Un buen día, cuando Jesús salía de Jericó acompañado de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado Bartimeo estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Al oír que Jesús pasaba muy cerca, empezó a gritar:
“—¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más todavía:
—¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Entonces Jesús se detuvo, y dijo:
—Llámenlo.
Llamaron al ciego, diciéndole:
—Ánimo, levántate; te está llamando.
El ciego arrojó su capa, y dando un salto se acercó a Jesús, 51 que le preguntó:
—¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
—Maestro, quiero recobrar la vista.
Jesús le dijo:
—Puedes irte; por tu fe has sido sanado.
En aquel mismo instante el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús por el camino” (Marcos 10:46-52 DHH).
En aquel tiempo, Jesús sanó a los ciegos físicos y espirituales. Para eso había venido. En la sinagoga de su Nazaret natal, declaró: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor” (Lucas 4:18-19).
Hoy, el Espíritu Santo continúa dando vista espiritual a los oprimidos por Satanás. Millones de seres humanos viven como el ciego Bartimeo, en densa oscuridad, al borde del camino, ajenos a la Verdad.
Hubo un tiempo en que yo anduve así, en completa oscuridad. Creía que veía, pero estaba ciega. Me acostumbré a tropezar con las mismas circunstancias, a repetir patrones de comportamiento que me dañaban a mí y a otras personas, lo más triste es que no sabía cómo salir de ese círculo vicioso.
Un bendito día, alguien me habló de Cristo, y clamé: “Jesús, tú que eres el Mesías, ¡ten compasión de mí y ayúdame!” Entonces, sucedió el milagro. Jesús me dijo: “¿Qué quieres que haga?” Yo respondí: “Maestro, haz que pueda ver”. En ese glorioso instante, se abrieron mis ojos espirituales y pude ver el Camino que conduce a Dios, y lo seguí.
Jesús es el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre, sino por él (Juan 14:6). Si hoy reconoces tu ceguera espiritual, no endurezca tu corazón. Ve hacia Cristo con fe, porque en ningún otro hay salvación, confiesa tus pecados con sincero arrepentimiento y síguelo.
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