Galya Castellanos.
América Latina enfrentan un escenario de extremo desafío frente a la pandemia: una gran cantidad de niños y adolescentes han quedado por fuera de los sistemas educativos y muchos otros han podido mantener la escolaridad con un esfuerzo extraordinario.
De esta manera, las instituciones escolares tuvieron que adaptar “sobre la marcha” un sistema escolar —absolutamente diseñado y pensado para la presencialidad— a modos de hacer escuelas virtuales.
Entre estos extremos se ubica la oportunidad de pensar la escuela, en particular, y la educación, en general, en términos de una generación de estudiantes y familias que saldrán del aislamiento con futuro, sueños, expectativas y una gran capacidad de resiliencia.
La instalación de la cuarentena como estrategia privilegiada frente a la pandemia por COVID-19 puso a las escuelas frente a la necesidad inmediata de repensar los vínculos educativos con los alumnos.
Frente al modelo de la escolaridad presencial, donde solo se ponía en tensión qué y cómo enseñar, la educación en pandemia trajo un nuevo interrogante:
Cómo sostener el vínculo estudiantes-escuela, incluso familia-escuela.
El COVID-19 nos ha señalado que no estamos solos. Y eso significa, incluso, que la escuela, más que nunca, debe funcionar de manera articulada con los demás actores sociales: desde los Ministerios que regulan el quehacer escolar hasta las familias que ven en una escuela en particular el modelo de educación al que aspiran.La incorporación de las redes sociales a la vida intraescolar, el uso de aulas mixtas entre lo presencial y lo digital, el trabajo por proyectos son elementos que no deberán quedar por fuera de la escuela que sigue al COVID-19.
Entre las principales desventajas de la cuarentena, más allá de las dificultades en el acceso a la educación digital y remota, podemos mencionar la pérdida de aprendizajes, al menos en el modo en el que los aprendizajes se construyen tradicionalmente.
Sin embargo, la contingencia nos ha demostrado la autonomía con la que muchos estudiantes pueden trabajar. Es decir, algunas estrategias educativas innovadoras como el trabajo por proyectos han encontrado vías de realización de manera casi natural en este contexto.
Los aprendizajes pueden ser reconfigurados desde nuevos modos de pensarlos, pero también en los nuevos modos de construirlos. La mayor parte de los estudiantes y docentes no sabían cómo estar en lo digital, pero han sabido aprovecharse de él, con creatividad e innovación.
En línea con lo anterior, la educación virtual interrumpió los lazos sociales que construía la escuela presencial. Y esto se entendió como una gran desventaja, ¿cómo mantener “enganchados” a los chicos con la escuela pese al aislamiento social obligatorio?
Uno de los mayores desafíos que se presentó para las instituciones escolares fue la necesidad de “mudar” todo lo que normalmente ocurría de modo presencial a entornos digitales.
La contingencia, entonces, ha abierto el juego hacia una nueva manera de entender la educación. Algunos ya han dado en llamarla una educación híbrida donde lo digital no aparece como innovador o eventual, sino que se consolida como una parte inherente al proceso de enseñanza y aprendizaje.
La cuarentena ha marcado más la brecha existente en calidad educativa, sobre todo, en las sociedades latinoamericanas. No obstante, ha dado lugar a innovaciones y creatividad por parte de los docentes.
Conclusión:
El Covid-19 demostró que, de un día para el otro, el mundo podía cambiar al punto de tener que reorganizar todo lo conocido. La escuela en tanto instituciones sociales no quedaron ajenas a este cambio.
A fuerza de adaptarse a la contingencia, se crearon nuevos modos de aprender y sostener el lazo docentes-estudiantes, modos que hoy ya se pueden perfilar como la base de las aulas híbridas que imaginamos en el primer futuro post pandemia.