. Ómicron puede contagiar, de media, de cinco a diez personas por cada persona infectada (es muy contagiosa); esto quiere decir que la probabilidad de que alguien acabe en el hospital será cinco o diez veces mayor.
Las vacunas, especialmente tras la dosis de refuerzo, reducen dramáticamente el riesgo de infección, y eso quiere decir que el riego para nuestros familiares, amigos, la gente de nuestra calle, nuestro barrio, es mucho menor. Más importante, nuestra vacuna es especialmente importante para proteger a aquellos que reciben menos protección de estas – nuestros mayores, o aquellos con un sistema inmunológico débil.
No voy a negar que vacunarse puede ser un incordio. Aunque son increíblemente efectivas y completamente gratuitas, a veces provocan algunos efectos secundarios (cansancio, un poco de fiebre) tras la inyección. Todos estamos ocupados, y quizás puede que sea difícil tomarse un rato libre para ir a vacunarse, o un día libre para sacarse de encima estos efectos secundarios el día después. No todos tenemos un trabajo que nos deje tomar un día libre, al fin y al cabo.
La alternativa, sin embargo, es el riesgo (y muy elevado estos días) de enfermar, y no cumplir con nuestra responsabilidad de proteger a quienes nos rodean.
Vacunaros. Poneros un refuerzo. Y cuidaros mucho ahí fuera.
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* Por Roger Senserrich, Communications Director Working Families Party, Connecticut