No cabe duda de que la intransigencia puede manifestarse en cualquier nivel y esfera de la vida. Es cierto que, en ocasiones, ser intransigente no solo es necesario sino incluso valioso. Pero no es menos cierto que la mayoría de las veces la intransigencia causa más problemas de los que soluciona.
¿Qué es la intransigencia?
La intransigencia es un concepto que implica no ceder. La persona intransigente está convencida de que su punto de vista es justo, razonable o verdadero. Y por eso no cede ni un milímetro. Desde esta perspectiva, se ha asociado con características positivas como la tenacidad, la persistencia y la perseverancia.
Sin embargo, el significado de la intransigencia también es lo opuesto a transigir, que proviene del latín transigĕre e indica ceder parcialmente con el objetivo de llegar a un acuerdo, buscar un punto en común y acabar con las diferencias.
Esta perspectiva revela el lado más oscuro de la intransigencia y la aleja de la sensatez. De hecho, a menudo la intransigencia roza la terquedad con matices de egoísmo, sustentada en la incapacidad para actuar con flexibilidad cuando las circunstancias cambian.
¿Qué significa ser intransigente?
Todos podemos ser más o menos intransigentes en determinadas situaciones. No transigir en la defensa de nuestros derechos asertivos es positivo, por ejemplo. También podemos exigir que se nos trate con respeto y dignidad. O mantener una postura firme e inamovible contra la violencia. Sin embargo, debemos tener cuidado de no convertirnos en personas intransigentes.
En esos casos la intransigencia está vinculada a un deseo de no comprometerse con el otro. Es un parapetarse detrás de nuestra postura usando nuestras creencias e ideas como armas arrojadizas sin la menor intención de tender puentes. Como resultado, las personas intransigentes suelen desarrollar un patrón psicológico: se vuelven renuentes a adaptar su visión del mundo a la realidad.
De hecho, en muchos casos “la actitud intransigente es más indicativa de una incertidumbre interior que de una profunda convicción”, como explicó el filósofo Eric Hoffer. “La postura intransigente se dirige más contra la duda interior que contra el agresor exterior”.
A veces la intransigencia no surge de creencias sólidas y convicciones férreas, como nos gusta pensar, sino que es más bien la respuesta de un ego que se siente atacado y quiere defenderse. A fin de cuentas, a veces hay que tener más seguridad y confianza en uno mismo para abrirse al diálogo que para cortar la comunicación. Por eso, la intransigencia puede ser la expresión de un miedo a descubrir que nuestras creencias, valores e ideas no son tan sólidos como pensábamos.
De hecho, somos más resistentes al compromiso e intransigentes en algunos temas que otros. Un estudio realizado en la Universidad de Nebraska-Lincoln descubrió que en entornos de gran incertidumbre que son percibidos como una amenaza, las personas más conservadoras suelen mostrarse más intransigentes y menos dispuestas al cambio y el compromiso.
Desde esta perspectiva, la intransigencia puede ser una respuesta extrema a la incertidumbre porque aferrarnos a nuestras ideas, creencias y estereotipos nos brinda una sensación de seguridad. Esta actitud se convierte en una especie de tabla salvavidas y escudo para proteger un ego que se siente amenazado en un mundo que está cambiando.
Los psicólogos concluyeron que “las personas con convicciones morales más fuertes y actitudes más extremas sobre un tema en particular fueron más agresivas al negociar, lo cual contribuye a negociaciones fallidas”.
Creen que “la convicción moral activa una mentalidad que dificulta ofrecer concesiones, haciendo incluso que las personas desprecien o sientan más antipatía por su oponente”.
La intransigencia llevada al extremo, como casi todo en la vida, es dañina. Psicólogos afirman que cuando las personas logran distanciarse lo suficiente de una situación, suelen actuar de manera más intransigente rigiéndose por un razonamiento consecuencialista de medios y fines. Es decir, se convencen de que los medios justifican los fines y toman decisiones más extremas que a menudo causan daño a los demás.
El principal problema de la intransigencia es que a menudo dinamita los puentes del entendimiento. Cuando nadie está dispuesto a dar los pequeños pasos necesarios para acercar posturas dejando atrás la zona de confort en la que se encontraban, lo más probable es que la brecha se agrande.
La principal consecuencia de esa actitud intransigente es la confrontación directa. Una batalla – literal o metafórica – en la que hay un vencedor y un vencido.
No obstante, tampoco se puede demonizar la intransigencia. Hay ocasiones en las que no debemos transigir. Pero también debemos ser conscientes de que las situaciones en las que debemos ser firmes no son tantas como nuestro ego nos hace creer.
En la vida cotidiana, suele ser mucho más inteligente y asertivo flexibilizar posturas y llegar a acuerdos. Generalmente es mejor enfocarnos en lo que nos une que en lo que nos diferencia.
¿Cómo lidiar con una persona intransigente?
- Nivela tus expectativas. Aunque es muy difícil no albergar expectativas sobre el comportamiento de los demás y sobre cómo deben ir las cosas, lo cierto es que si esperamos que las personas intransigentes se pongan en nuestro lugar y nos comprendan, probablemente terminaremos terriblemente decepcionados y frustrados.
- Gestiona tus emociones y sentimientos. Las personas intransigentes pueden llegar a ponernos de los nervios. Lo ideal es que respires profundamente. Te relajes. Asumas una distancia psicológica. Y solo entonces, decidas qué hacer.
- No te lo tomes como algo personal. Cuando dejamos que las emociones tomen el mando, es fácil llevarlo todo al terreno personal. No es nada personal. Es tan solo una experiencia más.
- Ve directo al punto. Cuando nos encontramos ante una persona intransigente, nuestra primera reacción suele ser intentar convencerle. Por eso, lo mejor es mantener una comunicación clara y concisa.
- Haz notar el comportamiento intransigente. En algunas ocasiones hacerle notar a la otra persona que está comportándose de manera intransigente puede ser clave para penetrar su barrera. Tan solo debes limitarte a hacer notar, sin ánimos de culpabilizar, cómo esa intransigencia te está afectando o explicar sus consecuencias futuras.