Los partidos políticos son criaturas extrañas. Por un lado, son una asociación de militantes, miembros, líderes y políticos que comparten unos valores comunes. Por otro, son maquinarias que trabajan para ganar elecciones. A la vez, son parte de gobiernos y mayorías parlamentarias que dirigen ciudades y estados. Para terminar, son también marcas, identificadores ideológicos reconocidos por los votantes que moldean el debate político.
Dada su complejidad, siempre he apreciado la concisa, casi sardónica definición de Benjamin Disraeli, un primer ministro británico de la época victoriana: “party is organized opinión” – un partido es opinión organizada.
Esta, de hecho, es la tarea principal de un partido político: organizar. En su faceta de asociación, un partido sirve para que gente con prioridades políticas se organice para ganar elecciones. Los partidos y sus programas electorales sirven para que los votantes tengan un esquema ordenado en sus papeletas. En el gobierno, los partidos funcionan como máquinas para hacer que los políticos trabajen juntos aprobando leyes e implementando medidas.
Los partidos cumplen con esta tarea en todos los sistemas democráticos modernos, siempre en medio del sistema. No hay democracia sin partidos, así que, si queremos que nuestro sistema funcione, más no vale crear instituciones que hace que estos sean efectivos como instrumentos de gobierno y representación.
Una de las piezas más importantes para que esto suceda es el sistema electoral. Lo que queremos, cuando vamos a votar, es que las urnas sirvan para representar las opiniones del electorado de manera efectiva, y que esas opiniones a su vez se vean reflejadas en las instituciones. Dado que los partidos funcionan como correa de transmisión entre votantes y gobiernos, la ley electoral debe crear incentivos para que políticos y candidatos escuchen a sus votantes, primero, y que puedan crear los consensos y mayorías necesarias para poder legislar.
En condiciones ideales, la ley electoral debería dar entonces a los votantes múltiples opciones que escoger, con varios partidos viables todos con representación parlamentaria que deben llegar a acuerdos para gobernar. Con nuestro sistema de distritos uninominales, sin embargo, esto no es posible, ya que casi siempre acabamos con sólo dos partidos viables. Lo que sí tenemos, por fortuna, es un sistema que permite tener múltiples partidos en la papeleta, cada uno representando votantes distintos: el voto fusionado, o fusion voting.
En nuestro estado, un político puede aparecer en la papeleta representando más de un partido. Esto quiere decir que Juan García, candidato a gobernador, puede ser el candidato del partido demócrata y del partido de las familias obreras, y los votantes pueden escoger bajo qué epígrafe quieren votarle. Ambos partidos representan programas y valores distintos dentro del electorado, y el candidato ha tenido que convencer a ambos de que él es el mejor representante de esas ideas. Es decir, un político tiene que trabajar para convencer a esos grupos de votantes organizados por un partido de que merecen estar en la papeleta, empujándoles a intentar representar mejor a su comunidad.
El problema, en este caso, es que Connecticut tiene esta estupenda idea para aumentar la representación política en las instituciones, pero la implementa a medias. Aunque el voto fusionado permite que los votantes se organicen en partidos y puedan defender sus ideas, las barreras legales para aparecer en la papeleta son muy altas. El sistema de financiación pública de partidos, además, pone a los candidatos de partido minoritarios en desventaja. En elecciones municipales, donde estos debates políticos de proximidad son tan valiosos, es funcionalmente imposible para muchos partidos aparecer en la papeleta, porque los requisitos son demasiado exigentes.
Aun así, el voto fusionado es un sistema que funciona, y que sirve para que los políticos intenten expandir su base de apoyo a través de ideas y propuestas, no ataques a sus rivales. Los partidos pequeños, como el de las familias obreras donde trabajo, han jugado un papel clave forzando a candidatos a definirse en temas como bajas por enfermedad, salario mínimo o derechos de los trabajadores. Y esos debates, a su vez, han contribuido a aprobar esas leyes.
Lo que queremos, en el fondo, es un sistema político que represente a los votantes. Ampliar y profundizar el sistema de voto fusionado es una solución sencilla para mejorar nuestra democracia.