El niño no caminaba, apenas gateaba, preocupantes condiciones para aquellos dedicados padres. De hablar ni se diga, se le oía balbucear unas cortas frases aparentemente incoherentes que en el silencio hogareño sus bien intencionados progenitores trataban de descifrar. La preocupación de los protectores de la criatura los obligaba a usar todos los métodos posibles para que el niño pudiera moverse y comunicarse como cualquier otro hijo de vecino. Es cierto que se lo habían advertido. Al igual que todos sus antepasados, su desarrollo se lo achacaban a un supuesto problema genético convirtiéndolo en víctima de un lento crecimiento.
Esas evaluaciones, hechas por expertos de ese otro primer mundo, tenían un contundente efecto en las esperanzas de los crédulos padres. Nunca tuvieron otras razones para desconfiar de lo que le decían, a pesar de las diferencias entre el mundo de ellos y el de sus expertos evaluadores. Pero esos abnegados padres sabían, a pesar de todo, que su primogénito tenía el potencial para lograr lo que ellos no habían logrado. Sabían que el niño al llegar alguna primavera iba a sacudir sus alas, abandonando su nido, buscando nuevos y mejores horizontes.
Solamente que él no daba señales de superar sus aparentes limitaciones en el tiempo indicado en los libros de los expertos. Los progenitores reconocían por experiencia propia, la hostilidad del medio ambiente y el esfuerzo que su niño tendría que enfrentar para alcanzar unas metas mínimas de dignidad y de justicia.
Pero por la gracia de que hay un día detrás del otro este cuento tiene un desenlace feliz. Continúan relatando que en este mundo existen políticos con escasa sensibilidad y poco intelecto, que se reúnen esporádicamente en cómodas butacas, cercanas a falsos monumentos que ensalzan la igualdad. Esos políticos chabacanos continúan ejerciendo sus funciones en forma despótica, arremetiendo contra los de abajo. Siempre legitimando sus crímenes y abusos.
Los gurus pregonan y mienten.
La gente escucha.
El niño, en aquel lejano vecindario también escuchó a las aves de mal agüero. Sorprendiendo a sus padres, amotinado en contra de las mendaces predicciones, se levantó, fortalecido su cuerpo y en un cristalino mensaje les informa a sus maravillados progenitores que estaba listo para abrirse camino en el mundo.
El joven, impulsado por una sed interna de justicia, abrió la puerta principal de su hogar y se lanzó a la calle en aquel mismo inhóspito vecindario que ahora él lo hacía suyo, reconociendo rápidamente que la verdad y la razón desembocaban en la equidad para todos. Los sueños se convirtieron en realidad, la dignidad regresó a su hogar.
Aquel patito feo de la historia, convertido en un hermoso cisne se encontró que no estaba sólo en las calles de su vecindario. Rodeado por miles de rostros similares, que al igual que el rompieron con las cadenas de la sumisión, transformándose, en maravillosa metamorfosis, en la esperanza del futuro.
Las calles vibran no solamente porque la nueva sangre, la que ha sudado para que el imperio no sude ahora marchan demandando justicia en nuestra dispareja sociedad.
Sus voces reclaman la igualdad perdida en un momento en el tiempo.
Hoy escucho los mensajes que retumban por los confines del mundo.
Ya se enviaron las cuentas a cobrar a los que han estado viviendo de ese asfixiante mantengo que ese tercer mundo le ha provisto al primero. Los cupones del mejor alimento de los desafortunados cesaran de llenarle los platos a los privilegiados.
Las millonarias fuentes energéticas del sur detendrán el sufragar a los excesos del norte. Se hará trizas el espejismo de una equidad no existente y todas esas obras sociales, económicas, intelectuales y científicas secuestradas por los privilegiados del norte ya pagadas con sudor, con sangre y vicisitudes por la mayoría sureña serán impedidas. Para malestar de los que se creen ser dueños del mundo, el proceso es irreversible.
Los únicos que pueden detener esta creciente solicitud de justicia son los mismos agraviados. No me refiero a los jóvenes de nuestra historia. Estos siguen la luz que les indica el camino.
Me refiero a los tutores, a los que con buenas intenciones unos y otros con atrofiadas tendencias adquiridas por el pasar del tiempo les roben la espontaneidad, el vigor y la honestidad a un movimiento noble.
Que suenen las campanas de las advertencias, no para los jóvenes, pero para los que ya cumplieron su cometido en la otra época en que vivieron. Es importante reconocer que ha llegado el momento en que hay que darles paso a nuevas ideas, hay que escuchar a las nuevas voces, cediendo la responsabilidad a los que se lanzaron a las calles, responsabilizando a los otros con la encomienda de facilitarles el camino. Hay que estar claramente consciente de que la lucha es de todos, pero es el momento de escuchar a los valientes que comenzaron el proceso y llevaron el peso de la carga.
Hay que velar a los domesticados a que no lleven a la recién parida criatura a una imperdonable regresión. El peligro siempre está presente, ya sea por el temor adquirido por siglos de genuflexiones o por desgraciadas y enfermizas ambiciones que no tienen conciencia. Hay que tener cuidado con los cantos de sirena de políticos enmascarados pues estos ignorando que su función principal es de velar por el bienestar de a quienes sirven, se esconden con vanas promesas y ahuecada retórica, sirviendo equivocadamente a los que se benefician del sudor de los de abajo.
Reflexionemos al momento histórico que está ocurriendo. El estilo, la energía, la fuerza de la acción y la esperanza están presentes.
No permitamos que nadie nos robe el regalo de una esperanza.