Por la redacción
La noticia de que un niño de 13 años falleció por aspirar una substancia blanca semejante a la cocaína que la policía e investigadores reconocieron como Fentanyl o fentanillo, ha dejado en claro la vulnerabilidad de jovencitos incapaces aún de discernir y tomar decisiones que implican daño a sus facultades mentales o la muerte.
El menor que cursaba el séptimo grado, y de acuerdo a la investigación, habría traído a su escuela, Academia de Estudios Médicos y Deportivos; 20 envoltorios plásticos con la potente droga sintética semejante a la cocaína, pero con una potencia entre 50 y 100 veces superior a este estupefaciente.
La muerte del jovencito impacta a la escuela, al sistema escolar de Hartford, a padres de otros estudiantes y a las autoridades que se apresuran a exigir de las fuerzas policiales un investigación que ya está dando resultados.
En el cuarto dormitorio de la víctima fatal, se encontraron recientemente 100 envoltorios plásticos con la substancia que de acuerdo a investigadores estaba en estado puro. También los detectives saben ahora de una “persona de interés” en el caso, pero que no es todavía sospechoso. El sujeto habría estado involucrado en el consumo de drogas y residía con la familia.
En la pasada edición se describieron las características del fentanyl. fentanillo, o fentanil que es un producto preparado en laboratorios para usos terapéuticos, pero que también se está utilizando para poner en el mercado del tráfico de drogas ilegales un estupefaciente semejante al poder de la cocaína, pero de efecto más rápido y peligroso.
También se ha ido observando desde hace años el uso por parte de traficantes profesionales, de niños y memores de edad para distribuir drogas ya que pueden pasar desapercibidos cuando deambulan por los barrios pobres en sus bicicletas y que, en el caso de ser arrestados no delatan al delincuente mayor o sus cómplices. Estos juveniles participes del mercado de la droga en el caso de que no haya pruebas, son devueltos a sus familias.
Los traficantes de drogas habitan en sectores donde hay pobreza y según los identifique la policía, se mueven de un área a otra de la ciudad utilizando varias técnicas.
Una de ellas es identificar el hogar de un joven adicto a quienes convencen de prestar su cuarto como centro de almacenamiento o distribución de estupefacientes. El pago de la renta o la entrega de dinero “por el favor,” terminan seduciendo al dueño o dueña de casa y de este modo, un hogar se transforma en el eje clave de la distribución en la nueva zona.
Según investigadores y personal de agencias de protección de menores, se da también el caso de la seducción de jovencitas por parte de traficantes a quienes embarazan y de esta manera, este sujeto pasa a ser “parte de la familia.” Nuevamente, el pago del alquiler, dinero para la adquisición de mercaderías y ropas, inclusive regalos de motocicletas para sus cuñados son el precio de esta invasión.
En Hartford existe este tipo de movilidad en el Norte de la ciudad, pero desde hace años se conoce de estos “brincos” en busca de nuevas áreas para la comisión de delitos. Lo que fue la “esquina caliente” de la Park con la calle Zion a pocas cuadras del colegio Trinity, se fue trasladando paulatinamente a la Zion Sur, y después ha ido llegando a la avenida Wethersfield, un área donde hay una escuela superior, una escuela elemental, el parque Colt, y la Academia de Deportes y Estudios Médicos.
Una táctica que aún se utiliza es el envío de drogas a domicilio usando niños o adolescentes.
Pero hay una razón más profunda por la cual los niños y adolescentes son los preferidos para embaucarlos en el infame tráfico de drogas. Esto tiene que ver con el subdesarrollo del pensamiento crítico necesario para analizar y describir, además de descubrir lo que es y no es verdad.
Las palabras “pensamiento crítico” provienen la primera del latín, “pensare,” y crítico que deriva del griego donde “krienin” significaba decidir o separar. Estos dos actos relativos a la toma de decisiones no están aun desarrollados en los niños y jóvenes entre las edades de 12 e incluso 18 años.
En nuestras culturas, la ausencia de pensamiento crítico se describe como el cierre o no de la mollera, apertura en la parte superior del cráneo que se nota en los recién nacidos. Este cierre coincidiría, de acuerdo a la cultura popular con el fin de la adolescencia.
Por esto, los niños y adolescentes no tienen aún la capacidad de analizar y evaluar la consistencia de razonamientos en especial en aquellas afirmaciones que la sociedad acepta como verdaderas en el contexto de la vida cotidiana.
Cuando Miguel tenía 11 años y estaba en séptimo grado, sufrió agudos episodios de ansiedad y pesadillas cuando se publicó la información de que un día en el mes de julio de 1969 a las seis de la tarde se acabaría el mundo. A esa edad, y como la información se divulgó a través del mundo, la noticia, que no era realmente noticia, aterrorizó a amplias áreas de la población llevando a personas adineradas a deshacerse de sus pertenecías y a la venta de sus mansiones para trasladarse a un monte en los Himalayas.
Esta idea del fin del mundo difundida por algunas iglesias pentecostales o cristianas han creado a través de los años terror en sectores de la población y también en los niños.
Lo que sucede es que en el Viejo y Nuevo Testamento se anuncian cataclismos, inundaciones, y amenazas de destrucción total. Hay personas que creen estas afirmaciones refutadas por la experiencia histórica pero aceptadas por la idea de que somos pecadores y que Dios nos castiga. y castigará
Estudios recientes publicados en el mes de septiembre del 2021 informan acerca que los jóvenes tienen en la actualidad dificultades para determinar la credibilidad de la información a través de las redes sociales y se da como ejemplo que ocho de cada 10 estudiantes confunden un anuncio comercial con noticias.
Lo que sucede hoy con jóvenes adolescentes de barrios pobres y de escuelas públicas sin recursos para implementar mallas curriculares que incluyan pensamiento crítico, es materia de preocupación ya que determinar que es una substancia semejante al talco y que se parece a la cocaína a la que el bichote describe como agradable, que produce felicidad y que no causa daño, es aceptada por un menor, especialmente si el traficante es miembro de la familia o cercano a ésta.
Los jóvenes no tienen la capacidad de discernir, hacer preguntas, separar la mentira de la realidad y caen en lo que muchos están aceptando día a día creencias tales como que la vacuna produce esterilidad, que la tierra no es redonda sino plana o que el consumo de cloro o de una droga para curar a los animales de lombrices, ayuda a evitar contraer el virus Covid-19.
Los mismo estudios muestran la preocupación de que muchas familias ni escuelas están proporcionando las herramientas para desarrollar el pensamiento crítico o la habilidad de “separar” la mentira de la verdad, hacer preguntas y poner en duda lo que le dicen. Políticos tales como Donald Trump y sus aliados republicanos aún insisten en que ganó la elección presidencial y que John Kennedy Jr. volvería en el mes de noviembre en cuerpo y alma para ayudar al político republicano a recuperar la presidencia.
El trágico evento que costó la vida a un niño de 13 años nos pone finalmente en la perspectiva de entregarles lo antes posible herramientas de pensamiento crítico a niños y jóvenes para que duden o cuestionen las cosas que se dicen en la calle, se publican en los periódico, se leen en el Facebook, en los discursos de políticos, o en las ya siniestras redes sociales.