“Deberíamos vivir tantas veces como los árboles, que pasado un año malo, echan nuevas hojas y vuelven a empezar”
La realidad no siempre es lo que parece. ¿Y si los buenos fueran los malos, y los malos, buenos? Nada, absolutamente nada es lo que parece. Transformar la experiencia, sanarnos, y con ello sanar al mundo, muchas veces nos exige una transformación muy profunda en nuestra mirada.
Cuando nos enfrentamos a un gran cambio en nuestras vidas, sin importar su naturaleza, puede ser difícil de aceptar. Nuestros puntos de referencia se ponen al revés, nuestros hábitos son arrasados y a veces podemos experimentar un sentimiento de desesperación. Ya sea que tomamos la iniciativa para hacer este cambio o que fue algo forzado, puede ser un desafío sentirse en paz de nuevo.
Nos sentimos afectados porque actualmente estamos experimentando algo grande y nuevo en nuestras vidas. Aunque parezca obvio, es importante reconocerlo. A menudo es difícil darse cuenta de la importancia de lo que estamos sobrellevando porque estamos atrapados en el remo-lino que este cambio está causando en nuestras vidas.
La presión social, la manera en que los demás nos miran, la necesidad de parecer fuerte… Todas estas cosas nos apresuran a decir que estamos bien y que tenemos control de la situación, aun si nos sentimos perdidos. Está bien no sentirse fuerte, está bien sentirse totalmente perdido o agita-do; no es malo. El saber y reconocer estas emociones fuertes es bastante saludable.
Cuando ocurren cosas no siempre son fruto del azar o del destino, muchas veces pasan porque nos hemos esforzado, porque hemos trabajado para conseguirlas o porque era el momento oportuno. Hay cosas que, efectivamente, pasan por algo. Porque nos hemos esforzado, porque hemos dado todo nuestro ser para alcanzar ese logro tan ansiado y el destino nos ha dado por fin aquello que soñábamos.
Ahora bien, en el otro lado de la moneda también están esas otras cosas que no suceden porque no era el momento, porque la situación no era la propicia y simplemente, las cosas no sucedieron como deseábamos.
Resulta curioso ver cómo la vida está siempre suspendida en esta esa extraña balanza en la que, en ocasiones, todo encaja y por momentos todo parece estar al revés. Esperamos tantas cosas en el día a día que a veces tenemos la sensación de que nada avanza ni llega, y que el destino se ha olvidado de nosotros. Ahora bien, es necesario enfocar las cosas desde otra perspectiva.
Somos responsables de nuestra existencia, si queremos algo debemos salir a buscarlo. El destino y la suerte nos pueden acompañar muy de vez en cuando, pero somos nosotros mismos con nuestra actitud y voluntad quienes nos alzamos como auténticos artesanos de nuestros senderos vitales.
El “esfuerzo cotidiano y voluntad” son de vital importancia para nuestra vida, ya que, no todas las cosas pasan sin que sepamos por qué. La mayoría de las veces, somos nosotros mismos quienes las propiciamos con nuestra dedicación.
Queremos ser felices y no lo conseguimos. ¿Existe quizá una fuerza negativa e invisible que me lo impide? En absoluto, la infelicidad tiene siempre orígenes muy concretos que hay que saber identificar. Si hay cosas que no pasan, es por algo. Quizá porque existe alguno de los siguientes facto-res que debemos saber afrontar y gestionara a nuestro favor.
El miedo. Se trata de la principal raíz de la infelicidad y el que apaga cualquier oportunidad de que “pase algo” nuevo, algo bueno y enriquecedor. El miedo nos corta las alas y nos impide reaccionar.
La indecisión. Todos nosotros hemos experimentado en algún momento la indecisión. Esa actitud apagada y temerosa en la que dejamos de actuar y de “promover” cambios a nuestro alrededor. La vida poco a poco se convierte en esa película que pasa ante nuestra ventana, pero en la cual nosotros nunca somos protagonistas. Si hemos llegado a ese punto del ciclo vital donde tenemos la sensación de que nada pasa, nada cambia y nada ocurre, tal vez sea el momento de salir fuera y hacer “que las cosas pasen”.
El peligro de esperar demasiado. Cuando esperamos demasiado se pierde la esperanza y las ilusiones. Los trenes pasan y los perdemos todos. La felicidad no es algo que uno espera como quien aguarda el amanecer, la felicidad se crea y se siente, y para ello, hay que empezar a darle forma desde nuestro propio interior. Hay que dejar de esperar.
Derriba temores, apaga incertidumbres, aléjate de quien te quiere “quieto”, maleable y solícito. El bienestar necesita movimiento y que vayamos más allá de nuestras rutinas y zonas de confort. Atrévete a conseguir que tus sueños “ocurran”.
Apertura tu voz interior, conectada a tu corazón, a tu ser interior, a tu corazón, a tu esencia. Camina hacia lo más profundo de tu ser. Porque si florece tu corazón, florece tu vida. Se hace difícil seguir en pie cuando todo parece salir al revés. Igualmente, nunca ha estado en nuestros planes rendirnos. Si hay que sangrar, pues hay que hacerlo, si estamos hoy en el suelo, pues hay que levantarse y seguir, pero nunca hay que dejarse vencer.