“La fuerza de una madre es más grande que las leyes de la naturaleza. Es frágil como rosa, hermosa como playa, pero fuerte como ola, si es necesario, capaz de mantener una familia sola”
Cuando somos pequeños vemos en una madre a una heroína que todo lo puede, que con su fuerza nos protege, y que con su sabiduría nos guía. Pero a medida que vamos creciendo nos vamos dando cuenta que no solo todo lo puede, sino que, además, es la luz que ilumina nuestro camino.
Como cada año, en el mes de mayo, celebraremos el día de esas valientes mujeres que han luchado incansablemente por sacar a su familia adelante; han cuidado su vientre por nueve meses, sin importar si pierden su figura esbelta, tan solo engordando y cuidando su vientre, que crece día tras día, pasando tantas incomodidades, pero con la esperanza de ver nacer a aquel pequeño ser, que tanto han cuidado.
Los dolores de parto se complican, pero eso no importa; están dispuestas a soportar el máximo dolor por ver nacer al ser entretejido en las profundidades de sus entrañas. Aquella madre cansada, adolorida y bastante débil, por fin logra cargar entre sus brazos al bebé que tanto esperaba; y entre suspiros y sonrisas se olvida del dolor y la incomodidad de esos nueve meses, lo arrulla entre su pecho, lo protege entre sus brazos, y con una tierna sonrisa, exclama: “¡Bienvenido mi pedacito de vida!”
Los primeros roces, los primeros olores, las primeras voces que escuchamos vienen de la madre; nos formamos dentro de su vientre, y así continúa. Toda la etapa uterina queda en nuestros registros más internos, pero en nuestras primeras experiencias y las más primarias está el contacto con la madre, con quien nos formamos. Es la persona que está más cerca para acompañarnos a través de toda la trayectoria vital. La madre es la que nos cuenta la vida, cómo es la vida, la que nos traduce el mundo, la que nos va armando y organizando los recuerdos que tenemos de la infancia.
Las madres son el comienzo de la vida, la protección, la alegría y la esperanza. Ser madre no significa solamente criar y satisfacer las necesidades de sus hijos. Representan el amor y apoyo incondicionales en su desarrollo como personas.
Y así pasan los años, entre suspiros, alegrías y tristezas. Aquella mujer es capaz de guardar todo en lo profundo de su alma por ver crecer a sus hijos, verlos forjados como grandes profesionales ante la sociedad. Sin importar si cuenta con un cónyuge o es madre y padre a la vez, continúa arrullándolos, persiguiendo lo mejor para ellos, dándolo todo de sí cada día, y aunque para algunos sus niños sean unos rebeldes, para ella siguen siendo los tesoros de su corazón.
Pero, en un momento de la vida, nos damos cuenta de que una madre también tiene sentimientos y que sufre como nosotros y, de repente, sentimos empatía por todo el daño que quizá le hayamos causado sin tan siquiera darnos cuenta de que ella, también llora. Pero sus lágrimas son de fuerza, valentía y coraje…, lágrimas que sin duda deben ser consoladas con el amor incondicional de sus hijos.
Su experiencia le hace tener sabios conocimientos acerca de la vida, sin necesidad de tener una carrera ni de haber estudiado un máster. Su inteligencia es la más valiosa que existe para nuestros corazones de hijos. Ella sabe cómo llevarnos a la felicidad en el momento más oscuro, y también sabe perfectamente cómo reconfortarnos en los momentos más complicados.
De niños sus lágrimas no las entendemos, y de adultos, nos preocupan, porque sabemos que en un tiempo ella lo era todo para nosotros, pero ahora comprendemos que somos nosotros quienes formamos su mundo, y que ella, es el centro de nuestro universo. Una madre es amor, un amor puro que todo lo puede. Porque madre solo hay una, y como ella, no habrá ninguna.
Muchos tienen a su madre viva, pero no la valoran; otros la tienes lejos y desearían tenerla cerca, y otros, lamentan en el vacío de su soledad la falta que les hace aquella mujer, que estuvo con ellos acojinándolos del sol del día, y protegiéndolos de la briza de la noche, pero que lamentablemente, ya no pueden decirle ni una sola frase, ya que su madre, ha abandonado este mundo lleno de aflicciones, y ahora se encuentra en un lugar mejor, donde reina la paz y el amor por doquier.
El Día de las Madres, que se celebra en este mes, me produce sentimientos encontrados. Considero conmovedor hacer una pausa para rendir homenaje al vínculo materno —quizás el más fuerte que uno establece a lo largo de la vida—, reconocer el esfuerzo de esa mujer admirable que, además de tenernos nueve meses en su vientre, nos alimentó con su cuerpo, nos cambió los pañales y nos ha dedicado su vida entera.
Estas palabras son dirigidas al corazón de una madre, abnegada por amor a sus hijos, esa madre llena de virtudes y amor, que ha defendido a su familia más que cualquiera, ha aguantado tantas veces maltratos por amor al ser de sus entrañas, ha trabajado incansablemente, nunca ha buscado su propio beneficio, tan solo se ha sacrificado por los seres que amas tanto.
Eres una mujer virtuosa, y como dice Proverbios 31:39: “Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas a todas”. Y en este día muy especial, elevo mis oraciones al Creador, para que bendiga a todas esas valientes mujeres, las guarde siempre, y les conceda los anhelos de su corazón. En este día y siempre, les deseo: “Un feliz Día de las Madres”.