La cebolla es uno de los alimentos más utilizados en la gastronomía mundial, pero más allá de su papel en la cocina, posee un notable valor terapéutico. Originaria de Asia Central, según el Ministerio de Agricultura, su cultivo se remonta a más de 5.000 años a. C., y en el Antiguo Egipto llegó a ser considerada un alimento sagrado por sus efectos beneficiosos para la salud.
Este bulbo, perteneciente al género Allium, comparte familia con el ajo, las chalotas y los puerros. Su versatilidad le ha permitido integrarse en múltiples tradiciones culinarias, y al mismo tiempo ha sido objeto de estudios que han confirmado sus cualidades para prevenir enfermedades y fortalecer el organismo.
¿Por qué comer cebolla es tan bueno para la salud?
De acuerdo con la Fundación Española del Corazón, la cebolla destaca por su bajo aporte calórico y su elevado contenido en agua, lo que la convierte en un ingrediente ligero y saludable. Aporta fibra, que facilita el tránsito intestinal, además de minerales como potasio, calcio, hierro, magnesio y fósforo. También contiene vitaminas del grupo B, así como vitamina C y E, estas últimas con efecto antioxidante.
Según Healthline, la cebolla es una excelente fuente de flavonoides, entre ellos la quercetina, un compuesto antioxidante y antiinflamatorio capaz de reducir la presión arterial y mejorar la salud cardiovascular. Asimismo, aporta antocianinas y fisetina, sustancias que diversos estudios relacionan con la protección frente a enfermedades cardíacas y procesos cancerígenos. Una investigación de 2020 mostró que las ratas con diabetes que recibieron cebolla en polvo deshidratada redujeron sus niveles de glucosa en sangre, además de mejorar parámetros como los triglicéridos y el colesterol. Estos hallazgos sugieren que su consumo podría desempeñar un papel en la regulación metabólica.
Un artículo del Ministerio de Agricultura subraya que la cebolla contiene compuestos prebióticos como la inulina y los fructooligosacáridos. Estos nutrientes favorecen el desarrollo de bacterias intestinales beneficiosas, lo que repercute en una mejor digestión, mayor inmunidad y menor inflamación. Este efecto prebiótico ayuda a fortalecer la microbiota, esencial para el equilibrio del organismo.
La Fundación Española del Corazón también destaca sus compuestos azufrados, como la alicina, con propiedades antibacterianas y antifúngicas. Estos elementos contribuyen a prevenir infecciones y reducir el colesterol, lo que amplía el abanico de beneficios asociados a su consumo habitual.
Además, los flavonoides de la cebolla pueden mejorar la densidad mineral ósea. Un estudio de 2024 observó que el extracto de estos compuestos favoreció la salud de los huesos en ratas con osteoporosis, lo que abre la puerta a nuevas investigaciones en humanos sobre su papel en la prevención de la pérdida ósea. Este alimento se ha consolidado como un recurso natural para aliviar dolencias comunes. Tradicionalmente, se ha utilizado para calmar la tos, el dolor de garganta o los resfriados, debido a su efecto calmante y antiséptico. Su variedad de formas de consumo —cruda, cocida o frita— y la diversidad de tipos, como la Valenciana, la Figueres o la Dulce de Fuentes de Ebro, demuestran su importancia cultural y nutricional.