Llegaron las fiestas, y con ellas, la temporada de películas navideñas de Hallmark. Connecticut se ha convertido en un elemento recurrente del género, ya que muchas de estas películas se han filmado en pueblos de todo el estado. El pintoresco encanto de Nueva Inglaterra sigue vigente.
Aunque no soy precisamente un fanático del género (¡es mi esposa quien las ve, lo juro!), estas películas siempre siguen el mismo patrón. Los protagonistas (bibliotecarios, creativos de agencias de publicidad, escritores o abogados) terminan varados durante las fiestas en algún pueblo increíblemente bonito tras algún imprevisto climático o familiar. Conocen a los lugareños, asisten a eventos festivos y redescubren el amor y/o el verdadero significado de la Navidad. Son historias dulces, encantadoras, predecibles. Todas ellas comparten, no obstante, la triste realidad de que los pueblos donde tienen lugar son ilegales en nuestro estado.
En estas películas, la gente camina mucho. Dan lindos paseos por plazas con ferias navideñas; visitan librerías, galerías de arte, tiendas de juguetes, antigüedades y ferreterías. Pasan el rato en cafeterías y restaurantes, asisten a bailes y representaciones festivas, y se abrazan en parques encantadores, a menudo sin un coche a la vista. Aunque hay algunos lugares en Connecticut donde esto es posible, este tipo de centros urbanos agradables, acogedores y vibrantes son cada vez más inusuales, principalmente porque los reglamentos urbanísticos los hacen inviables.
Tomemos, por ejemplo, el reglamento para plazas de aparcamiento de un suburbio típico de Connecticut, Orange. No lo elijo por ninguna razón en particular; estas regulaciones son bastante similares a las que encontrarás en la gran mayoría de los pueblos de nuestro estado. Una librería medio decente necesita unos 4,000 pies cuadrados de espacio comercial. Según las normas locales, deben ofrecer 20 plazas de estacionamiento. Cada aparcamiento requiere alrededor de 330 pies cuadrados, incluyendo los accesos; como resultado, nuestra pintoresca librería estaría legalmente obligada a estar rodeada por 6,000 pies cuadrados de asfalto. Las mismas normas se aplican a cualquier tienda; nuestra encantadora zona comercial tendría cuatro o cinco establecimientos rodeados por un acre de asfalto para autos.
Hay más. Tanto la cafetería como el restaurante también tienen requisitos de estacionamiento; un diner normalito con 120 plazas y 3,000 pies cuadrados de comedor necesita treinta plazas. Una cafetería añade treinta plazas más. El acogedor teatro para la representación navideña podría tener capacidad para 200 personas, lo que implicaría 50 espacios para coches adicionales.
Pueden hacerse una idea del tipo de “centro” que este tipo de ordenanzas produce: edificios pequeños, rodeados por inmensos e interminables estacionamientos. Esto es exactamente lo contrario de lo que queremos en una película navideña. Tendremos calles inhóspitas, repletas de autos, profundamente feas y desagradables. No hay nada más contrario al espíritu navideño que un mar de asfalto con coches aparcados, pero ese es el único tipo de urbanismo que permiten nuestras ordenanzas.
Si queremos centros urbanos como los que vemos en las películas, debemos eliminar los requisitos mínimos de estacionamiento. Las normas actuales son completamente arbitrarias, fruto de manuales obsoletos y de los caprichos de los planificadores urbanos. Son totalmente excesivas y hacen imposibles los encantadores centros peatonales que parecen gustarnos tanto. Librerías, restaurantes, jugueterías y otros pequeños negocios deberían poder decidir por sí mismos cuánto espacio quieren dedicar a los autos, en lugar de verse obligados a pavimentar la mitad del centro urbano.
Al eliminar las regulaciones sobre aparcamiento, las tiendas suelen sorprenderse del hecho de que a sus clientes no les molesta andar. No les importa aparcar en otro sitio y caminar un par de calles, especialmente cuando las calles sin coches resultan ser mucho más agradables. La densidad también facilita mucho el servicio de transporte público en la zona. Y si construimos algo de vivienda cerca o incluso encima de nuestros agradables espacios comerciales (porque se pueden combinar usos en un mismo lugar, aunque la mayor parte de nuestro urbanismo también lo prohíbe), ni eso van a necesitar.
Para recuperar el espíritu navideño, entonces, y los encantadores pueblos de Connecticut que tanto nos gustan, debemos abolir los requisitos mínimos de estacionamiento en todo el estado. Es hora de hacer nuestras ciudades transitables para peatones, recuperar todo ese espacio para autos y poder vivir sin manejar, aunque sea durante las fiestas. Arreglarlo es literalmente gratis y haría de nuestro estado un lugar mucho más agradable.