Recientemente recibí una carta que me causó profunda pena. El remitente es un padre de familia que me cuenta con mucho dolor que su pequeño hijo no quiere recibir regalos de cumpleaños. Con lágrimas, el niño le dijo: “Papi, lo que yo quiero es que tú y mi mami dejen de pelear”.
Los padres no se imaginan el daño que le acusan a sus hijos cuando discuten frente a ellos. Los gritos, las ofensas y las rivalidades afectan drásticamente la salud física y mental de los niños.
Un estudio realizado por el profesor de psicología Gordon Harold para la cadena de noticias BBC Mundo, arrojó que los menores expuestos al conflicto pueden experimentar una mayor frecuencia cardíaca y tener desequilibrios en las hormonas del estrés. También pueden sufrir retrasos en el desarrollo del cerebro, problemas de sueño, ansiedad, depresión y cambios de comportamiento.
Estos desequilibrios en los niños pueden aparecer a partir de los seis meses de vida. El profesor Harold afirma que las peleas continuas en torno al tema del divorcio o la decisión de los padres de tomar vidas separadas es lo que mayormente afecta a los menores. Asimismo, pueden experimentar trastornos emocionales y de comportamiento cuando los padres no se hablan entre sí. Lo más alarmante del estudio es que este tipo de conductas podrían llegar a repetirse en las siguientes generaciones.
Es normal que los esposos tengan sus discrepancias y que surjan conflictos en su vida conyugal. Por lo tanto, cuando niegan el problema, culpan al otro o evitan la confrontación, agravan la situación. Por amor a los hijos, los padres deben optar por la confrontación pacífica para resolver sus conflictos.
Los esposos y padres cristianos resuelven sus problemas con la guía y dirección del Señor. He aquí cinco principios bíblicos para cultivar y mantener la paz en el hogar.
1. Hablen verdad uno con el otro.
Los esposos deben buscar un lugar apartado, donde los niños no puedan escucharlos, para expresar individualmente y con franqueza cómo se sienten y qué piensan sobre el asunto que los aqueja. Deben hablarse con la verdad. “Por tanto, dejando a un lado la falsedad, hablen verdad cada cual con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros” (Ef. 4:25).
Aunque sientan ira o dolor deben resistir la tentación de pelear. Cuando uno de los cónyuges está hablando el otro debe escuchar con atención, sin interrumpir, hasta que le toque su turno de hablar. La Biblia enseña: “Cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira” (Stg. 1:19). Las respuestas deben ser siempre amables, sin ironías, para evitar que la conversación se convierta en una batalla campal. “La suave respuesta aparta el furor, pero la palabra hiriente hace subir la ira” (Pr. 15:1).
Si no pueden llegar a un acuerdo, los esposos deben esforzarse y tratarse con amor y respeto. “Con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, sopórtense unos a otros en amor” (Ef. 4:2). Y por nada del mundo dejen de hablarse. Pueden “enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo” (Ef. 4:26).
2. No piensen mal uno del otro
En lugar de culpar o atribuir malos motivos a su cónyuge piensen que cualquier cosa que haya hecho o dicho no fue con la intención de herir o dañar al otro. No hagan suposiciones, más bien hagan preguntas directas. “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil.4:8).
3. Tómense el tiempo para tranquilizarse
Si en medio de la conversación sienten que están a punto de explotar, digan que necesita un momento y aléjense para calmarse. Pueden irse a otro lugar de la casa o dar un paseo hasta que se hayan tranquilizado. No confundan esto con negarse a hablar o a cooperar ni con evadir el problema. Más bien, aprovechen este tiempo y oren a Dios para que los ayude a ser pacientes, prudentes y comprensivos unos con otros.
4. Arrepiéntanse y perdónense
Confiesen sus faltas, arrepiéntanse sinceramente y comprométanse a no volver a cometerlas. (Stg. 5:16). El pecado no confesado crea grietas en la relación. La Biblia dice: “Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes” (Col 3:13). No permitan que sus conflictos los hagan olvidarse de lo más importante: la salud física y mental de sus hijos.
Los niños necesitan una familia unida y un hogar donde reine la paz y la armonía entre sus miembros. En los hogares donde se ejercita el perdón y la reconciliación los niños crecen fuertes, saludables y felices.
5. Busquen consejo pastoral
Si el conflicto ha llegado a un extremo donde es imposible el entendimiento mutuo, los esposos deben recurrir a un pastor o a un consejero imparcial con conocimientos de las Escrituras que los ayude a tomar decisiones sabias y de acuerdo con la voluntad de Dios para solucionar sus conflictos.
Padres, sus hijos los ven y escuchan día y noche. Ustedes son sus modelos, sus guías y su mayor influencia. Si ellos los ven practicar estos principios bíblicos, aprenderán a amar y a tolerar a su prójimo. Cuando crezcan, también los ejercitarán en sus propios matrimonios, asegurándose una vida pacífica y armoniosa que les traerá mucha alegría y gloria a Dios.
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