Para los que somos más o menos de izquierdas, las últimas semanas en política americana han sido increíblemente frustrantes. El tribunal supremo, en una serie de sentencias demoledoras, ha debilitado de manera dramática la capacidad del gobierno federal para combatir el cambio climático, eliminado de un plumazo multitud de leyes estatales para limitar el acceso a armas de fuego, hecho mucho más difícil combatir pandemias y retirado la protección constitucional que permitía la interrupción voluntaria del embarazo.
Todas estas medidas, sin excepción, no sólo son increíblemente dañinas, sino que son también tremendamente impopulares. Las encuestas han dejado claro que amplias mayorías de americanos les preocupa el cambio climático, quieren más regulación sobre armas de fuego, apoyan el derecho el aborto y no tienen demasiadas ganas de morirse en una pandemia, pero a los jueces del supremo no les importa demasiado.
Lo más cargante de todo este asunto, sin embargo, no son las sentencias, sino que los americanos votaron hace un año y medio en contra de todas estas medidas. Joe Biden y el partido demócrata ganaron las elecciones del 2020 hablando de combatir el cambio climático, hacer más difícil comprar armas de fuego, poner fin a la pandemia y proteger el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. Prometieron que una vez en el cargo harían todo lo posible para solucionar estos problemas. Estas eran sus prioridades.
Ha sido llegar el tribunal supremo y… nada. Nadie ha reaccionado.
De acuerdo, algunos demócratas en el congreso han sacado comunicados y notas de prensa con tono indignado. El mensaje casi generalizado ha sido de decepción. Incluso hemos visto alguna rueda de prensa, o alguien leyendo un poema, y no han faltado tampoco los e-mails de rigor de tono sombrío pidiendo que donemos dinero para campañas electorales. El único plan que han ofrecido para arreglar estos problemas es pedir a todo el mundo que vaya a votar en las elecciones legislativas en noviembre.
Vaya por delante, no voy a decir nunca que votar es inútil o mala idea. No lo es, y no hay forma de revertir estas sentencias atroces que no pase por ganar amplias mayorías legislativas en el congreso y aprobar leyes para hacerlo. Pero si algo han demostrado los demócratas en Washington estos días es que votar no es suficiente, por el mero hecho de que muchos de ellos parecen estar simplemente aterrados de hacer nada una vez son elegidos.
El voto es una condición necesaria pero no suficiente para cambiar las cosas. Si queremos que los políticos reaccionen cuando les vienen malas noticias e intenten arreglar las cosas, necesitamos trabajar para ello.
Pongamos, por ejemplo, la ley de bajas por enfermedad y cuidado a familiares que ha entrado en vigor este mismo año en Connecticut. Desde enero, nuestro estado es uno de los pocos lugares del país donde una madre tiene hasta doce semanas de baja pagada tras dar a luz a un bebé. La ley también permite tomar ese tiempo para recuperarse de una enfermedad o cuidar a un familiar enfermo. Es una ley necesaria, útil, y bien diseñada, y todo indica que es increíblemente popular.
Hace una década, cuando fue propuesta por primera vez, los demócratas no querían saber nada del tema. Era demasiado cara, decían. Iba a enfadar a no se qué compañías, decían. No es necesaria, decían. Durante los años siguientes, un montón de activistas, voluntarios y votantes motivados trabajaron para convencer a los legisladores – o escoger a otros mejores, vía primarias, en caso de que no se dejaran convencer. Poco a poco fueron añadiendo votos a sus filas, hasta conseguir que Lamont, cuando era candidato a gobernador, prometiera aprobar esa ley. Y así fue.
Votamos todos, sin duda, pero no nos quedamos allí. Si queremos políticos que arreglen problemas, tenemos que hacer más. No basta con acudir a las urnas y llenar el circulito al lado de su nombre; es necesario convencer, agitar, movilizar y si se ponen burros, buscar a alguien mejor. Cuando los políticos decepcionan, es bueno indignarse, agitar el puño y pegar saltitos, sin duda (es terapéutico), siempre y cuando acto seguido estemos trabajando para que cambien las cosas. Con ese político en el cargo o sin él.