En el centro de la misma idea de la democracia está el voto. Nuestro sistema político está construido alrededor de un concepto muy sencillo: nosotros, el pueblo, escogemos a aquellos que nos gobiernan, y nosotros, el pueblo, podemos decidir echarlos en las urnas si hacen un mal trabajo.
Este mecanismo, no obstante, necesita verse acompañado de otro mecanismo paralelo para que sea efectivo. En una democracia, toda persona que quiera presentarse a unas elecciones debe tener el derecho a hacerlo. El sistema solo funciona como debe si los candidatos en las papeletas son el resultado de un proceso de selección abierto a todos, no un dictado de un grupito de gente influyente que decide por nosotros.
En Connecticut, como en casi todo Estados Unidos, utilizamos un sistema de elecciones primarias para escoger candidatos. Estos días, potenciales candidatos, voluntarios y activistas andan correteando por todo el estado recogiendo firmas para poder postularse en las primarias o intentando conseguir suficientes apoyos en las convenciones locales de su partido para estar en las papeletas.
Para los que, como un servidor, nos pasamos la vida obsesionados con la política, estos son días extraordinariamente interesantes. Llevamos semanas hablando con votantes y candidatos, montando eventos, buscando apoyos, organizando actos, haciendo puerta a puerta para recoger firmas y armando jaleo en distritos legislativos por todo el estado. Para la gente “normal” del estado, este proceso es casi invisible, a pesar de que entre hoy y el 11 de junio un puñado de cargos públicos, activistas y adictos a la política con demasiado tiempo libre estarán decidiendo qué candidatos estarán en nuestras papeletas las próximas elecciones.
Hay dos caminos principales para ser candidato en las primarias del 13 de agosto, cuando los partidos escogen a sus candidatos para las generales de noviembre. Tenemos, por un lado, la ruta de las convenciones locales, es decir, que el comité local del partido te nombre candidato. La persona que recibe más votos será el “candidato oficial” y ocupará la fila A en la papeleta. Todo aquel candidato que saque más de un 15% del voto también estará en las primarias.
Los que no llegan al 15% tienen que recoger firmas entre personas con derecho a voto de su partido en su distrito. El plazo para hacerlo es muy limitado (apenas dos semanas) y la cantidad requerida es considerable; un 1% del número total de votos en ese distrito en los últimos comicios. En un distrito a la cámara de representantes, esto son unas 300 personas; en el senado, 1,200. Validarlas es un proceso arduo y complejo, que requiere la intervención de varias personas.
Esto quiere decir, obviamente, que los candidatos realmente prefieren el apoyo de su comité local del partido. También significa que la gente que dirige estos comités es increíblemente importante a la hora de decidir quién será candidato en unas elecciones. Sospecho, querido lector, que no tiene ni la más remota idea sobre quién ocupa esos puestos en su ciudad o municipio.
Ojo, no les culpo. Es difícil prestar atención a todo, y la verdad, la inmensa mayoría de comités locales hacen un buen trabajo escogiendo candidatos. El problema es que eso no siempre sucede, y sea por rencores, torpeza o desavenencias ideológicas, estos comités cierran el paso a candidatos que merecen estar en la papeleta. Y una democracia, que unos pocos elijan quién puede presentarse a unas elecciones es siempre mala idea.
Afortunadamente, hay una solución muy fácil a este problema: reducir el número de firmas requeridas y ampliar los plazos. Es algo que hacen todos los estados de nuestro entorno, y que facilita que mucha más gente tenga acceso a la política. Tiene la ventaja adicional de que reduce la influencia de esos comités locales que quizás no estén por la labor de que alguien les critique demasiado, especialmente en esas ciudades con, digamos, una cierta “tradición” de elecciones cuestionables (léase Bridgeport).
Un sistema de primarias más accesible para candidatos (y partidos pequeños), por supuesto, no es una solución mágica. Aun así, abrir el sistema para hacer que las elecciones sean más competitivas y tengamos más donde escoger es siempre una buena idea, especialmente en lugares donde las élites locales no quieren que nadie se presente.