Permítanme decir algo obvio antes de comenzar: lo más importante de las elecciones de noviembre es que no permiten escoger. Nuestro sistema se basa en la idea de que nosotros escogemos quién manda. Resolvemos desacuerdos, disputas y conflictos mediante el debate y el voto. La violencia no tiene lugar en una democracia. El intento de asesinato contra el presidente Trump fue un acto atroz y despreciable, y condenamos rotundamente cualquier tipo de violencia política.
Dicho esto, nuestra fuerte condena no debe hacernos olvidar que elegimos. Porque este noviembre todavía tendremos que escoger a mucha gente, no solo al presidente, sino también legisladores federales y estatales. Y esa votación tendrá consecuencias reales.
Empecemos con el programa nacional del partido republicano, por ejemplo. Su punto de partida es el agravio, el pesimismo y el resentimiento. Es, en muchos aspectos, contraria a los mismos valores de América; somos un país optimista que siempre ha celebrado nuestra capacidad infinita para aprender y abrazar lo nuevo. Su pesimismo, su temor hacia el otro, contradice la defensa por la libertad que nos define.
Dejando de lado el tono, las prioridades y las ideas políticas del partido son devastadoras para las familias trabajadoras en nuestro estado. Los republicanos, a pesar de toda su retórica populista, sigue siendo el partido de los ricos, para los ricos. Trump ha propuesto tanto otra bajada colosal de impuestos para los muy ricos, como un aumento generalizado de impuestos para el resto. Su plan arancelario, que impone un impuesto del 10% sobre todas las importaciones al país, aumentaría los precios entre un 2.5% y un 7%, según varias estimaciones.
Dicho de otro modo: los republicanos están pidiendo abiertamente recortar impuestos a las grandes corporaciones y a los ultrarricos y cubrir la mayoría del déficit presupuestario pasando la factura literalmente a la clase media.
No es que sus números cuadren, de todos modos. Los recortes de impuestos propuestos son tan grandes que ni siquiera todos esos aranceles cubrirá los déficits. Así que los republicanos en el Congreso llevan años clamando por recortes de gasto social en programas como SNAP o Medicaid. A pesar de todo el discurso sobre la protección de la Seguridad Social y Medicare, el GOP tiene toda la intención de recortar el gasto en salud y dejar a millones de personas sin seguro. Cada uno de estos cambios significará dejar a millones de familias trabajadoras, niños, ancianos y discapacitados sin tener a donde ir, mientras riegan a multimillonarios y corporaciones con miles de millones de dólares.
Los republicanos, por supuesto, no sólo son el partido de los ricos. Son también un partido que niega el cambio climático. Mientras aguantamos olas de calor cada vez más frecuentes, quieren contaminar más, eliminando prácticamente cualquier regulación ambiental existente, dando rienda suelta a la industria de los combustibles fósiles y deshaciendo esencialmente todos los avances de los últimos años.
Empeorando las cosas, Trump ha abogado abiertamente por meter a millones de inmigrantes, nuestros vecinos, amigos y familia, en campos de concentración, organizando el programa de deportación masiva más grande en la historia de Estados Unidos. A pesar de su retórica de “derechos de los estados”, nadie duda que intentarán prohibir el aborto sin excepciones si ganan en noviembre.
Por encima de todo, ni a Donald Trump ni a su nueva elección de vicepresidente, J.D. Vance, les importa lo más mínimo la democracia. El expresidente, además de ser un estafador y un delincuente condenado en los tribunales, organizó lo que solo puede describirse como un golpe de estado en 2020 después de perder las elecciones. Ha tenido que cambiar su VP porque envió una turba al Capitolio con el único objetivo de ahorcar a su predecesor en el cargo en el National Mall. Mike Pence no ha respaldado a su antiguo jefe, no por diferencias políticas, sino porque casi lo linchan cuando se negó a invalidar el resultado electoral.
Volvamos, entonces, a nuestra elección este noviembre. Los republicanos han sido muy, muy claros sobre para quién gobernarán, y no somos nosotros. Su candidato a la presidencia no cree que las elecciones y la democracia importen. Estos, me temo, sigue siendo la decisión más importante que afrontamos en las urnas de aquí cuatro meses.