Por: Liliana González de Benítez
Las enseñanzas erróneas y malas interpretaciones bíblicas han esparcido la falsa idea de que un cristiano genuino no puede deprimirse, o que la depresión es consecuencia de un pecado grave no confesado. Esto ha originado que los creyentes con depresión soporten en silencio y sientan vergüenza y condena interna. Su lucha se magnifica por la suposición de que las personas deprimidas son menos espirituales o no confían en Dios.
Los amigos y familiares también pueden ayudar a exacerbar esta idea. Con buenas intenciones aconsejan a la persona deprimida que “se la quite de encima”, que “sea positiva” o que “podría ser feliz si se esforzara más y confiara en Dios”. Hay que tener mucho cuidado con este tipo de consejos, porque la depresión no es un indicio de debilidad del carácter. En numerosos casos, no puede ser aliviada por voluntad propia y es necesario que sea tratada por un especialista en salud mental.
Las vidas de gigantes espirituales como David Brainerd y Charles Spurgeon revelan que los creyentes fieles y fructíferos pueden sufrir depresión. En la Biblia, el rey David, Jeremías y Elías soportaron periodos de honda depresión. La Escritura dice que Elías “anduvo por el desierto un día de camino, y vino y se sentó bajo un enebro; pidió morirse y dijo: Basta ya, Señor, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres” (1 R. 19:4).
La depresión se asemeja al deambular sin sentido de Elías en el desierto. Su agobiante sufrimiento lo condujo a esconderse en una cueva. Asimismo, la persona deprimida se aparta de la gente y de Dios, incluso llega a dudar de que el Señor quiera ayudarla y protegerla. Pero Dios jamás se aparta de sus amados hijos. Él trató con suma ternura a Elías. Lo acompañó durante toda su deambular por el desierto. No lo juzgó ni lo reprochó. Dios entendía la angustiante situación que su siervo estaba atravesando y lo alentó; inclusive dentro de la cueva donde se internó.
La depresión es una batalla que se puede sobrellevar con la ayuda de Dios y del cuerpo de Cristo. En Gálatas 6: 2, Pablo dice: “Sobrellevad los unos las cargas de los demás y cumplid así la ley de Cristo”. Una iglesia sana no se dedica a juzgar a los creyentes que sufren depresión tildándolos de inmaduros y débiles en la fe. Al contrario, ora por ellos, los acompaña en sus sufrimientos y los consuela por medio del Espíritu y la Palabra de Dios.
Cuando la depresión se debe al pecado, la iglesia debe ayudar a la persona con amor a confesar su falta y arrepentirse. Si la depresión es desencadenada por una enfermedad, pérdida o muerte de un ser querido, la compañía de otros creyentes ayudará a sobrellevar las penas y sanar las heridas. Y si la depresión es clínica, la persona deberá recibir tratamiento médico juntamente con apoyo pastoral.
El predicador Charles Spurgeon dijo en un periodo de depresión profunda: “Es indispensable que pongamos en práctica aquello que leemos en la palabra de Dios. La esencia de la fe cristiana radica en su práctica y, por tanto, los cristianos deberían ser biblias andantes de carne y hueso”.
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