POXINDEJE, México (AP) — Un hombre con un overol naranja retoca una mano que sostiene un fusil. Una mujer rellena con pequeños trozos de cerámica un mosaico de un guerrillero subida en un andamio.
Son artistas que pintan un muro y aunque no son de renombre, buscan recuperar el espíritu del muralismo, un movimiento que surgió hace un siglo en México y que promovía el arte con un fin educativo, público y político.
“El compromiso es con el muro” para que permanezca, afirma la pintora Janet Calderón mientras a su lado una artista boliviana toma fotos a una mujer que posa con un libro para ajustar la forma de los hombros del dibujo de una maestra.
En 1922 un bachillerato de arquitectura colonial de Ciudad de México fue el laboratorio de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco -los tres grandes del movimiento- para cumplir el encargo del ministro de Educación de la época: sacar el arte de las galerías y llevarlo a los espacios públicos. El plan, vinculado con una campaña nacional de alfabetización, transformó México y permeó todo el continente.
Casi un siglo después, una primaria de Poxindeje, un pueblo de apenas un millar de habitantes en el estado de Hidalgo, al norte de la capital, se convirtió en la Escuela de Muralismo Siqueiros, un espacio donde Jesús Rodríguez Arévalo, alumno de discípulos de los tres grandes, intenta desde hace un lustro profesionalizar a nuevos muralistas.
“La escuela es pequeña, un espacio humilde, pero es muy seria y es profesional”, dijo el académico de 54 años, pelo atado en una coleta y manchas de pintura en la ropa. Salen de ella pocos alumnos, unos 40 desde que se abrió, pero con ideas claras. “Ve a las comunidades, enseña, realiza una obra integral de temáticas históricas, de contenido social, de impacto, de crítica a todo lo que oprime al hombre”, le decían a Rodríguez Arévalo sus maestros.
En su época como aprendiz la disciplina era férrea: ejercicio físico al amanecer para estar fuerte sobre los andamios, técnicas pictóricas y conferencias nocturnas. “Nos compartían la importancia de estar leyendo los periódicos, de nutrirnos de los escritores, de escuchar música, de ver cine”.
Ahora, junto a Calderón, cofundadora de la escuela, intentan transmitir esos mismos principios pero adaptados a una nueva era. Temas como la guerra, la injusticia y los oprimidos siguen vigentes pero en la escuela de Poxindeje se ven también bocetos que reflejan otros problemas como la violencia de género o la crisis ambiental.