Todavía recuerdo como si fuera ayer dos importantes polémicas en Hartford. La primera fue el proyecto de instalación de un casino en Bridgeport en noviembre de 1981 que inicia el proceso que espantaba a muchos debido a la creencia de la intromisión de delincuentes como sucedía en los casinos de Nevada.
Por años un señor simpático y consistente en sus visitas había recorrido las sedes de los medios de comunicación explicándonos que, si se podía jugar a la lotería, también se podrían instalar casinos con maquinitas donde alguien gana 20 dólares, pero pierde cien. El promotor nos decía que la gente se podría entretener y el estado ganaría mucho dinero por la llegada de turistas y el entretenimiento artístico con espectáculos grandiosos.
Otros ciudadanos criticaron estas ideas y este proceso de ablandar a la opinión pública para multiplicar casinos, aumentar las ganancias en impuestos para Connecticut, pero que no mencionaba las terribles consecuencias de la adicción al juego.
Finalmente, la idea de monumentales casinos fructificó favoreciendo a compañías privadas aliadas con tribus de nativos americanos. Estos últimos buscaban una justa compensación por los atropellos y sufrimientos a los cuales les había sometido la población blanca a su llegada desde Europa en los 1600.
La segunda campaña que causó impacto promovía la venta de licor durante los fines de semana y fue finalmente aceptada por la legislatura de Connecticut. De esta manera se hizo posible vender y comprar licor los fines de semana y festivos a partir del 24 de diciembre de 2000, justamente con el inicio de un nuevo decenio.
La aprobación de esta iniciativa era también monetaria. Tenía como finalidad atraer más dinero en impuestos para el estado de Connecticut. Lo que sucedía era que los ciudadanos que bebían o celebraban tenían que ir los fines de semana a Massachusetts para adquirir las botellas y galones y Connecticut, según los promotores y cabilderos en la Legislatura, perdía el dinero destinado a los impuestos.
Todo estos procesos eran cuestión de mayores ganancias en la aplicación de gravámenes y otorgar excelentes facilidades a los bebedores y apostadores.
En ambas iniciativas, las congregaciones religiosas y grupos de ciudadanos levantaron la voz, hubo procesiones de pastores y personas opuestas al fomento de la adicción al juego y al alcohol, pero triunfaron los casinos y los que venden alcohol.
Ahora hay una nueva etapa.
Después de varias décadas de instalados los fastuosos casinos y más de dos décadas para vender licor los fines de semana, la idea de despenalizar la posesión de una cantidad limitada de marihuana se hace realidad en el 2011 y ya en el 2012, Connecticut se convierte en el décimo séptimo estado en aprobar el uso de cannabis para necesidades médicas.
Pero una cosa trae la otra.
¿Quién o quienes podrían cultivar la yerba de un modo legal? En el 2021 se autoriza que cualquier persona de 21 años o más podría cultivar marihuana para su uso personal. También se establecen dispensarios para que ciudadanos con una prescripción medica adquieran la droga con fines estrictamente terapéuticos.
Ahora bien, ¿cómo se podría facilitar la venta y compra de marihuana para fines recreativos en lugares accesibles, viables, legales y próximos a los consumidores? Hubo que establecer reglas y leyes para la instalación del negocio y tal como sucedió con el inicio de los casinos y la adquisición de venta de alcohol todos los días de la semana, las iniciativas legales entran a jugar en el entuerto y para bien o para mal se establecen reglas.
Fue así como Derrick C. Gibbs Jr. socio de una entidad que se dedicaría a la venta de la marihuana en Hartford trae la idea de establecer un establecimiento comercial abierto al público ubicado en el 89 de la calle Arch donde estaba localizada la Pig Pizza. El señor Gibbs y sus socios aseguraban que el local de ventas tendría un sistema de seguridad en el exterior e interior de la tienda, los vendedores se asegurarían de que como en el caso de la venta de alcohol los compradores tuvieran 21 años o más, ¡que la mercadería (la droga) no sería vista desde la calle a través de la vitrina y no habría monumentales letreros luminosos con el anuncio de “Cannabis Here!”
También se mencionaba que la venta de la yerba atraería a consumidores de todo Connecticut e incluso turistas.
Gibbs afirmaba con vehemencia que en el caso de aceptarse su propuesta un consumidor típico pagaría entre $100 y $150 dólares por visita, que las ventas se harían más bien con orden previa, la mercadería sería bien empaquetada para que no despidiera el olor, y se prohibiría la fumadera en la tienda. No mencionó la posible entrega a domicilio que llevan a cabo los traficantes locales.
Por ahora los planes de abrir la Primera Tienda de Venta de Marihuana en el número 89 de la calle Arch ha sido rechazada por la ciudad frustrando a Gibbs y a los clientes interesados en comprar la cannabis con fines recreativos con comodidad, holgura y facilidad extrema semejante al actual fácil acceso a más casinos para los jugadores y adictos al juego de azar, y el adquirir alcohol los fines de semana y días festivos.
Lamentablemente el tráfico de otros peligrosos narcóticos continúa y es la principal causa de las balaceras entre sujetos que compiten por territorios para vender heroína, fentanilo, cocaína y crac.
¡Qué el público no se sorprenda de nuevas propuestas de tiendas para vender marihuana en pleno centro de Hartford y cerca del estadio DD porque así se han dado las cosas en el pasado!