Este pasado martes, en un distrito en el sur de Texas, dos candidatos disputaban la segunda vuelta en las primarias para ser candidato al congreso. Por un lado, teníamos a Henry Cuellar, representante de ese distrito desde hace casi 16 años. Su oponente era Jessica Cisneros, una joven abogada progresista de Laredo.
Cuellar es miembro de un grupo mal llamado the unbreakable nine, o los “nueve irrompibles”, una facción dentro del partido demócrata en la cámara de representantes que buscan solucionar los problemas de los votantes de manera pragmática y buscando consensos entre ambos partidos. Cuellar suele alardear sobre su realismo político, sobre cómo rehúye las peleas ideológicas y las ideas radicales de sus compañeros de filas.
La historia de Cuellar y sus “irrompibles”, sin embargo, tiene un pequeño inconveniente: no han arreglado gran cosa, y llevan los dos últimos años enzarzados en hoscas y desagradables peleas ideológicas con sus propios compañeros de partido. Si algo han conseguido hacer, es bloquear la agenda de Joe Biden en el congreso, retrasando o hundiendo leyes sobre medio ambiente, cambio climático, derechos laborales, educación, o sanidad.
Cuellar es, además, un oponente furibundo de cualquier clase de legislación para controlar la venta de armas de fuego, y está en contra del derecho al aborto.
Dado que Cuellar no sólo es uno de los responsables de hundir gran parte de la agenda del presidente en el Congreso, sino que además está completamente en contra de la línea del partido dos de los temas más importantes este ciclo electoral, uno se esperaría que los líderes del partido demócrata estuvieran buscando alguna manera de sacárselo de encima. Nada más lejos de la realidad. El mismo día en que un tiroteo en una escuela en el mismo Texas segaba la vida de dos decenas de inocentes, con el supremo a punto de permitir la ilegalización del aborto en medio país, Nancy Pelosi, el comité nacional demócrata, y todo el establishment del partido se estaba volcando a favor de Cuellar, haciendo todo lo posible para que ganara las primarias y siguiera en su puesto.
Es decir: dada la elección entre una candidata joven, progresista, que apoya la agenda del presidente y los valores del partido y un tipo que se ha pasado dos años torpedeando esa misma agenda y votando en contra de todo, el partido demócrata prefiere que gane lo segundo.
Cuellar no es alguien pragmático ni moderado. Es una criatura típica de la mal llamada facción centrista del partido, alguien que confunde la inacción y el miedo a aprobar cualquier cosa con ser “responsable” y “realista”. La prioridad para ellos no es solucionar problemas, es “buscar consensos”, que es la forma educada de decir “hacer felices a las empresas y donantes millonarios que han pagado tus campañas” y “no molestar a nadie con poder”. Esta clase de actitudes solían ser cosa sólo de centristas, pero parece que ha empezado a contagiarse entre los líderes del partido.
Esto es un desastre, y algo que tendrá consecuencias funestas para millones de americanos. Cada punto de la agenda política del partido que no sale adelante tiene unas consecuencias directas para la clase trabajadora. Salario mínimo, medio ambiente, guarderías, salud, educación; cada vez que los líderes demócratas le ríen las gracias a alguien como Cuellar para parecer “moderados” o “pragmáticos” lo que están haciendo es empeorar las vidas de sus propios votantes. El partido, ahora mismo, parece operar bajo la extraña idea que la mejor manera de ganar elecciones es no hacer nada y pedir que les demos un premio por ser así de sensatos. Es desesperante.
La historia de Cuellar y Cisneros, por fortuna, quizás acabe con una buena noticia. A pesar de los millones de dólares gastados para proteger a alguien que hecho de la inoperancia su seña de identidad, los votantes de Texas no han mordido el anzuelo. Cuando escribo estas líneas, ambos candidatos prácticamente empatados y van camino de un recuento. En el resto del país, otros candidatos “moderados” inexplicablemente apoyados por los líderes del partido han caído derrotados ya.
Quizás el establishment demócrata tenga miedo a actuar o arreglar nada. Sus votantes de primarias, no obstante, sí quieren cambios.