El discernimiento sobre la sociedad la abordaremos desde una perspectiva humanista, personalista y evangélica evidenciando que existe una batalla cultural para revertir el virus de la desvinculación entre la comprensión de la persona, la familia y la organización económica y política.
Desde la antropología emerge una propuesta post humana, un proyecto que supera lo humano, puesto que le ofrece la plenitud de su anhelo. La reducción de la comprensión del sujeto humano de persona a individuo hace un elogio tal de su propia autonomía, que las relaciones se miden por consensos, porque mi libertad acaba donde comienza la tuya, con lo cual el conflicto por el territorio y por el poder está prácticamente asegurado.
En el siglo XXI las legislaciones referidas a la vida, el matrimonio, el sexo y el género consagran el individualismo autónomo y empoderado como antropología de referencia en la que la ideología casi prescinde de la biología.
Esta comprensión del sujeto como individuo, lleva consigo una reducción de la razón, del afecto y de la voluntad. La insatisfacción trata de ser remediada con más dosis de poder o de sus sucedáneos adictivos. Sí, en medio de todo esto, el individuo tiene nostalgia de la persona; el poder tiene nostalgia del amor; el empoderamiento tiene nostalgia de donación.
Esta antropología es autorreferencial, misma que conduce a la deriva de la crisis del compromiso comunitario que tanto influye en la comprensión de la economía y en el diseño de la política.
La economía dominante impulsa unas reglas del juego basadas en la capacidad que la oferta con promesas de buena vida o, al menos, de vida entretenida o brevemente satisfecha. Desde esta concepción de antropología del empoderamiento de los individuos, tiene dificultades para mantener esa llamada célula de la vida social, que es la familia que, en amplias zonas del mundo, vive la experiencia de una reducción dramática del número de hijos sustituyéndola por la de perrhijos.
Estas reglas del juego, de la economía, de la buena vida, las vivimos en un contexto en el que antropología y economía dominantes son fruto y del positivismo jurídico como instrumento de manipulación se nos vende que lo bueno es lo que dicen las leyes.
¿Qué es lo útil?, lo que dicta el mercado. ¿Qué es lo conveniente?, lo que satisface el deseo que está modulado, formateado, por unas propuestas de estilo de vida ligadas a los intereses económicos.
En las cuestiones políticas nos hemos encontrado con dos asuntos relacionados, la concepción del nosotros y la del progreso. La organización de la polis tiene que ver con la capacidad de reconocer o generar un «nosotros», lo cual está directamente relacionado con nuestra comprensión de la persona y la manera de vincularnos.
La antropología individualista es contra intuitiva porque la convivencia la vivimos con otros. Nuestra propia existencia depende de otros. Hacemos cosas con otros. Por lo que son decisivas las relaciones, todo lo que suponga dar cuerpo a un nosotros.
¿Cuál es la cuestión? Desde la antropología del individuo, del yo, del poder genera un tipo de «nosotros». El nosotros de las identidades parciales, el nosotros de los corporativismos, el nosotros de las cooperativas de egoísmos, traducidas a políticas de polarización y de enfrentamiento con el surgimiento de las identidades para su uso político.
Por eso la vida política hoy tiene este desafío grande. ¿Cómo conjugar «los nosotros»? ¿Cómo relativizar «los nosotros» descubriendo un nosotros común en la nación, en la patria, en la familia humana.
Nuestra comprensión de la persona es que somos relacionales ya en el origen; la relación nos constituye, nos desarrolla, nos explica. Pero el individualismo es un virus muy fuerte, y el modelo de sujeto autónomo y desvinculado muy atractivo. La convergencia entre antropología, economía y política en una misma clave marcada por el empoderamiento genera una mentalidad de alienaciòn social.Este desafío no se va a vencer solo con palabras, sino con el testimonio de vidas vinculadas, de familias y comunidades comprometidas.
La batalla cultural hay que afrontarla con un espíritu del buen humor con sentido deportivo a la hora de repartir y recibir confrontaciones dialécticas. Es clave, llevar con deportividad sin quemarse cuando le zurren y es una señal de salud del alma muy importante no tomárselo personal.
Por desgracia también existen personas que se hacen presentes en la batalla cultural especialmente en redes sociales y en algunas páginas web que tienen una gran incapacidad para la empatía y se muestran con acritud agresividad y creo que hacen un flaco favor a la batalla cultural.