“El silencio se había apoderado de todo. Eran pocas las personas que se veían caminando por las avenidas y calles. Aquellos que se arriesgaban iban con un paso rápido, asustados de que los detuvieran. El centro de la ciudad estaba totalmente desierto. Nada marchaba bien… Fue algo como una nube imaginaria, fue un pavor que se apoderó de todos… La psiquis de toda una nación fue transformada”.
“Se cerraron fábricas… Con precisión matemática el “efecto del domino” se regó como pólvora… se suspendió la transportación pública. Pocos automóviles se veían transitando. Las escuelas habían cancelado las clases, los hospitales habían suspendido casi todos sus servicios”.
“Esa horrible nube de temor y ahora de desesperación cubría lo que fue una orgullosa y productiva nación. Una nación que sin más ni menos dominaba el mundo”.
“Una nación que simplemente cayó en la inexorable sentencia histórica de su propia destrucción. Humillada y hundida en sus propias contradicciones”.
Fragmentos de una columna escrita el 2 de julio del 2002. (J. L. Limeres Gregory)
Las terribles noticias que inundan los medios de comunicación en el diminuto mundo en que vivimos se llevan los titulares informativos y con sobrada razón. El mundo entero, todo el género humano, está en crisis.
No es un plan diabólico, ni castigos de un dios disgustado. Se podría explicar mejor como la estupidez de poderosos líderes mundiales, que con poca transparencia y ambicioso afán de explotar a los vulnerables se han olvidado de proteger el medio ambiente que los rodea. Ese desprecio a los que tienen menos se ha revertido poniendo a todos en peligro, causando estragos que podrían ser irreparables para el presente y futuro cercano.
Hoy Puerto Rico está pasando por uno de los peores momentos de su historia.
El camino al que se ha estado enfrentando es uno de retos constantes. La antigua isla del encanto, el otrora paraíso terrenal se ha convertido en un vivo ejemplo de la debacle mundial.
Comenzaremos con la devastación de los huracanes Irma y María en el 2017, que dejaron al desnudo nuestra ya existente crisis colonial.
Los huracanes han existido por siglos y nuestro archipiélago tropical siempre ha estado expuesto a eventos meteorológicos con más frecuencia que otras regiones del mundo. Es fácil culpar a los vientos y al agua, eventos naturales que por siglos nos han afectado y que cada día son más comunes y predecibles.
Expertos en el tema climático han evidenciado en sus investigaciones que el manejo del medio ambiente por parte de los gobiernos del mundo han sido los principales responsables del tamaño de estas catástrofes.
Los huracanes pusieron el trasero de Puerto Rico al descubierto desenmascarando
a esos miserables que se prostituyeron por lucrativas ganancias, vendiendo inclusive, donaciones de artículos de primera necesidad. Esto posiblemente significó la muerte de cientos de puertorriqueños. Engañaron al pueblo con proyectos fraudulentos, anteponiendo la seguridad y bienestar de todo el país.
Estábamos en quiebra económica, moral y social.
Pero los puertorriqueños, a medida que pasaban los días comenzaron un lento proceso de introspección reconociendo las graves condiciones en que se encontraban. Comprendimos que había que asumir la responsabilidad de prepararnos mejor, de prever para evitar lamentos mayores. Percibimos la podredumbre moral que nos rodeaba y lo denigrante que era mendigarle al arrogante y racista colono que nos encadena.
La saga continuó y el pueblo aguantó. Pero todo tiene su límite.
En el verano del 2019 el pueblo hastiado y encolerizado, cargando en sus hombros la opresión de los siglos, desemboco su coraje, asediando al gobernador Ricardo Rosello, obligándolo a huir del país antes de concluir su término en la gobernación. La nación puertorriqueña demostró de que era capaz de defender su dignidad. Sin embargo, la inocencia de mi pueblo se reflejó en sus acciones posteriores. Desgraciadamente ese mismo pueblo que se había lanzado a las calles por cientos de miles, en reclamos de justicia no completó la histórica tarea comenzada, permitiendo que la misma putrefacta estructura gubernamental se mantuviera en el poder y el saqueo y el abuso perdurará.
Pero la madre naturaleza tenía otros designios.
A fines del 2019 comenzaron una serie de terremotos en Puerto Rico que afectaron la región suroeste de la isla. Enjambres de sismos (en los miles) causaron enormes destrozos en residencias, escuelas y comercios. Miles de familias se quedaron sin hogar, teniendo que refugiarse en otras áreas del país. Puerto Rico estuvo virtualmente paralizado por un tiempo. El pesimismo y el temor a esos movimientos telúricos tuvo profundos efectos en nuestra población. La pérdida de residencias, el desempleo, la impotencia y la incertidumbre ante las fuerzas naturales causo enormes estragos emocionales entre los habitantes.
Nuestra infraestructura en delicada crisis quedo hecha añicos. La madre naturaleza se les adelantó a los buitres de Wall Street que permanecían al acecho para ejecutar a nuestra nación, en contubernio con los gobernantes de turno, defensores de un vergonzoso servilismo.
La debacle que vivimos fue creada y es responsabilidad de hombres incompetentes y corruptos que han actuado criminalmente en contra de la nación puertorriqueña, de ese pueblo humilde que sigue pagando los desmadres de los que los explotan.
Si queremos cambios reales tenemos que pensar diferente, no como sugieren las mismas sanguijuelas que nos han desangrado por siglos.
Puerto Rico ya no va a ser igual. Dejó de serlo hace muchas décadas atrás.
Sobreviviremos. No hay duda de que tomará tiempo, lágrimas y sudor lograrlo. Tenemos que arrancar de raíz nuestros males y tomar una dirección diferente, unidos con el solo propósito de un mundo mejor.
En la próxima columna explicaremos los efectos de la pandemia en Puerto Rico y las alternativas de la nación puertorriqueña.