DEIR AL-BALAH, Franja de Gaza (AP) — Ne’man Abu Jarad se sentaba en una lona en el suelo. A su alrededor había otras colgadas de cuerdas para formar las paredes de su carpa. Durante el último año, Ne’man, su esposa, Majida, y sus seis hijas han recorrido la Franja de Gaza tratando de sobrevivir mientras las fuerzas israelíes sembraban la destrucción a su alrededor.
Es muy diferente de su casa en el norte de Gaza, un lugar de reconfortante rutina, afecto y seguridad. Un lugar donde los seres queridos se reunían en la azotea entre el olor de las rosas y el jazmín.
“Tu hogar es tu patria. Todo lo bueno en nuestra vida era el hogar”, dijo Ne’man. “Nos falta todo eso”.
La familia perdió esa estabilidad cuando Israel lanzó su campaña en Gaza en represalia por el ataque de Hamás del 7 de octubre.
En las semanas y meses que siguieron, hicieron exactamente lo que ordenaron los israelíes. Obedecieron los avisos de evacuación, moviéndose a donde les decía el Ejército. Huyeron siete veces. Cada vez, sus vidas se volvían más irreconocibles.
The Associated Press siguió el rastro del viaje de la familia. La guerra ha desplazado a casi toda la población de Gaza, 1,9 millones de sus 2,4 millones de palestinos. Como los Abu Jarad, la mayoría se han visto desarraigados varias veces.Para esta familia, el viaje les ha llevado desde una vida cómoda de clase media a la ruina.
Antes de la guerra: Una vida acogedora
Los días eran sencillos en su vida en el extremo norte de la Franja de Gaza. Ne’man trabajaba como taxista. Majida llevaba a las niñas a la escuela y después pasaba la mayor parte del día haciendo tareas domésticas. Su rostro se ilumina cuando habla de su cocina, el centro de la vida familiar.
Ne’man plantó una parra en el jardín y llenó el tejado con macetas de flores. Regarlas era un ritual relajante. Familiares y amigos se sentaban en las escaleras delanteras o en el tejado para charlar.
“La gente decía que teníamos perfume por lo hermosas que eran las flores”, dijo.
7 de octubre: el ataque
El 7 de octubre, la familia oyó los cohetes de Hamás y las noticias del ataque. Sabían que la respuesta israelí sería rápida. Su casa, a unos 2 kilómetros (1,2 millas) de la cerca fronteriza, estaría en el frente.
Para las 9 de la mañana, la familia había empacado lo que había podido y huyó, mientras Israel emitía una de sus primeras órdenes de evacuación de la contienda.
“No tiene sentido ser testarudo y quedarse”, dijo Majida.
7-13 octubre: quedándose cerca
La familia intentó quedarse cerca, y fueron con los padres de Majida en la localidad vecina de Beit Lahiya.
“Me sentía en casa”, dijo Majida, “pero vivíamos en el miedo y el terror”.
Beit Lahiya ya sufría fuertes bombardeos. Durante los seis días en los que estuvieron allí hubo al menos nueve impactos de proyectiles israelíes que mataron a docenas de personas, según el grupo que monitorea la guerra Airwars.
Conforme se acercaban las explosiones, la metralla perforó los depósitos de agua de la casa. Las ventanas vibraban y la familia temblaba dentro.
Era hora de volver a mudarse.
13-15 de octubre: refugio en hospital
Cuando llegaron al Hospital de Al-Quds, la familia vio por primera vez la escala de los desplazamientos.
El edificio y su recinto estaba abarrotado por miles de personas. Encontraron un pequeño hueco en el suelo, apenas lo bastante grande para extender su manta.
Majida recuerda que era una noche oscura y había ataques. “Los mártires y heridos estaban tirados por el suelo”.
Al día siguiente, un ataque alcanzó una casa a unos pocos cientos de metros, donde mató a un médico y a unas dos docenas de familiares.
El ejército israelí ordenó que todos los civiles abandonaran el norte de Gaza, lo que provocó una oleada de cientos de miles de personas que se dirigían al sur a través de Wadi Faza, un arroyo y una zona de humedales que separa el norte del resto del territorio.
La familia se sumó al éxodo. Su hija mayor, Balsam, fue con su bebé para reunirse con su esposo en otro lugar. Majida, Ne’man, la hermana de él y las niñas se dirigieron al sur.
15 de octubre – 26 de diciembre: una escuela abarrotada
La familia caminó 10 kilómetros (6 millas) a una escuela dirigida por Naciones Unidas en el campo de refugiados de Nuseirat.
Cada salón y pasillo estaba abarrotado. Majida, las hijas y la hermana de Ne’man encontraron un hueco diminuto en una sala que ya acogía a más de 100 mujeres y niños. Ne’man se instaló con los hombres en carpas en el exterior.
Se quedaron más de 10 semanas. Majida y las niñas dormían acurrucadas en el suelo, sin poder siquiera extender las piernas. Cuando llegó el invierno no había mantas suficientes. Apenas había unos pocos retretes para miles de personas. La gente pasaba semanas sin bañarse. Las enfermedades cutáneas se propagaban.
Las niñas iban a diario a hacer fila en las pocas panaderías que aún funcionaban, y en ocasiones regresaban con sólo un pan. Una vez, Ne’man y sus hijas caminaron 5 kilómetros (3 millas) a la ciudad de Deir al-Balah en busca de agua potable. Consiguieron algo menos de dos litros (medio galón).
Mientras continuaban los ataques, la familia decidió ir lo más lejos posible y caminó 20 kilómetros (12 millas) a Rafah, en el extremo meridional de Gaza.
26 de diciembre a 14 de mayo: la vida en una carpa
La familia Abu Jarad no era la única. Conforme las órdenes de evacuación israelíes iban abarcando terreno en Gaza, casi la mitad de la población se hacinó en Rafah.
Allí supieron por primera vez cómo era vivir en una carpa.
Se instalaron entre las decenas de miles de tiendas levantadas a las afueras de Rafah, cerca de unos almacenes de ayuda de la ONU conocidos como “los barracones”.
“En invierno fue un infierno”, dijo Majida. “Dormíamos en el suelo, sin nada debajo, ni mantas”.
No tenían dinero para comprar comida, mientras los precios del mercado se disparaban. Sobrevivieron con las entregas de la ONU de harina y otros productos básicos.
Como muchos otros, pensaban que Rafah era el último lugar seguro de Gaza.
Pero a principios de mayo, Israel ordenó la evacuación de toda Rafah. Las tropas llegaron a la ciudad. Los bombardeos se intensificaron.
Ne’man y Majida intentaron quedarse todo lo posible. Pero un ataque aéreo cayó cerca, dijo él, y mató a cuatro primos de Ne’man y una niña pequeña.
16 de mayo a 16 de agosto: “zona humanitaria”
Los palestinos que habían abarrotado Rafah —más de un millón— volvieron a salir de nuevo, dispersándose por el sur y el centro de Gaza. Nuevas ciudades de carpas llenaron playas, campos, patios de escuela, cementerios, vertederos, cualquier espacio abierto.
Los Abu Jarad fueron a pie y en carro tirado por burro hasta que llegaron a un antiguo parque de diversiones conocido como Asdaa City. La rueda de la fortuna se alzaba sobre el campamento.
Allí, en Muwasi, una zona árida de dunas y campos junto a la costa, Israel había declarado una “zona humanitaria”, aunque había poca ayuda, comida o agua.
Las comodidades que antes daban por sentadas eran ahora recuerdos lejanos. La cocina era una pila de ramas para encender una hoguera y dos piedras para sostener una olla sobre el fuego. Un cubo de agua ocasional en lugar de la ducha. El jabón era demasiado caro. Todo estaba sucio y lleno de arena. Había insectos.
16 de agosto: huir al mar
Incluso la “zona humanitaria” era insegura. Un ataque a menos de un kilómetro (media milla) de distancia obligó a Majida y Ne’man a desarraigar a su familia una vez más. Se fueron hacia la costa mediterránea sin saber dónde se quedarían.
Por suerte, encontraron conocidos.
“Que Dios les bendiga, no abrieron su tienda y nos dejaron vivir con ellos 10 días”, dijo Ne’man.
Finales de agosto: trasladarse de nuevo, sin final a la vista
Cuando regresaron a Muwasi, los Abu Jarad descubrieron que les habían robado en su tienda: su comida, ropas, todo desaparecido.
Desde entonces, las semanas se confundan. La comida es aún más difícil de conseguir, los suministros que llegan a Gaza han caído a sus niveles más bajos.
Los drones israelíes zumban en el cielo. El agotamiento mental le pesa a todo el mundo.
Todos sueñan con su hogar. Ne’man dijo que se había enterado de que un ataque destruyó la casa contigua de su hermano y dañó la suya.
Piensa en sus flores. Tiene la esperanza de que sobrevivieran, incluso si la casa se ha perdido.