Después de viajar seis horas por carretera, llegué al final de la tarde. Llovía. Bajé del auto y apresuré los pasos. El hospital estaba abierto. Me alegré. Aún tenía tiempo de verlo. Los elevadores habían colapsado por falta de mantenimiento, entonces subí las escaleras de dos en dos hasta llegar al piso ocho.
Entré a la habitación despacio, sin hacer ruido; él reposaba en un sillón. Apesadumbrado, miraba la llovizna por la ventana. Parecía ausente, como si sus pensamientos lo ayudaran a escapar de la realidad. Me quedé en silencio por unos minutos, entretanto, mis ojos se nublaron. El robusto hombre que me crió no era el mismo, el cáncer lo secó hasta los huesos. Respiré profundo, me pinté la mejor sonrisa, y le dije: “¡Tío, al fin llegué!”
Con una dulce expresión de amor y una mandarina en su mano, me dio la bienvenida. Esa cualidad espontánea de ser un dador alegre lo acompañó hasta el final de sus días y lo hizo ganarse el cariño de doctores, enfermeras y pacientes de aquel frío piso del Hospital Universitario de Caracas.
Mi tío no tuvo más hijos que dos sobrinos, mi hermano y yo. Él me enseñó, entre otras cosas, que la vida es demasiado corta para perderla en rencillas. Dos días antes de morir, me dijo bañado en lágrimas: “Sobrina, perdí el tiempo”.
Durante su periodo de reflexión forzada, acorralado por la embestida de un cáncer de piel, mi tío alcanzó a ver que los pleitos, las quejas, los estallidos de ira y la falta de perdón no solo le hicieron perder la paz, sino el tiempo.
El tiempo es un bien no renovable. Podemos invertirlo, gastarlo, malbaratarlo, pero es imposible atesorarlo. Salomón, el sabio de Israel, dijo que hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo. Nuestro problema es que no sabemos aprovechar sabiamente los breves días que Dios nos ha concedido aquí en la tierra (Job 14:5).
Millones de personas actúan con arrogancia mientras disfrutan de buena salud. Proceden con apatía si alguien les predica el evangelio. No hay tiempo para oír el mensaje de salvación; no hay tiempo para buscar a Dios y arrepentirse. ¡No hay tiempo! Pero cuando sienten en sus propios cuerpos la enfermedad o ven sufrir a un ser amado despiertan de sus ensueños y descubren lo frágiles que somos los seres humanos y lo rápido que pasa la vida.
Señor, enséñanos a contar nuestros días
Los seres humanos tenemos una enfermedad terminal; un tumor maligno que ha hecho “metástasis” en nuestro corazón y nos lleva irremediablemente a la muerte eterna: el pecado. Como somos ciegos espirituales no podemos darnos cuenta de nuestra agonizante condición.
A la luz de esta verdad, qué beneficiosa resulta una enfermedad como el cáncer si nos ayuda a no morir endurecidos por el engaño del pecado (Heb. 3:13), si nos lleva a arrepentirnos de nuestras malas obras y forma en nosotras la imagen de Cristo (Gál. 4:19).
A pesar de ser una mujer cristiana no había meditado seriamente en todas estas cosas hasta que fui diagnosticada con cáncer de mama. Por eso digo con convicción que el cáncer puede sanar el alma, porque cuando estamos postrados en una silla de quimioterapia o muriendo en la cama de un hospital, Dios nos deja ver el estado agónico de nuestro corazón y, por su gran misericordia, nos salva (Lc. 19:10).
El cáncer puede ser la última oportunidad que se le concede a una persona para cambiar de dirección y transitar por la senda que conduce a la vida. Jesús le dijo a Marta antes de resucitar a su hermano Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Jn. 11:25-26).
Aquel jueves lluvioso, después de despedirme de mi amado tío en el hospital, supe que no lo volvería a ver en este mundo, pero mi alma reposa en paz, porque vivo con la esperanza de abrazarlo en las moradas eternas. En sus últimos meses de existencia, por la gracia de Dios, mi tío escuchó el evangelio, se arrepintió de sus pecados y abrazó la fe en Jesucristo.
Dios puede usar el cáncer como una manifestación de su gran misericordia para cumplir sus propósitos salvíficos en la vida de sus amados. No desperdicies tu tiempo de enfermedad: «El tiempo se ha cumplido», decía, «y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio» (Mr.1:15).
Si quieres leer más artículos, sígueme en mis redes sociales:
Facebook: Reflexiones Cristianas Vive la Palabra
Instagram: @lilivivelapalabra
Blog: Vivelapalabra.com