Creemos que Connecticut sea un lugar donde todo el mundo es bienvenido, no importa de dónde vengan o quiénes sean. Queremos que este estado sea un lugar de oportunidades pueda prosperar y ser feliz.
En muchos aspectos Connecticut logra cumplir con estas aspiraciones. Nuestro estado siempre ha sido pionero en derechos civiles, y parece que nos hemos liberado de la oleada reaccionaria en otros estados más conservadores.
De todas las culturas, identidades, grupos étnicos y demás que viven en nuestro estado, nuestras autoridades siempre se han mostrado muy orgullosas de su devoción por proteger a uno en particular: los ricos. La gente con mucho dinero, dicen, son seres vulnerables que necesitan protección. No solo responden muy negativamente cuando se les critica, sino que además necesitan un ecosistema que les protege especialmente ya que si no se marchan.
Tenemos, por ejemplo, toda una serie de protecciones que impiden que nadie a los que los ricos consideren molesto viva cerca de ellos. Cada vez que alguien quiere construir viviendas asequibles en barrios pudientes, los municipios que los albergan trabajan a destajo para bloquear cualquier nueva construcción. Si eso fracasa, los ricos tienen muchos abogados listos para pleitear hasta que se larguen.
De todas las protecciones para millonarios en nuestro estado, sin embargo, la más importante son los impuestos. En Connecticut, Cuanto más dinero tienes, menor porcentaje de tus ingresos, gracias a nuestra combinación de impuestos sobre ventas altos, impuestos de propiedad muy bajos en municipios ricos, y un impuesto sobre la renta mucho más reducido que en estados vecinos. Los millonarios, por tanto, no solo viven en pueblos cerrados solo a gente de su clase social, sino que además lo hacen pagando menos que nosotros.
Esto es necesario, no obstante, porque dicen que si subimos estos impuestos los ricos se marcharán. Emigrarán. Nos abandonarán para siempre.
Me temo, sin embargo, que, aunque es cierto que los ricos son muy sensibles y tienen muchos abogados, esta idea de que huyen despavoridos a la que ven un tipo marginal un poco más alto resulta ser falsa. Es más, hay amplia evidencia empírica de que la presión fiscal tiene muy poco que ver con la decisión de dónde vivimos.
Podemos empezar mirando los flujos migratorios del Estado. Connecticut Voices for Children ha analizado datos del IRS evaluando en detalle quienes se van y quienes se mudan a nuestro estado según su nivel de renta. Las estadísticas muestran que Connecticut pierde población entre las familias que ganan menos de $200000 al año. De hecho, tres cuartas partes de la gente que abandonó el estado ganan menos de $75000. El único grupo en el que con ética gana población de forma consistente son familias con más de $200000 de ingresos anuales.
¿Por qué sucede esto? Thomas Cooke, del Better Connecticut Institute, ha publicado hace poco un informe al respecto revisando la literatura académica. Todo parece indicar que el principal motivo por el que una familia decide mudarse a otro estado es el coste de la vida, el total de gastos necesarios para vivir aquí. Para la inmensa mayoría de familias, el principal gasto es su vivienda, sea una hipoteca, sea lo que pagan de alquiler. Si tienen hijos, el segundo capítulo de gasto es casi siempre guarderías. Justo detrás, tenemos gastos de transporte. Connecticut resulta ser uno de los estados con costes de vivienda y guarderías más altos del país, y los costes de transporte muy por encima de la media.
Los ricos, sin embargo, suelen vivir cerca de lo que es su fuente de riqueza: sus empresas, sus contactos y círculos profesionales, y los puestos de trabajo mejor pagados. Cuanto más caro es un lugar más probable es que los ricos se muden a él, independientemente de sus impuestos, que son una fracción muy pequeña tanto de sus ingresos como de sus gastos. Subir los impuestos, por tanto, no suele tener efecto alguno en sus migraciones. Protestarán, llorarán, y escribirán artículos airados en prensa, pero en la práctica lo que les interesa son las condiciones económicas de un lugar, no la presión fiscal.
Podemos, por lo tanto, subir los impuestos a los ricos. Y podemos y debemos utilizar ese dinero para que Connecticut deje de ser tan caro para el resto de nosotros.