No muy lejos de donde vivo en East Haven, hay una intersección que me pone de los nervios.
Es un lugar que debería estar lleno de vida. Hay, en una esquina, un restaurante japonés estupendo, un diner, un banco, una oficina de correos, tres peluquerías y un par de tiendas más a pocos metros de distancia. También tenemos un supermercado enorme y una farmacia. Justo al otro lado está el Green, un parque la mar de acogedor y tranquilo, donde se celebran conciertos, festivales y toda clase de eventos.
Uno se esperaría, con tantas cosas que hacer cerca, que tendríamos un sitio con vida social. Gente en la calle haciendo recados, sentada en el parque comiendo o paseando, peatones de un lado a otro. Sin embargo, está vacío casi siempre. Todo el mundo parece llegar en su carro, aparca (hay demasiado aparcamiento) y se va sin más.
Parte del problema es que las calles que se cruzan aquí —Hemingway y Main— son ridículamente anchas. Hemingway tiene seis carriles en una dirección, más dos para girar; y cinco en la otra. Main tiene cinco y tres, respectivamente. Cruzar de un lado a otro es un suplicio, con esperas interminables tras pulsar el botón para peatones del semáforo. Cuando cruzas, tienes que apresurarte para alcanzar la otra orilla de un enorme mar de asfalto, bajo la mirada impaciente de conductores resentidos de que hayas osado detenerles.
El mismo hecho de esperarse para cruzar es desagradable. Las calles tienen carriles anchísimos, que los conductores toman como excusa para correr. Al ser un cruce con dos calles bidireccionales, un semáforo en rojo equivale a una espera larga, así que la gente vuela para evitar detenerse. Eso hace que haya colisiones a menudo, y que cruzar como peatón sea casi un deporte de riesgo. No es inusual ver a gente aparcar en un lado, entrar en una tienda, volver a su carro y manejar hasta la tienda en la otra esquina para ahorrarse el jaleo.
Por fortuna, esta clase de cruces tiene una solución bastante sencilla. En vez de elaboradas intersecciones con múltiples carriles y semáforos que duran demasiado, hay una alternativa mucho más sencilla, agradable y fácil de mantener: una rotonda.
Una glorieta, o rotonda, tiene varias ventajas. Primero, son baratas. No necesitas semáforos ni sensores; solo una isleta circular y unas cuantas señales fijas, quizás con separadores en las entradas si se quiere guiar al tráfico un poco. Segundo, el tráfico no se detiene; los conductores que entran tienen que ceder el paso a los que están dentro de la rotonda, nada más. Tercero, obligan a los conductores a reducir la velocidad, porque hay que girar para entrar y salir. Nada de tener a gente acelerando a última hora.
Cuarto: son más seguras. En un cruce convencional, la colisión más común es en “T”, a menudo con un coche circulando rápido. En una glorieta, las colisiones son laterales o en un ángulo cerrado, a muy baja velocidad. Quinto: son mucho más seguras para peatones, que tienen que cruzar menos distancia y con los carros circulando mucho más lentamente.
Las rotondas, además, tienen tanta capacidad de tráfico como un semáforo, y no ocupan más espacio que un cruce convencional. Una glorieta urbana no necesita tener más de 25–30 metros de diámetro, más que suficiente para que pueda ser usada por camiones si se diseña con buenos arcenes.
Lo curioso de las glorietas es que no son exactamente tecnologías desconocidas. Massachusetts, justo al norte, es muy aficionado a utilizarlas; en otros estados, como Nebraska, las ponen casi por defecto en muchos cruces. El Departamento de Transportes de Connecticut ha construido varias para evaluarlas, y siempre funcionan bien allá donde las han instalado.
Inexplicablemente, no construimos más. En todo Connecticut hay apenas veinte glorietas, y apenas media docena más en construcción. Parte del problema es que, como he comentado alguna vez, los costes de construcción de infraestructuras en nuestro estado son desorbitados. Cuando hay que actualizar un cruce, las autoridades tienden a lo fácil que es dejarlo con semáforos.
Una lástima. Las glorietas son una manera sencilla y económica de hacer nuestras calles más seguras y funcionales. Deberíamos estar construyendo muchas más.