En nuestras plegarias y oraciones solemos decir: ¡Dios mío, cuídame, ayúdame, concédeme, aliéntame, fortaléceme, prospérame, me, me, me…! Parecemos ovejitas pedigüeñas. Eso no es malo, de hecho, es bueno depender del Señor. Pero ¿qué estamos dispuestos a hacer o a dejar de hacer para agradar a Dios? ¿Cuáles son nuestros sacrificios espirituales para honrar a Jesucristo?
Todos los cristianos luchamos con malos pensamientos, con pecados que se han convertido en hábitos, y con patrones de conducta negativos que nos controlan. Es lo que la Biblia llama la vieja naturaleza. Esto sucede porque nuestra mente está programada para vivir separada de Dios. Tal vez tú has batallado para eliminar un mal hábito o te estás esforzando para cumplir la voluntad de Dios, pero como no has tenido éxito piensas que obedecer a Dios es algo imposible. Te tengo buenas noticias: ¡sí podemos cambiar! Jesús envió al Espíritu Santo para que podamos lograrlo.
La vida de Cristo en nosotros produce el deseo y el poder para que hagamos lo que a Dios le agrada. Antes de mi conversión era insoportablemente impulsiva e irascible, ahora, gracias al Espíritu Santo que está dentro de mí, someto mi temperamento a la voluntad de Dios y procuro ser tolerante y apacible. La meta del creyente es llegar “a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13 LBLA).
Así como los padres hacen rayas en la pared para medir la estatura de sus pequeños, nuestro Padre celestial continuamente mide nuestro crecimiento espiritual. ¿Qué tanto has crecido en Cristo? ¿Las personas que te conocen ven algún rasgo de Él en ti? ¿Cuáles son los frutos del Espíritu Santo que te cuesta más trabajo desarrollar? Dios tiene el anhelo de vernos caminar en sus propósitos para que nos vaya bien y seamos prosperados en todas las cosas. Para cumplir su voluntad necesitamos vivir en un continuo arrepentimiento (transformación de nuestra mente). A medida que renovemos nuestra manera de pensar cambiaremos nuestra manera de vivir.
Debemos dejar de ser cristianos pasivos, con pocas victorias, y asumir la decisión de renunciar definitivamente a los hábitos negativos, las emociones dañinas, las malas palabras, los vicios y las diversiones pecaminosas. ¡Y claro que lo podemos lograr! Si nos apoyamos en el gran amor y la fidelidad de Jesús podremos someter nuestra humanidad a la voluntad de Dios. Por lo tanto, es indispensable leer las Sagradas Escrituras, meditar en ellas, orar y permanecer en comunión con el Espíritu Santo.
Los cambios deben ser lentos y progresivos para que se conviertan en hábitos. Hay que tener muy claro lo que se está dispuesto a abandonar por amor al Señor. Por ejemplo, el hábito de decir groserías, hablar mal de otras personas, mentir, discutir, fumar, emborracharse… Si eres una persona propensa a la ira, y sabes que esa condición es una calle de doble vía donde dañas a los otros y a ti mismo, trasforma esa mala actitud. Permanece en un estado de conciencia de tus emociones para que las controles de inmediato. Toma una bocanada de aire antes de explotar en cólera, piensa en esos segundos que Cristo vive en ti y tú en Cristo. Calla, apártate y ora. Así, con algo de práctica, lograrás transformar una mala actitud en un hábito de tolerancia para vivir en un estado de paz y armonía.
Hay cambios que sanan, que conceden libertad y plenitud, solo tú sabes a lo que debes renunciar para darle paso a la nueva vida en Cristo.
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