Este pasado 24 de enero, temprano en la mañana, la noticia que captó la atención de los puertorriqueños fue que la estatua de Juan Ponce de León (primer gobernador de la colonia), localizada en la plazuela San José en el Viejo San Juan, había sido derrumbada. No fue casualidad que esa misma tarde aterrizaba en la base Muñiz (base aérea estadounidense) un avión que lucía su bandera nacional española y en las ventanillas de los pilotos se destacaban unas pequeñas banderas estadounidenses. El no poder entender estos pequeños detalles diplomáticos que hieren la sensibilidad en muchas otras naciones pensaría que los pilotos españoles no conocen la historia o quisieron congraciarse con algún oficial de emigración estadounidense. El Rey de España visitaba nuestro archipiélago, acompañado de su séquito de empresarios, que en búsqueda de los privilegios contributivos que ofrece Puerto Rico, (beneficios que no tienen los puertorriqueños), venían, como en antaño, por las codiciadas pepitas de oro que ya para los 1540 estaban depositadas en las arcas de la “Madre Patria”.
El Rey Felipe VI en un derroche de ignorancia histórica o un arrogante ¿Que me importa? se atrevió a decir, en San Juan que durante la conquista “los nuevos territorios se incorporaban a la Corona en situación de igualdad con los demás reinos” no reconociendo, los siglos vividos en esta isla saqueada por ellos, donde se explotó la trata humana y una crueldad sin límites que desplegó la Corona contra Puerto Rico por 405 años antes de cedernos como propiedad a los EE.UU..Una vez más, la Monarquía española en su afán de servirse a sus propios intereses nos invade con los mismos saqueadores del pasado, con otro estilo, pero con la misma intención. Lo único que en esta ocasión los puertorriqueños no tenemos que llevarlos al río para probar que no son dioses.
Un poco de historia reciente
En el 2016 en el VII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) en la ciudad de San Juan, Puerto Rico se dirigieron a los presentes el director del Instituto Cervantes y el Rey Felipe VI de España, entre otros.
En aquel entonces, Eduardo Lalo escritor puertorriqueño que estaba en calidad de invitado a dicho Congreso escribió un artículo en el Nuevo Día titulado “Actos de barbarie” criticando a dos participantes de dicha actividad. Se refirió Lalo al director del Instituto Cervantes cuando éste recalcó el hecho de que era la primera vez que no se celebraba el Congreso en Hispanoamérica. Poco después, en su discurso el Rey Felipe VI, anunció que estaba contento de visitar a los Estados Unidos y de descubrir un lugar donde el español “mestizo” alterna con el inglés.
Lalo les respondió que es ahí, en el Congreso, el lugar y la ocasión para tratar esa historia y continuó diciendo que Puerto Rico no es parte de Estados Unidos, sino un territorio invadido por esa nación en la Guerra Hispanoamericana del 1898. Entonces España cedió esta tierra en el Tratado de París como botín de guerra, sin defender ni considerar en lo más mínimo, la suerte de sus habitantes”.
“Ignorar olímpicamente el grave problema político de Puerto Rico, del que también son responsables tanto España como Estados Unidos, es cuanto menos un acto de inconsciencia o ignorancia y, además, una violencia dirigida a nosotros que somos sus anfitriones. A un país y a un pueblo no se le invisibiliza ni se le saca de la familia de pueblos americanos, para echar hacia adelante una estrategia errada, condenada al fracaso, dedicada a respaldar el español en los verdaderos Estados Unidos”.
“Una vez más comprobamos la mojigatería de España y de otros pueblos americanos, que, ante la tragedia colonial de Puerto Rico, actúan como si ésta no existiera y nada tuviera que ver con ellos”.
“No vale el protocolo, el autobombo, la celebración miope e inconsecuente. Esperábamos más lucidez, solidaridad y responsabilidad de los que han optado por proferir hoy ante sus anfitriones tantas palabras vacías y bárbaras”.
“Ni la cultura ni la lengua son adornos para nosotros. Constituyen lo que nos ata a la vida y lo que nos permite día a día luchar encarnizadamente contra las condiciones históricas que hemos padecido y que aún padecemos”.
Lalo finaliza con “ese enfrentamiento con la barbarie de la historia es lo que nosotros, los puertorriqueños, hemos hecho sin respiro por demasiado tiempo, solos, sufriendo también la incomprensión y la ignorancia de los miembros de nuestra familia”.
Desnudemos los monumentos
Monika Therrien, profesora de Estudios Graduados de la Universidad Javeriana de Colombia nos dice que los monumentos son testimonio de procesos sociales históricos y fuente de información y conocimiento. “Su significación primordial es rememorar y evocar a la memoria un acontecimiento o una persona, y lo que representa para la sociedad y la ciudad”. Ana María Ferreira, profesora de la Universidad de Indianápolis nos explica que, “hay monumentos que se vuelven una agresión” para grupos históricamente discriminados. La destrucción de monumentos ha estado presente a lo largo de la historia de la civilización. Ha sido una forma de borrar de la memoria un personaje o hecho histórico para, en muchos casos, imponer un nuevo símbolo que represente una nueva era. Lo ocurrido recientemente se ha considerado una forma de expresión del descontento social, de demanda ciudadana y de nuevas creencias y principios que chocan con las representaciones de discriminación y estigmatización.
“La destrucción de los monumentos tiene que ver con la revisión de la historia, con analizarla desde otras perspectivas”, afirma la profesora Ferreira. “Son preguntas que antes no se hacían, porque estábamos consumiendo pasivamente la historia; creímos que ésta la cuentan los vencedores y no escuchamos a los vencidos. Tal vez es momento de destruir y cuestionar los monumentos, crear nuevos iconos o revalorarlos”, considera Ferreira. Aclarando que la historia en sí misma no se puede destruir. “Cuando las personas derriban monumentos no están destruyendo la historia, precisamente se está haciendo viva y activa; tumbar monumentos es pensar la historia, cuestionar las narrativas canónicas y hegemónicas”, expresa la profesora.
España y sus monumentos: la historia los condena.