La primera vez que un carey emergió de las santas aguas del Caribe y arrastró sus espléndidas 100 o 200 libras por las cálidas arenas de Rincón para poner huevos y que continuaran creciendo las ramas del árbol de la vida, no había allí condominio alguno.
No había siquiera Rincón, que fue fundado en 1771. Ni Puerto Rico, el nombre que le pusieron los españoles 28 años después de llegar en 1493, tras haberla llamado San Juan Bautista hasta 1521. Tampoco Borikén, como la conocían los taínos, de los que hay indicios de que estuvieron aquí casi 6,000 años antes que los españoles.
De hecho, el Caribe no era el Caribe, sino un brioso mar, suntuoso y anónimo, esperando que aconteciera la historia que cabalgando el horizonte venía desde Europa a bautizarlo.
Dicho más claro, no había en aquel tiempo más lejano que una estrella taínos, españoles, africanos, criollos, ni americanos, que llaman a esta isla su posesión desde 1898. ¡No había seres humanos, que tienen, según se cree, 200,000 años, muchos, muchos menos que las tortugas marinas como los careyes, han estado en la tierra por más de 100 millones de años!
La isla que hoy llamamos Puerto Rico tiene unos 150 millones de años. Cuando llegó el primer carey, era una doncella recién nacida de un volcán. Si algún humano la visitó entonces, ese humano no dejó rastros que se hayan encontrado. Era un terruño virgen, impoluto, una piedra preciosa que después deslumbró a tantos, a la que más de uno con el paso de los siglos llamó “la Perla del Caribe”.
A llegar el primer carey, hizo lo que ha seguido haciendo por millones de años, en playas de muchísimos países: nidos en la arena, para poner sus huevos, más de cien a veces. Cerca de dos meses después, de los huevos salen las tortuguitas, que se desplazan al mar con el paso gracioso y atolondrado de las hormigas.
No se recomienda que la gente se acerque cuando eso pasa. Pero algunos que lo han visto dicen que lloran de lo maravilloso del espectáculo. Es el palpitar de la vida, que tiene más dimensiones que uvas un ramillete. Se ve, en el hipnotizante espectáculo de las tortuguitas volviendo al mar después de ocupar la playa por apenas unas semanas, el balance que nos ha permitido disfrutar del planeta por millones y millones de años.
Con el paso de los años, a los careyes y otras especies se le complicó la vida en gran manera. El paraíso de antes se desintegró. Las tierras y las costas empezaron a poblarse de gente y los mares de barcos y de otros aparatos. Se llenó el planeta de una especie, la humana, que se siente con el derecho de explotar todo lo que tiene a alrededor, a menudo sin consideración alguna por las demás especies con las que le conviene compartir la tierra. Del carey codició la carne y el caparazón.
Las construcciones y la erosión en las costas y la contaminación lumínica, que les es fatal porque en la luz les cuesta orientarse, enrarecieron también su simple vida. Poco a poco, se fue quedando sin hábitat. Hace más de veinte años, está en peligro de extinción. Convenios internacionales obligan a protegerla.
Lo que no pudieron millones de años de historia, está a punto de lograrlo la rapacidad de una especie, la humana, que nunca ha aprendido a compartir el espacio con nadie más.
Hace unos días, se ve la consecuencia de eso en Puerto Rico con una claridad que deslumbra y que hiere. Millones de años después de que llegara a Rincón el primer carey, hace tres semanas llegó otro. Quiso anidar donde sus infinitos ancestros.
Se encontró con un inconveniente. Los dueños de un condominio en Rincón, llamado Sol y Playa, que quieren construir una piscina a pasos de la playa, erigieron una pared que un día el mar, en reclamo de su espacio, derribará; mientras tanto, impide a careyes anidar. Se vio allí, una cosa harto triste:un carey atrapado entre cemento y varillas. Días después, iba a otro a lo mismo. Chocó con la pared y no se sabe bien a dónde fue a parar.
No fue que el carey se metió a donde vive gente en ley; fue que gente sin ley, sin respeto al balance indispensable para preservar el planeta, se metió a donde siempre ha anidado el carey con su afán piscinesco. Con cada cual en su sitio, no habría problemas.
En Rincón están ocurriendo lo que parecen crímenes ambientales. Personal del Departamento de Recursos Naturales (DRNA)cree que la construcción es ilegal. Pero su jefe, Rafael Machargo, que debería estar protegiendo la playa y la zona de anidaje del carey, ha estado, en cambio, del bando contrario.Ha permitido que continúe la construcción, cuyo daño, al final, puede ser irreparable.
El poder, tan ágil en otros momentos, arrastra los pies con esto. Apareció por allí la Policía. Unidades tácticas, fíjense bien. Pero no para hacer valer la ley, ni para proteger los recursos naturales; llegaron a intimidar a los que, inspirados por Eliezer Molina, excandidato independiente a la gobernación, llevan semanas denunciando estas atrocidades.
Un guardia del condominio agredió salvajemente a un manifestante. El ataque quedó registrado en un vídeo viral. Nadie, que se sepa, le ha pedido cuentas por eso. A Molina y otros, en cambio, quisieron meterlos presos; un juez muy valiente no se prestó para la impresentable componenda.
Se ve, entonces, para quién trabaja el gobierno. A cualquier pobretón que, como estos, construya en donde no se puede, le mandan a demoler y si no lo hace lo obligan. Nuestra historia es muy elocuente en cuanto a eso. A estos, en cambio, los protegen. Si no para otra cosa, para esto sirvió lo acontecido en Rincón: para ver, otra vez, quién gobierna y para quién.
La gente ve. Y aprende. Y entre lo aprendido está esto. Cuando vino el huracán María, hace solo cuatro años, dejó en ruinas múltiples propiedades construidas a orillas del mar.
La playa Córcega, a minutos del condominio Sol y Playa, hacía hace poco recordar una escena apocalíptica, con las ruinas de múltiples edificaciones en el agua como si hubieran sido bombardeadas desde el aire.
Está escrito, pues para el que sepa o quiera leer; tras el próximo huracán categoría 5, de los que se esperan más a consecuencia del calentamiento global, no quedará piscina sobre piscina. Ojalá y al menos queden entonces careyes cuyo anidaje proteger.
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* Artículo escrito por Benjamín Torres Gotay, excelente escritor puertorriqueño en su columna LAS COSAS POR SU NOMBRE en el periódico El Nuevo Dia. (7/25/2021)