Había una vez y dos son tres en que unos señores de europea descendencia invadieron a lo que luego se iba a conocer como Estados Unidos de América. Estos determinados varones y hembras venían huyendo de las persecuciones, injusticias y vejaciones a que habían sido sometidos por sus ancestros en el viejo continente.
Nos continúa diciendo el folclor histórico que estos emigrantes al llegar a las nuevas tierras pronto limpiaron el patio, sentaron colindancias, impusieron la ley (a su conveniencia), eliminaron a uno que otro indígena, implantaron a quien tenían que rezarle y nos legaron el Día de Acción de Gracias.
Nos contó un viejo sabio que ese día, el arisco pavo, ave autóctona de América del Norte, fue sacrificada por los colonos en simbólico homenaje a sus recientes logros y conquistas. Y el pavo, desde ese momento y anticipando su cruel futuro perdió la alegría en su mirada, envolviéndose hasta el día de hoy en una eterna tristeza. La historia nos relata que la elegante ave, aun sin comprender lo sucedido, ha terminado domesticada y enjaulada, aunque bien alimentada para el consumo de la más avanzada especie animal: los seres humanos.
Hoy como en el pasado se continúa celebrando el Día de Acción de Gracias, evento por el cual las grandes corporaciones continúan agradeciendo la inventiva de sus antepasados, por esta generar una avalancha de ventas para la época de esta “simpática” actividad, contribuyendo de esta manera a la maltrecha economía de la nación.
Gracias a esto, un minúsculo grupo de millonarios no pasarán hambre el resto del año, aunque el pavo no llegue a la casa de billones de familias en el resto del mundo.
A diferencia del pavo, los indígenas, dueños en otra época de la nación “americana”, han resistido gallardamente cientos de intentos de ser domesticados, pero no han podido evitar ser segregados y separados de los frutos de su propia tierra. El riguroso empeño de los colonos de aquella época que huyeron de la intolerancia europea impuso la suya en la América usurpada.
Con el pasar del tiempo los “nuevos colonos”, le dieron el nombre de Estados Unidos de América a su comarca y por casualidad se apropiaron del gentilicio de “americanos”. También crecieron y se multiplicaron expandiendo sus límites fronterizos por los cuatro costados, logrando “convencer” de los beneficios de su sistema a los millones de pobladores que habitaban la gran comarca americana. Pero los norteños eran ambiciosos y sus fronteras las extendieron al Caribe, apoderándose de la Isla del Encanto, donde los criollos no conocían del Día de Acción de Gracias.
Y los colonos del Norte trajeron rojas manzanas y los caribeños tentados por la curiosidad, comieron de esta. Y quedaron condenados a vivir sujetos a los caprichos y codicia de los invasores.
Los intrusos se propusieron domesticar a los del patio en aquella Isla de Belleza Única. Comenzaron a confundir a los criollos cuando les dijeron que pertenecían al Norte, pero que no eran parte de este. Le atosigaron una lengua extraña que sonaba como el “gulu gulu” emitido por los pavos norteños, le cambiaron el nombre a la comarca, llamándola “Porto Rico”, les impusieron una ciudadanía que los criollos no habían solicitado y sin ser consultados fueron reclutados para pelearles las guerras por ellos. Las reglas de cómo vivir las dictaban desde el norte; la comarca isleña, la puertorriqueña, ya era de otros. Tenían que pedir permiso a un extraño para invitar a alguien a su casa y los extraños entraban y salían de la casa del criollo sin que este pudiera intervenir.
Y les enseñaron a los criollos a celebrar el dichoso Día de Acción de Gracias. Los “nuevos colonos” trajeron el pavo, ave rara al ambiente caribeño y al poco tiempo nos saturaron de productos enlatados o sea las sobras comerciales empacadas en el norte para que los Hijos de Borinquen comieran de los productos foráneos. Su preparación era más cómoda, pero no sabía igual. Sabían a lata, pero los criollos eran ingenuos y se acostumbraron al sabor raro. Se habituaron a muchas otras cosas, confundidos por aquella lengua extraña que le hablaba el intruso, aprendieron a decir “yes”, a todo. Y dieron Gracias por las imposiciones, humillaciones y agravios que recibían.
Pero eso no se quedó hay. La confusión en la Isla del Encanto sigue teniendo adeptos, sin negar que muchos ya dominan el extraño “gulu gulu”, y que no son pocos los que viven con una estrecha percepción de sí mismos, creyendo y viviendo como los pavos de la historia: enjaulados y domesticados, a pesar de que se creen ser “pavos reales”. No quepa duda de que este tipo de ave existe en Puerto Rico pues esta domina las esferas privilegiadas de la nación puertorriqueña, entendiéndose que hay una versión nativa conocida como “guaynabitos” resultado esto de una corrupción lingüística de lo que eran los “pavos reales” de antaño.
En el presente Puerto Rico está en una grave crisis política, moral y económica, que si no es la peor se acerca rápidamente a serlo. Es una crisis de valores donde el pueblo tiene que poner un alto a la corrupción y el fraude en la sociedad puertorriqueña. No se trata del crimen común, se trata de algo más profundo y peligroso, pues está en juego la misma existencia de la nación si se permite que nos roben el humanismo que nos queda. Tenemos que elevar nuestras voces y exigirnos respeto a nosotros mismos sin que tengan que intervenir voces extrañas a nuestra idiosincrasia y a nuestro ser.
Y cuando lo hagamos entonces podremos celebrar nuestro propio Día de Acción de Gracias: libres y a lo puertorriqueño.