Si en algún momento de tu vida has querido saber cómo alcanzar la salvación de tu alma, te tengo una magnífica noticia: ¡Estás vivo! Y te voy a explicar a qué me refiero. Tal vez pienses, “por supuesto que estoy vivo, de no ser así, no estaría respirando”. Sin embargo, yo no estoy hablando de tu vida física, sino de tu vida espiritual.
Para que me puedas comprender mejor te voy a plantear lo que dice la Biblia. Después que el primer hombre (Adán) pecó contra Dios en el Edén, todos los seres humanos nacemos espiritualmente muertos (Ro. 5:12). Esta condición nos aparta de la gloria de Dios (Ef. 2:3) y nos mantiene tan ciegos que ni siquiera queremos saber nada de Dios (Rom. 3:11).
Un muerto no busca a Dios, porque le es imposible. Los muertos no pueden hacer absolutamente nada. No pueden pensar, hablar, caminar… No puede darse cuenta de su verdadera condición, ni de la necesidad de un Salvador. Solamente el milagro del “nuevo nacimiento” hace apto al ser humano para buscar a Dios. Jesús le dijo a Nicodemo, un maestro religioso de su época, “En verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3:5).
Muchísimas personas piensan que al morir irán al cielo. Pasan toda su vida pecando a diestra y siniestra sin medir las consecuencias eternas de su conducta. Tampoco buscan a Dios para arrepentirse de sus malas obras. Lo más lamentable es que estas personas creen erróneamente que cuando mueran Cristo los recibirá en el cielo. Pero la realidad es muy distinta. Jesús afirmó: “No todos los que me dicen: “Señor, Señor”, entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial” (Mt.7:21).
La Escritura es clara. Para ser salvos es necesario nacer de nuevo. Y esto es algo que no podemos hacer por nosotros mismos, puesto que es Dios quien secreta y soberanamente imparte vida —por medio de Su Espíritu— a todos los que son llamados conforme el beneplácito de su voluntad. “Aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados)” (Ef. 2:5).
Gracias al milagro del nuevo nacimiento, los que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, ahora estamos vivos (Ef. 2:1; Ro. 6:4) y tenemos la capacidad de creer en Jesús, porque el Espíritu Santo que mora en nosotros nos convence de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8-11). Solo los vivos pueden arrepentirse de sus pecados, apartarse de su vana manera de vivir y obedecer a Dios.
El servicio a Dios no salva. Las obras no salvan. La salvación es por medio de la fe, y esto no procede de nosotros, sino que es un don de Dios. “La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo” (Ef. 2:8-9NTV). ¡La salvación es obra soberana del Señor!
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