Desde niños nos han enseñado a exhibir el éxito y a esconder los fracasos. Tendemos a avergonzarnos de nuestras derrotas negándonos la oportunidad de aprender de ellas. La victoria siempre llega después de los fracasos. Cuando las cosas salen mal no es el momento para rendirnos o echarnos a llorar, quizás sea lo mejor que nos ha podido suceder. Debemos ver los fracasos como una gran oportunidad para renovar las estrategias, salir de la zona de comodidad, virar en otra dirección e ir tras nuevos desafíos con el fin de alcanzar nuestras metas.
Hace tiempo me tocó vivir junto a mi familia una durísima situación. Mi esposo fue despedido de su trabajo y al principio lo vimos como algo terrible, no es nada fácil encontrarse de la noche a la mañana sin la remuneración necesaria para sostenerse. Sin embargo, ahora lo vemos como una bendición, porque gracias a esa coyuntura mi esposo inició un negocio propio que le da libertad financiera y tiempo para compartir con la familia y servir al Señor.
No cabe duda de que a todos nos tocará cruzar el valle de sombra de muerte que describe el Salmo 23: perderemos empleos, nos enfermaremos, nos divorciaremos, alguien nos traicionará, nos rechazarán, enviudaremos, sufriremos injusticias, sepultaremos a nuestros seres queridos. El fracaso es parte de la vida. Jesús dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Estas palabras nos animan a seguir adelante firmes en la fe y convencidos de que de esa oscura senda saldremos más fuertes y renovados.
Cristo murió en una cruz. Sus discípulos llegaron a pensar que nada había valido la pena. Toda esperanza se había extinguido con su muerte. Lo que ellos consideraron un rotundo fracaso para Jesús fue la victoria. Con su resurrección demostró su autoridad sobre la muerte, el pecado y sobre los poderes del infierno.
La victoria requiere de valor y visión ante los retos más duros. Jesucristo soportó su sufrimiento porque no perdió de vista su propósito: “Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Juan 18:37 LBLA). Antes de exhalar su último aliento, Él dijo: “Consumado es” (Juan 19:30). Jesucristo acabó lo que vino a hacer a este mundo y delegó a sus discípulos la gran comisión de extender su reino hasta su regreso: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21).
Después de su muerte se desató una gran persecución en contra de sus seguidores. Muchos de ellos, forzados a salir de Jerusalén, se establecieron en varias ciudades gentiles desde donde anunciaron el evangelio y un gran número de personas se convirtieron al cristianismo (Hechos 8:1). Las persecuciones fueron la pólvora que expandió rápidamente la iglesia de Jesucristo.
Siempre vendrán los problemas a nuestra vida, lo importante es la actitud que tengamos para enfrentarlos. Encarcelado, con sus ilusiones rotas y sus planes frustrados, a punto de morir, el apóstol Pablo declaró: “Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Corintios 4:8-9).
Cuando piensas que todo acabó es cuando Dios apenas empieza. Siempre y cuando estés enfocado en Cristo ningún fracaso te impedirá alcanzar los sueños que Dios sembró en tu corazón. Al final, mirarás atrás y dirás con gran satisfacción: valió la pena el esfuerzo, las lágrimas y el sacrificio, porque en Cristo soy más que vencedor (Romanos 8:37).
ORA LA PALABRA
“Sabemos que Dios va preparando todo para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo con su plan” (Romanos 8:28 TLA).
Padre, tú eres mi refugio y fortaleza, mi pronto auxilio en las tribulaciones. Por lo tanto, ¡no temeré! (Salmos 46:1). Gracias por tu promesa de hacer que todas las cosas que me suceden me ayuden a bien. No permitas que me quede en el lugar donde me encuentro, ayúdame a superar los fracasos y a llegar a donde tú quieres que llegue. Concédeme la sabiduría de tu Santo Espíritu para tomar decisiones de acuerdo con tu voluntad. Desarraiga de mi mente toda pereza espiritual y falta de fe. Y cumple tus soberanos propósitos en mí. Te lo pido en el nombre de tu Hijo amado Jesucristo.
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