Cierto día, un hombre se acercó a Jesús y le dijo: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?”. Y Él le contestó: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:36-39).
¿Cómo podemos cumplir estos dos mandamientos? ¿Qué demanda exactamente Jesús de nosotros?
En una cultura donde se promueve el egocentrismo con frases como: “Ámate a ti mismo”. “Naciste para triunfar”. “Eres un campeón”, es muy fácil caer en el error de pensar que Jesús quiere que desarrollemos una elevada autoestima o amor propio para que podamos amar a los demás.
Sin embargo, esto no es lo que Dios demanda de nosotros. En realidad, es todo lo contrario. Dios quiere que nos despojemos del orgullo que nos hace pensar que somos más importantes que los demás y que aprendamos a ser humildes de corazón.
Cristo dijo: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaran descanso para sus almas” (Mt. 11:29). Y, en el mismo orden de ideas, el apóstol Pablo declaró: “En virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno” (Ro. 12:3).
¿Lo ven? No necesitamos cultivar la autoestima. Tenemos de sobra. El amor propio se nos da de forma natural. “Todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús”, dijo Pablo en Filipenses 2:21. Lo que necesitamos cultivar es humildad.
Cuando Jesucristo dijo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, no se estaba refiriendo a las interpretaciones contemporáneas que exaltan el “yo”. Él se refería a que con la misma intensidad con que buscamos nuestro propio bien, procuremos el bien de los demás.
“No deban a nadie nada, sino el amarse unos a otros. Porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley. Porque esto: «No cometerás adulterio, no matarás, no hurtarás, no codiciarás», y cualquier otro mandamiento, en estas palabras se resume: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». El amor no hace mal al prójimo. Por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley” (Ro. 13:8-10).
El que cumple la ley de Dios no le hace daño a su prójimo. No comete adulterio, no mata, no hurta, no codicia… Por el contrario, aprende a amar como Jesús amó: “Amen a sus enemigos; hagan bien a los que los aborrecen; bendigan a los que los maldicen; oren por los que los insultan. Al que te hiera en la mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, no le niegues tampoco la túnica. A todo el que te pida, dale, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. Y así como quieran que los hombres les hagan a ustedes, hagan con ellos de la misma manera” (Lucas 6:27-31).
El punto de Jesús aquí es que cuando el amor de Dios realmente gobierna el corazón de una persona, ésta desarrolla un amor piadoso y desinteresado que la inhibe de hacer cualquier cosa que puedan dañar a su prójimo.
En un mundo donde se exalta el ego, donde todos desean ser servidos, adulados y aplaudidos, los hijos del Dios Altísimo tenemos el supremo llamado a renunciar al orgullo para servir a los demás. Pues, “si alguien desea ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos” (Mr. 9:35).
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