El temor es la emoción que domina el corazón de millones de personas en el mundo. Inclusive, los cristianos sucumbimos al miedo cuando llegan los padecimientos. Nuestro mayor problema es que no ponemos en práctica la Palabra de Dios.
El apóstol Pablo enseñó lo que debemos hacer para proteger nuestro corazón del temor: “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones” (Col. 3:16).
Jesucristo nos ha dado ejemplo de esto. La noche antes de Su crucifixión y muerte, durante la última cena con sus discípulos, alabó a Dios con un Salmo (Mr. 14:26). ¿Te das cuenta? ¡Cristo cantó un himno en medio de su profunda agonía! Según algunos eruditos, nuestro amado Salvador cantó el Salmo 118, el cual se acostumbraba a recitar durante la Pascua. El primer verso dice: “Con todo mi corazón te daré gracias; en presencia de los dioses te cantaré alabanzas”.
Esto es lo que debemos hacer en las circunstancias atemorizantes. ¿Hay algún Salmo que te produzca profundo gozo? A mí me encanta el Salmo 27. Es llamado el himno de la confianza. Al inicio, el rey David hace una declaración de fe: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién tendré temor?” (Sal. 27:1).
David conocía a Dios, por eso confiaba en Él. Su confianza provenía del tiempo de oración y meditación en Su Palabra. David sabía que nada de lo que pudiera padecer lo podría separar del gran amor de Dios. Las personas que no conocen a Dios dudan de Su bondad. No pueden depositar su confianza en Aquel que no conocen. El antídoto contra el temor es conocer a Dios.
Nosotros creemos conocer al Señor, pensamos que confiamos en Él, pero nuestra manera de vivir con ansiedad y duda demuestra lo contrario. Necesitamos orar para alcanzar un mayor conocimiento de Dios (Ef. 1:17). Solo los que conocen a Dios rebozan de una esperanza segura, mediante el poder del Espíritu Santo (Ro. 15:13).
Aunque David enfrentó a lo largo de su vida muchísimo sufrimiento, siempre se deleitó en el Dios de su salvación. En la hora de la angustia, clamó diciendo: “Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor, y para meditar en su templo” (Sal. 27:4).
Si nuestras temblorosas almas aprenden en medio de la debilidad a buscar el rostro del Señor y a deleitarse en la alegría de Su salvación, podremos soportar con paciencia las aflicciones de esta vida (2 Cor. 4:17).
La esperanza de David no era el deseo fugas de que su situación mejorara o que su vida se tornara más fácil. Aunque oró por estas cosas, su esperanza era la seguridad maravillosa de que viviría eternamente en la presencia del Señor.
¡Regocijémonos!, porque nuestras vidas están guardadas en Cristo. No existen problemas, dolencias, enfermedades, pandemias que puedan robarnos la esperanza gloriosa que tenemos en Cristo Jesús. Y esta esperanza no es solo para la vida futura, sino para hoy.
Tan seguro estaba David de la bondad del Señor que dentro del más oscuro abismo de desesperación se mantuvo confiado en Él. En el Salmo 27:13 declaró: “Hubiera yo desmayado, si no hubiera creído que había de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera al Señor; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera al Señor.”
Si quieres leer más artículos, sígueme en mis redes sociales:
Facebook: Reflexiones Cristianas Vive la Palabra
Instagram: @lilivivelapalabra
Blog: Vivelapalabra.com