Continuamos en vertiginoso desenfreno hacia un aumento en la violencia cotidiana y peor, aceptándose como una taza de café más, al final del desayuno. La violencia, aunque tiene varias acepciones es básicamente definida como una acción contra una persona o grupo en forma injusta y ofensiva donde se hace uso excesivo de la fuerza física, moral o emocional para obligarla a hacer algo en contra de su voluntad.
La violencia no es una modalidad reciente en la historia de la humanidad. Existe desde el primer día de su concepción. El ser humano en sus principios desarrolló un voraz apetito por lo del vecino, desatando guerras entre hermanos y luchas que luego de cientos de siglos las han continuado. Teniendo diferentes rostros, tratando de justificar su barbarie con diferentes razones. Ninguna justificada.
Ciertamente el hombre ha evolucionado a través de los siglos, pero su desarrollo emocional y social no ha ido a la par con otros avances alcanzados. Hoy, para desgracia de toda la violencia parece multiplicarse cada día que pasa y sin aparente solución a esta terrible situación.
Los medios noticiosos con su increíble capacidad de llevar a nuestra sala nos mantienen informados de la violencia a nivel internacional y la que vivimos en nuestro ambiente inmediato. Estamos continuamente expuestos a esta ya sea directamente o indirectamente. La violencia tiene diferentes grados de intensidad, algunas veces con una sutileza casi imperceptible y otras con una crudeza repugnante. Comúnmente decimos que la violencia genera violencia y esto es mayormente así.
Nos traen las estadísticas indicando el incremento en violencia de género, abuso de niños y ancianos, alcoholismo, uso de drogas (ilegales y legales), la violencia escolar y la erosión en los valores de la sociedad son algunos síntomas graves de un mundo en descomposición social. Vemos las más aborrecibles invasiones, los bombardeos a poblaciones civiles, las matanzas en las escuelas del país nos despiertan con los números de asesinados en las calles o las palizas a personas que caminaban libremente por las calles la noche anterior.
Parece ser que vivimos en una orgia de sangre y violencia. La posibilidad de vivir en continua tensión es altísima, considerando la violencia a la que estamos expuestos. No hay que tener altos grados de escolaridad para pensar que la mayoría de las personas de este mundo resuelven el estrés divorciándose de su realidad, diluyendo sus inquietudes en cualquier actividad enajenante. Hay otros que no han desarrollado los instrumentos para poder bregar con la violencia que los rodea o con el estrés que los agobia. Son una olla hirviendo que la tapa está a punto de explotar si no encuentra escape. No nos debe extrañar que la mayoría de los problemas sociales se concentren en las comunidades marginadas.
Puerto Rico es un microcosmo del mundo en que vivimos. El desempleo, los altos costos de vida, un sistema de salud deplorable, un sistema educativo en ruinas, la corrupción rampante (gubernamental y corporativa), un sistema de justicia sin ningún tipo de credibilidad, unos políticos (los peores) que no gozan de la confianza de su pueblo, racismo, discriminación, religiosos de dudosa moralidad, una emigración forzada, asaltos continuos al medio ambiente. En fin, la impresión que da el país es de desolación y de poca esperanza.
Demasiadas naciones viven en extrema pobreza y son víctimas de la explotación inmisericorde de otras naciones o de los poderosos intereses económicos mundiales que poco le importa cómo vive la población del mundo. Otras apenas sobreviven diarias batallas internas, donde imperan las luchas fratricidas y donde la violencia física excede por amplio margen cualquier situación a la se vive en Puerto Rico.
Esta crisis en la que muchos seres humanos apenas pueden sobrevivir es motivo de grandes preocupaciones. Lo indignante de todo esto es que se conocen las causas y se saben las soluciones. Pero nada se hace al respecto.
La violencia engendra violencia no nos quepa duda. En Puerto Rico la pobreza, aunque nos arranque el corazón, es una realidad innegable. La mayoría de la población depende de subsidios gubernamentales para poder alimentarse. Los servicios de salud y la educación pública están sumidos en un deterioro alarmante. El consumismo es rampante, aumentan los deambulantes, la drogadicción se multiplica, la
población envejece y hay un alto promedio de profesionales que emigran ya que las condiciones en el país son intolerables. Las vías de comunicación están deterioradas y los servicios básicos (electricidad y agua) son cada día más caros.
El costo de vida es altísimo y no se perfilan reducciones ni alivios a través de una abandonada agricultura. Los suicidios van en aumento al igual que el alcoholismo y las enfermedades mentales. Las diferencias entre ricos y pobres son cada vez mayores. Todo lo antes señalado es la sintomatología de una sociedad gravemente enferma, una nación abusada.
Tenemos que batallar con las todas las fuerzas para evitar que nos roben la dignidad. Si la perdemos por no luchar entonces dejamos de ser humanos.
Las prioridades en esta sociedad no la dictan los que las necesitan, la imponen los que al final del año suman sus ganancias. Las corporaciones ya sea de salud, ya sean farmacéuticas, ya sean fabricantes de armas, ya sean aseguradoras o ya estén en la industria de la educación, el único objetivo final es rendirles cuenta de los dividendos a sus exigentes accionistas. Esa son las prioridades de esta sociedad y esa es la otra máscara de la violencia de la cual nadie quiere hablar.
Con el pasar del tiempo pasaremos la página y olvidaremos. Continuaremos violentando a los pobres de espíritu hasta que se repita otro de esos aborrecibles actos y lloraremos; y otra vez tendremos actos conmemorativos y volveremos a levantar monumentos y se harán reportajes. Buscaremos razones y nos preguntaremos por qué estas cosas ocurren.