Sea que lo creamos o no, los seres humanos necesitamos tener comunión con Dios. Fuimos creados para adorar a Dios. La Biblia dice: “Todo lo que respira alabe al SEÑOR” (Salmo 150:6). La comunión con Dios es la relación íntima y profunda que tiene una persona con Su Creador.
Tener una relación con Dios es un privilegio, es un regalo inmerecido. Los hombres y mujeres que pueden hablar con Dios son llamados amigos de Dios. Son instruidos, guiados, consolados, animados, exhortados y disciplinados directamente por Él. ¿¡No te parece maravilloso escuchar palabras de amor y esperanza de la misma boca del Todopoderoso!?
Sin embargo, no todas las personas pueden acercase a Dios. En el Salmo 24 David se plantea esa interrogante: “¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién estará en su lugar santo? Después de meditar, David se responde a sí mismo: “El de manos limpias y corazón puro; el que no ha alzado su alma a la falsedad, ni jurado con engaño” (vv. 3-4).
Esto quiere decir que el requisito que Dios exige para que una persona pueda entrar en Su presencia y tener comunión con Él es que tenga las manos limpias y el corazón puro. Pero ningún ser humano puede cumplir este requisito. Solo hay Uno que tiene las manos limpias y el corazón puro cuya adoración en pensamiento, palabra y obra es agradable y completamente aceptable para Dios: Cristo.
Solo los que están en Cristo pueden acercarse a Dios. Jesucristo dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan. 14:6). El requisito para tener comunión con Dios es Cristo. La sangre del Hijo de Dios lava los pecados y purifica el corazón de los pecadores.
Gracias al sacrificio de Jesucristo en la cruz del Calvario los creyentes podemos entrar confiadamente al trono de gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos. 4:16).
¡Esto es un privilegio que no tiene comparación! Todos somos pecadores y no alcanzamos la gloria de Dios. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia [nosotros] hemos sido salvados!” (Efesios 2:4-5).
Ahora todos los que creemos en Cristo Jesús podemos tener comunión con Dios. Lo triste del asunto es que no estamos disfrutando de este maravilloso regalo como deberíamos. No estamos buscando el rostro del Señor con hambre y sed de Su Palabra. Cada día nuestras oraciones son más cortas e infructuosas. Por lo general andamos apurados, con miles de asuntos urgentes por resolver que preferimos dejar para después la comunión con Dios.
¿Acaso creemos que podemos vivir separados de Dios? ¿Aún pensamos que podemos arreglárnosla por nosotros mismos? “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer”, dijo Jesús (Juan 15:5).
He aquí tres pasos para mantener la comunión con Dios
1. Reconozcamos nuestra dependencia de Dios. Abramos nuestras Biblias cada día para ver a Dios y apoyarnos en Él. Necesitamos de Su Palabra, así como necesitamos de los alimentos diarios para subsistir. Reconozcamos nuestra sequedad espiritual y digámosle a Dios en cada amanecer: “Señor: yo dependo de ti”.
2. Oremos con acciones de gracia. La oración es una expresión de dependencia de Dios. Es por medio de la oración que hablamos con Dios. No lo hacemos por nuestros propios méritos, sino por los méritos de Cristo. Recordemos con acciones de gracia quién es Dios y lo que ha hecho por nosotros a través de su amado Hijo Jesucristo.
3. Leamos y meditemos día y noche en Su Palabra. Por medio de la oración nosotros hablamos con Dios y a través de Su Palabra Él habla con nosotros. Si quieres conocer íntima y profundamente a Dios pasa tiempo leyendo las Escrituras. Medita en ellas, memorízalas, y asegurarte de obedecer todo lo que allí está escrito. Solamente entonces prosperarás y te irá bien en todo lo que hagas (Josué 1:8-10).
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