“Lo que no se nombra, no existe. Lo que no cualificamos desaparece, se pierde en la generalidad. De ahí la importancia de llamar las cosas por su nombre, de señalar y distinguir, primero por la especificidad de las palabras, aquello que luego pretendemos atender con acciones”. “Lo que no se afrenta, no se enfrenta”
–Palabras de la distinguida escritora puertorriqueña Ana Teresa Toro
La conducta del ser humano, su manera de pensar y actuar es producto de sus experiencias y de lo que aprende en la medida que crece y se relaciona con su medio ambiente. Aprendemos de la familia, de los amigos, de los miembros de la comunidad en donde nos criamos; de las diferentes personas en posiciones de liderato que nos sirven de modelo. Somos como una esponja que absorbe todo. Ese conocimiento acumulado por siglos determinará inconsciente o conscientemente nuestra manera de pensar y de actuar. Es por eso que podemos observar en nuestro diario vivir, en los seres humanos que nos rodean, esos patrones de pensamiento y conducta que fueron grabados en la psiquis de cada uno de ellos.
El temor, la ignorancia y la autoestima son emociones o patrones de esa conducta humana que determinan como las personas se desenvuelven en la sociedad. La Real Academia Española define el temor como una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. La ignorancia es la ausencia de información, ya sea general o particular o de la desinformación que repetida mil veces llega a formar parte de nuestra manera de pensar. La autoestima se define como el valor que uno se da a sí mismo.
El ser humano aún antes de nacer, en el vientre de la madre, ya está expuesto a sensaciones externas e internas que dan margen a que la criatura sea afectada por estas. Al salir al mundo externo comenzamos a aprender toda una conducta relacionada con el temor, aprendemos a valorizarnos y gradualmente adquirimos conocimientos. Lo aprendido se repite en todas las experiencias del crecer, reflejándose desde la niñez a la adolescencia y finalmente a la adultez. Esto no quiere decir que todos lo que sentimos sea precisamente malo o equivocado, pero desgraciadamente son demasiada las veces que no podemos distinguir entre lo que es real y lo imaginario.
Estas tres particularidades de la conducta humana tienen tanto arraigo en nosotros, que determina nuestras acciones y pensamientos. Estas tendencias pueden cambiar o ser reforzadas a medida que crecemos y vamos siendo expuestos a otras experiencias.
El temor o miedo es un factor que dicta en forma alarmante la conducta individual de todos nosotros. ¿Cuántos esclavos rehusaron la libertad o se quedaban con los amos, por ese miedo transmitido y aprendido por generaciones? ¿Cuántas personas abusadas aceptan el maltrato y hasta justifican esa conducta, culpándose por la aberración cometida en contra de su persona?
¿Cuántas veces se realzan los valores de una nación extranjera y se minimizan los propios? Tristemente esto ocurre frecuentemente, restándole valor a la estima que pueda tener una persona de sí misma.
¿Cuántas veces nos han preguntado sobre cuál es la relación entre los E.U.A. y Puerto Rico? Y cuántas veces no hemos podido responder, porque no podemos dar una contestación educada al respecto. Eso es crasa ignorancia.
Nuestra cultura, nuestra historia, nuestros valores, lo que somos y quienes somos son definidos por el medio ambiente en que nos desarrollamos y quienes y como nos “educan” en esos primeros años de nuestra existencia. La nación en que vivimos nos forma a la medida de la visión y valores de esa sociedad. También los valores definen el bien y el mal, lo que es democrático o lo antidemocrático, lo que es justo y lo que es injusto. Por lo general nos enseñan a pensar como ellos quieren que pensemos, nos enseñan a temer a lo que ellos quieren que temamos. El proceso de domesticarnos comienza desde temprana edad para el beneficio y bienestar de unos pocos. La educación formal o institucionalizada es el instrumento principal para lograr ese objetivo. Los sistemas noticiosos en manos de una élite se convierten en cómplices en el adoctrinamiento o “educación” de esa sociedad.
Un sistema donde no se enseña a pensar, donde se inculca el temor, donde se desvaloriza al ser humano produce inevitablemente unos babiecas intelectuales o zánganos serviles. Una nación que estimula hábilmente falsos valores, donde la verdad es tergiversada y pisoteada, donde la dignidad de los pueblos es cínicamente burlada, no es una de grandes esperanzas. Ese pueblo lleno de falsos e imaginarios temores está expuesto a vivir en continuo y paralizante miedo, con una autoestima baja y sumergidos en un letargo intelectual. Esa triste combinación es lo que permite mantener a los tiranos en el poder.
Nosotros los puertorriqueños somos ejemplo de la colonia más antigua en existencia en el mundo. Esto no es motivo de orgullo, pero esos quinientos años de servidumbre no han pasado sin hacer mella en nuestra manera de ser, en nuestra personalidad como pueblo. En nuestro silencio.
De la fuerza bruta que los españoles ejercieron en el pasado hasta la manipuladora, sutil y represiva forma a la que nos han impuesto los estadounidenses, en concubinato con gobernantes locales han hecho un circo de la democracia en Puerto Rico. El yugo físico existe, pero peor es el que está arraigado en nuestra mente… el temor a ser libres.
Ese mal absurdo, esa sumisión que es fomentada por tiranos deforma el alma de un pueblo, lo esclaviza convirtiéndolo en un clon de la arrogancia de sus líderes.
La justicia pierde el sentido de su propósito y la sociedad vive en constante amenaza de su existencia.