“Es mejor fracasar buscando el triunfo, que dejar de triunfar por miedo al fracaso”
Mi familia y amigos decían que yo era un soñador. ¡Creo que sí!, de niño había muchos sueños, y entre ellos, anhelaba ser un escritor cuando fuera grande. En cierta ocasión un amigo me dijo: “Luchas tanto por tus sueños, y si llegas a viejo y no lo logras; ¿te vas a sentir frustrado y fracasado que luchaste para nada?”
A lo que respondí: “No, al contrario, me sentiré satisfecho conmigo mismo por haberlo intentado una y otra vez y haber luchado con todas mis fuerzas, si no lo logré, es porque así se dieron las cosas, y no era el propósito que había para mi vida, pero me sentiré en paz porque luché con todas mis fuerzas”.
Creo que todo el que en verdad lucha por sueños, no es un fracasado, sino un guerrero que sabe lo que quiere y hacia dónde va; no todas las guerras se ganan, aun los conquistadores más grandes de la historia fracasaron muchas veces. Se necesita coraje y persistencia para obtener la victoria final.
Rendirse es muy común en el ser humano; existen ocasiones cuando deseamos bajar los brazos y partir, o simplemente descansar del todo; no hacer más nada y dejarnos llevar por la corriente.
No rendirse significa luchar, no dejarse abatir por las tormentas, seguir de pie, aunque estemos heridos, y continuar hasta doblegar aquello que nos aflige en el momento de la tentación de rendirse. Sobreponerse a un fracaso, a una ingratitud, a una enfermedad, o a cualquier adversidad…, es duro, pero sí se puede, y entonces, nos damos cuenta de que dentro de nosotros existe un potencial que nos fue dado para que seamos vencedores.
Cuenta una historia de un suceso a mediados del siglo XIX, en las oficinas de la Escuela Primaria de un pequeño pueblo de Ohio, una maestra hablaba con una madre:
─“El niño tiene un leve retraso mental que le impide adquirir los conocimientos a la par de sus compañeros de clase, debe dejar de traer a su hijo a esta escuela”.
A la mujer no pareció afectarle mucho la sentencia de la maestra, pero se encargó de transmitirle a su hijo de que él no poseía ningún retraso, y que Dios, en quien confiaba fielmente desde su juventud, no le había dado vida para avergonzarlo, sino para ser un hombre de éxito.
Pocos años después, este niño, con solo 12 años, fundó un diario y se encargaba de venderlo en la estación del ferrocarril de Nueva York. También se dedicó a estudiar los fenómenos eléctricos, y gracias a sus estudios logró perfeccionar el teléfono, el micrófono, el megáfono, y otros inventos como el fonógrafo, por citar solo alguno.
Todo parecía conducirse sobre ruedas, hasta que un día se encontró con un gran obstáculo, su mayor proyecto se estaba desvaneciendo ante sus ojos, había buscado incansablemente la forma de construir un filamento capaz de generar una luz incandescente, pero que al mismo tiempo debía resistir la fuerza de la energía que lo encendía.
Sus financistas estaban impacientes, sus competidores parecían acercarse a la solución antes que él, y hasta sus colaboradores se encontraban desesperanzados. Luego de tres años de intenso trabajo, uno de ellos le dijo: “Thomas, abandona este proyecto, ya llevamos más de tres años, lo hemos intentado en más de dos mil formas distintas y solo conocemos el fracaso en cada intento”.
La respuesta no se hizo esperar y se dirigió a él con la misma vehemencia que su madre había tenido unos 25 años atrás: “Amigo, no sé qué entiendes tú por fracaso, pero de algo sí estoy seguro, y es que en todo este tiempo aprendí que antes de pensar en dos mil fracasos, he descubierto más de dos mil maneras de no hacer este filamento, y eso me da la pauta de que estoy encaminado”. Pocos meses después, iluminó toda una calle utilizando la luz eléctrica.
Su nombre fue Thomas Alva Edison, una persona que entendió la manera de vivir de victoria en victoria, y pudo ver aún en las tormentas más fuertes, el pequeño sendero que lo llevaría al éxito.
No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo; aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el desastre y retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso; continuar el viaje, perseguir tus sueños, desbloquear el tiempo, correr en medio de los escombros y descubrir el cielo.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo. Porque no hay heridas que no cure el tiempo. Abrir las puertas, quitar los cerrojos y abandonar las murallas que te detuvieron por mucho tiempo.
Vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa y cantar un nuevo cántico, bajar la guardia y extender las manos, desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas; aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños.