Hace 2000 años, Jesucristo, el Hijo de Dios, entregó Su vida en una cruz para salvar a los pecadores, y al tercer día se levantó de entre los muertos. ¡Cristo vive! Y está sentado a la diestra de Dios, rogando por nosotros (Rom. 8:34).
Cada año los creyentes de todo el mundo celebramos la Pascua. Un tiempo donde recordamos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Porque “Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado” (1 Cor. 5:7). Y nosotros celebramos, porque Él venció la muerte y el pecado y por medio de Su sangre alcanzamos salvación y vida eterna.
Todos los seres humanos nacemos en pecado y esta condición nos aleja de Dios. “Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios” (Ro. 3:23), dice el apóstol Pablo. Esto quiere decir que por nuestra propia cuenta no tenemos posibilidad de acercarnos a Dios. Únicamente por la fe en Jesucristo, Dios nos justifica y nos da entrada a Su reino (Rom 3:28). Este es un regalo maravilloso e inmerecido.
¿Cuáles son los beneficios de este regalo?
Tenemos paz con Dios
No se trata de una sensación interior de calma y serenidad, sino una realidad objetiva. El primer resultado de la justificación es que nuestra guerra con Dios terminó para siempre. En otras palabras, éramos enemigos de Dios por causa de nuestros pecados, pero ahora nos hemos reconciliado con Él por medio de la muerte y resurrección de Su Hijo Jesucristo y hemos obtenido la salvación de nuestras almas y la vida eterna (Rom. 5:1).
Estamos firmes y seguros de nuestra salvación
Esto se refiere a la posición permanente que tenemos los creyentes en la gracia de Dios. Pues, por medio de la fe en Cristo podemos acercarnos a Dios para gozar de su favor, y estamos firmes, y nos gloriamos con la esperanza de tener parte en la gloria de Dios (Rom. 5:2). Gracias a la sangre de Jesús, hoy podemos acerquémonos con confianza a nuestro Dios amoroso para que Él tenga misericordia de nosotros y en su bondad nos ayude en la hora de necesidad (Heb. 4:16).
Vivimos con la esperanza de la gloria venidera
Nuestro destino final es participar de la gloria de Dios. Esta es una esperanza segura, porque Cristo mismo lo prometió. Él dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Jn. 11:25-26 NVI). Qué hermosa realidad: ¡Cristo vive! ¡¡¡Aleluya!!!
¡Feliz domingo de resurrección!
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