En Puerto Rico en días recientes han ocurrido actos aborrecibles, condenables y repudiables. En estos momentos angustiosos que vivimos, nos entristece el asesinato de dos jóvenes puertorriqueñas. Tragedias sin sentido.
Desgraciadamente en el Puerto Rico de siempre la violencia ha sido cotidiana. Esta no es una modalidad reciente en la historia de nuestra nación. En el pasado la violencia se ignoraba mucho más y esos actos brutales y detestables eran en ocasiones hasta justificados. Aclaro, que yo no excuso ni defiendo la barbarie del presente ni del pasado.
La violencia es definida como el uso excesivo de la fuerza física, moral o emocional para obligarnos a hacer algo en contra de nuestra voluntad.
Está presente en nuestro diario vivir, no pasa un día en que no estemos expuestos a esta, directa o indirectamente. Tiene diferentes grados de intensidad y en muchas ocasiones se proyecta con una sutileza casi imperceptible especialmente cuando se trata de violencia emocional.
Entendemos que la violencia engendra violencia. Pero para poder comprender el problema cabalmente tenemos que ampliar la visión que se tiene de lo que es violento.
En Puerto Rico la pobreza, aunque nos arranque el corazón, es una realidad innegable. La mayoría de la población depende de subsidios gubernamentales para poder alimentarse. El desempleo está en los niveles más altos. Los servicios de salud y la educación pública están sumidas en un deterioro alarmante. La drogadicción aumenta, la población envejece y un alto promedio de puertorriqueños emigran ya que las condiciones en el país son intolerables. Las vías de comunicación están deterioradas, los servicios básicos (electricidad y agua) son costosos y deficientes. La deuda gubernamental está en los billones de dólares y los impuestos gubernamentales son asfixiantes. El costo de vida es altísimo y no se perfilan reducciones ni alivios a través de una abandonada agricultura. Los suicidios, el alcoholismo y las enfermedades mentales van en una incontrolable espiral ascendente. Las pensiones de los retirados están a punto de ser reducidas. Tenemos una Junta Fiscal, impuesta por el gobierno de EEUUAA, que a la vez nos impone a los puertorriqueños lo que le venga en gana para satisfacer a los prestamistas extranjeros. Las diferencias entre ricos y pobres son cada vez mayores.
Todo lo anterior es violencia, aunque no la percibamos como tal.
Como si esto fuera poco, en los pasados tres años, hemos tenido los efectos devastadores de dos poderosos huracanes, de terremotos y ahora de una aterradora pandemia mundial. Todo eso lo vivimos y lo sentimos. Reconocemos la vulnerabilidad de la vida, pero todas estas calamidades desembocan en frustraciones y grandes trastornos. En la historia de la humanidad estas grandes crisis generan complejos traumas que convergen en actos de violencia ya sean estos individuales o colectivos.
El mundo entero esta convulsionando y son pocos los que entienden lo que ocurre.
¿Qué explicación tiene todo esto que surge como combustión espontánea de la sinrazón?
Continuamente afirmamos que la violencia engendra violencia y sabemos que esta tiene diferentes vestiduras. Aprendemos por imitación, somos producto de lo legado por nuestros antepasados. Nuestras familias, la comunidad entera establecían los mores de conducta, los patrones de comportamiento. El mundo aparentemente ha cambiado mucho pero el aprendizaje social y moral, aunque parezca diferente es similar al de siempre.
Hoy vivimos en momentos difíciles que cambian con rapidez. Vivimos al borde del precipicio y no reconocemos el abismo. Creemos que la salvación proviene de la magia mitológica o de los “bondades” de los que intentan destruirnos. Vivimos esperando un futuro que nunca llega. Todo eso es violencia.
El no poder enviar a tus hijos a la escuela, no tener ingresos para pagar la renta o para que los niños se alimenten: es violento. Cuando pasan los meses y no puedes hablar con tus queridos viejos o tus vecinos: es violento. Cuando no tienes donde dormir o ves cuando tus hijos, buscando la imaginada utopía, se despiden sin saber si los vuelves a ver: es violento.
La violencia no se limita a un desastre ecológico o a un asesinato. Puede ser que se trate de la desintegración de la dignidad del ser humano o el agobio de la incertidumbre. Demasiadas veces es la burla de “líderes” que le exigen sacrificios a un pueblo oprimido mientras le otorgan jugosos contratos a incompetentes y corruptos, importándole muy poco las necesidades del pueblo. Violencia es la mentira y el engaño a que los supuestos líderes de Puerto Rico nos tienen acostumbrados.
Aún la no violencia, la de Ghandi y Luther King es una protesta a la injusticia, pero es una acción poderosa donde se resiste al uso de la fuerza física, pero donde los que resisten tienen que utilizar toda su fuerza emocional para ser efectivos en lo que se proponen.
Esos dos reconocidos pacifistas, creían que en ciertas situaciones se justificaba la violencia para enfrentarse a ese mal monstruoso de la inequidad. Aún Jesucristo se violentó cuando en un momento dado tuvo que expulsar a los mercaderes del templo.
Todo lo señalado es la sintomatología de una sociedad gravemente enferma, una nación abusada y reprimida que está al borde de un estallido de más violencia, quizás por los cientos de años de represión, sin poder entender las verdaderas causas y sin bregar con estas.
Las prioridades en esta sociedad no la dictan los que las necesitan, la imponen los que al final del año suman sus ganancias. Esas son las metas de los inmorales y esa es la otra máscara de la violencia de la cual nadie quiere hablar.
Espero que con el transcurrir del tiempo no pasemos la página y olvidemos una vez más nuestra historia. Espero que no se repita otro de esos aborrecibles actos para hacer las mismas protestas y reportajes.
Espero no tener que volver a buscar respuestas a lo que ya sabemos.
Lo que tenemos que hacer es desenmascarar las verdaderas causas de la violencia y comenzar a cambiarlas.
Ahora.