Estas últimas semanas hemos visto varias disputas sindicales en Connecticut. En Hearst, la mayor cadena de periódicos del estado, los trabajadores están intentando sindicarse. Los empleados de varios Starbucks en Hamden también buscan ser reconocidos. En New Haven, la plantilla del hotel Omni se prepara para una huelga.
Estas historias suelen atraer titulares tanto por el conflicto en sí como por ser algo inusuales; las peleas sindicales, tan habituales durante el siglo XX, son mucho menos comunes en estos días. Debido a una campaña orquestada por varias administraciones republicanas durante años contra los sindicatos, estos casi han desaparecido, algo que explica, en gran medida, el enorme aumento de las desigualdades en las últimas décadas.
La historia comienza, como muchas cosas en la política americana, con Richard Nixon. En 1968, cuando fue elegido presidente por primera vez, cerca de un tercio de los trabajadores del sector privado estaban sindicalizados. Las empresas con sindicatos ofrecen sueldos más altos, mejores pensiones y condiciones laborales. Su presencia creaba un “suelo” salarial que otras compañías debían igualar para poder competir. Pero los sindicatos y sus miembros votaban demócrata, y eso los convertía en un objetivo.
La estrategia de Nixon para atacar a los sindicatos fue debilitar la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB, por sus siglas en inglés), la agencia federal encargada de arbitrar disputas laborales hasta la irrelevancia. El presidente nombró a comisionados abiertamente hostiles al sindicalismo y dejó que las empresas tomaran represalias contra estos sin consecuencia alguna. El efecto fue inmediato; en 1976, la afiliación había caído al 21%. Reagan y Bush padre hicieron el resto; en 1992 solo había un 11% de trabajadores en sindicatos. Con la NLRB herida de muerte, en 2020 apenas un 6% de empleados privados estaban sindicalizados.
La caída del poder sindical se reflejó de inmediato en un enorme aumento de los márgenes empresariales y la desigualdad. En 1980, el 1% con más ingresos del país recibía un 10,7% de la riqueza; en 2020, esa cifra casi se había duplicado hasta alcanzar el 20%. Las empresas ya no tenían necesidad de competir entre ellas ofreciendo mayores salarios; a medida que los sindicatos iban desapareciendo (en muchos casos, debido al traslado de fábricas al sur del país, con legislación aún más hostil), los sueldos y condiciones laborales empeoraban. A los CEO y accionistas, por supuesto, el cambio los hizo inmensamente ricos.
La buena noticia es que estos últimos años estas tendencias han empezado a revertirse. Por un lado, años con tasas de paro bajas han hecho que los salarios empiecen a subir entre los trabajadores más pobres, algo que empezamos a ver durante la presidencia de Obama. Un mercado laboral con pleno empleo, no obstante, no basta por sí solo para mejorar las condiciones laborales de muchos trabajadores, especialmente si sus derechos pueden ser vulnerados a poco que protesten. Afortunadamente, tras años de reguladores hostiles a los sindicatos, la administración Biden ha revitalizado la NLRB, haciendo algo que no veíamos desde hacía décadas: una agencia que aplica la ley y que está dispuesta a adoptar regulaciones que ayuden a los trabajadores a sindicarse.
Es demasiado pronto para ver el impacto real de estos cambios. Sin embargo, el número de trabajadores sindicalizados en el sector privado aumentó en 191,000 el año pasado hasta alcanzar los 7.4 millones. Las tasas de afiliación, tras décadas de caídas, han empezado a recuperarse lentamente. Las encuestas muestran un amplio apoyo a los sindicatos en el electorado, y hemos visto una nueva ola de afiliación en todo el país. Empresas que parecían intocables, como Amazon, empiezan a sindicarse, y hemos visto votaciones exitosas incluso en fábricas de automóviles en el sur del país.
Sabemos que los trabajadores afiliados a un sindicato ganan un 18% más que los no sindicalizados, con mayor seguridad laboral. También sabemos que a medida que aumenta la proporción de trabajadores afiliados, también lo hace el poder de negociación de todos los trabajadores. Con la llegada del Día del Trabajo, es un buen momento para recordar cómo los sindicatos han sido el gran motor de la próspera clase media americana, y por qué, después de años de ataques políticos contra ellos, es bueno tenerlos de vuelta.
Feliz Día del Trabajo a todos.