Son pocas las ocasiones en las que sabemos de antemano que una situación, hecho o fecha serán históricos en su verdadera definición, como sucederá el 2 de junio de este año, cuando los mexicanos escogeremos un nuevo Congreso federal, nueve gobernaturas —incluyendo la CDMX con sus 16 alcaldías— y la Presidencia del país, junto con más de 19 mil cargos locales. Probablemente, ésta sea la elección más importante del México posrevolucionario. Tenemos un país dividido, fomentado en no poca medida por el presidente López Obrador, quien ha basado su Presidencia y popularidad en la manipulación del discurso y la agenda política del país a través de exacerbar y fomentar las divisiones entre clases sociales, posturas políticas y todo lo que sirva para evitar que la sociedad se enfoque en lo primordial: el crecimiento y establecimiento de México como un gran país y de los mexicanos como líderes mundiales. A río revuelto, ganancia de pescadores.
En esta elección, los mexicanos decidiremos entre darle continuidad al fracaso que ha sido esta administración, representada por Claudia Sheinbaum, o elegir a la representante de la disímbola oposición conformada por antiguos enemigos y rivales representados por Xóchitl Gálvez, surgida de una erupción inesperada de popularidad justo en el momento exacto para ganar la candidatura. El tercero en discordia, Movimiento Ciudadano, hizo el ridículo con la efímera candidatura del petimetre gobernador de Nuevo León y su esposa, basada en redes sociales y no en resultados o propuestas; ahora buscan cómo quedar mejor parados y ver a quién le cede su porcentaje del electorado. De ese partido se rescata la calidad y vergüenza política de Luis Donaldo Colosio Riojas. El Partido Verde se mueve como veleta, sumándose con el primer lugar de las encuestas, haciendo las alianzas que más convengan a sus líderes; así han ido con PRI, PAN y Morena. Sin agenda política, pero una clara agenda de ganancia personal.
México está en graves problemas. El crimen organizado se ha infiltrado en todas las esferas sociales, políticas, económicas y gubernamentales gracias a la corrupción de muchos y a la política de “abrazos, no balazos”. Las cifras de desaparecidos y asesinatos en el país están en su nivel más alto, al igual que la pobreza, corrupción e inseguridad. México es uno de los lugares más peligrosos del mundo para los periodistas y los migrantes son secuestrados, asesinados o víctimas de tráfico humano. Los ataques desde la Presidencia a quienes osan contrariar al Presidente —la Suprema Corte de Justicia, los órganos autónomos como el Inai, los gobiernos y miembros de la oposición y la sociedad civil— han sido implacables, basados en mentiras y verdades a medias.
Esta administración ha querido regresar al presidencialismo totalitario que gobernó durante 70 años, pero con personajes que no fueron lo suficientemente importantes, cultos o con el “pedigree” requerido por el PRI de aquella época. Morena se nutre del resentimiento social, tanto de su círculo interno como el de una sociedad a la que las diferentes administraciones les quedaron a deber. Pero parece ser que el objetivo de López Obrador no es que crezcamos como país y mejoren las condiciones de todos los mexicanos, sino crear una sociedad que dependa de las dádivas del gobierno (asegurándose sus votos), exprimiendo a la clase media para costear esos programas sociales y, eventualmente, llevar al país a la bancarrota, como sucedió en Venezuela, Cuba y Argentina.
Aún no conocemos las propuestas de la oposición y más les vale empezar ya a pregonarlas. Sólo faltan menos de cinco meses para la elección y su contrincante (que no es Sheinbaum) lleva 18 años en campaña. Pero, al final de cuentas, el destino del país no depende de los partidos políticos; la historia la escribiremos los mexicanos. Depende de nosotros que no se repita.