En la rica tradición navideña del mundo hispano, además de celebrar el nacimiento de Jesús se festeja en muchas de nuestras naciones la visita de los Tres Reyes Magos. En Puerto Rico es una tradición con mucho arraigo; esperada y conmemorada por todos.
El folclore de los Reyes Magos remonta a muchos siglos atrás, celebrándose hoy con la esperanza de que el niño sea compensado de acuerdo con el
comportamiento exhibido durante el año que pasó. Esto es así especialmente entre la población infantil que todavía conserva la inocencia necesaria para la esperada celebración.
Con el pasar del tiempo mi inocencia original transformó la tradicional leyenda en contundente realidad. El cambio se hizo sin lastimar nuestro acervo cultural respetando la simpática tradición por entender que ofrece un momento de esperanza aún en el más desolado cuadro social y económico. No tengo dudas que mi respeto se reafirmó cuando reconocí la importancia de mantener esta respetada costumbre ante los intentos de ser destruida por los invasores norteños en los pasados 122 años de coloniaje estadounidense y la imposición de un Santa Cló norteño que no tiene conexión alguna con nuestra realidad caribeña. Reconozco que la celebración de los Reyes Magos desgraciadamente resalta las desigualdades y las contradicciones en nuestra sociedad. Son demasiadas las veces que a los Reyes Magos se les olvida los regalos de los niños más pobres, no importa que los políticos traten de montar un espectáculo mediático con los consabidos regalos a esa población que no ha sido tratada con equidad por cientos de años.
En el otoño de mi vida tratando de entender a los ancestrales visitantes navideños, encontré que ellos no eran realmente magos, sino sabios, que procedían de tres partes diferentes del mundo, simbolizando que aún en la diversidad de su origen reconocían al niño que iba a transformar a la humanidad. Hay que resaltar que estos hombres, dejándose guiar por una estrella y en franca búsqueda de la verdad fueron a un modesto pesebre, simbolizando su compromiso con los más humildes y necesitados. Hoy me pregunto: ¿Cuán lejos estamos del mensaje que estos sabios intentaron enviar?
La historia nos señala que estos hombres versados, luego de reconocer al que “iba a liberar a los hombres” evaden encontrarse con Herodes, el político más poderoso de la región (a pesar de ser vasallo de Roma), porque este ya temía en sus elucubraciones políticas a un posible rival. En este limitado resumen histórico podríamos afirmar que a pesar de que han transcurrido más de 2000 años, muy poco ha cambiado, por lo menos en la mentalidad de los que ostentan el poder en muchas partes del mundo.
Pero con una sana imaginación infantil y con el conocimiento de los años vividos me dediqué a la tarea de revivir mi pasado y les coloqué unas yerbas frescas acompañadas por generosas porciones de avena y maíz (me aseguré de que no era transgénico) y tres buenas jarras de agua fresca colocándolas debajo de mi cama. además, les deje una cartita a los sabios orientales como para saciar mi curiosidad infantil, esperando algún tipo de manifestación de su generosidad y sabiduría.
En la nota le pedía por un mundo mejor, pero particularmente uno donde existiese mayor justicia y equidad para todos. Acompañando la nota les dejé un viejo poema de un autor desconocido que expresa lo que siento y me parece que todavía tiene vigencia. El poema dice así.
Sueños
Torbellino de pensamientos.
Siento coraje.
Quiero gritarle al mundo:
¿Cuándo será que sea libre,
como el pitirre, o como el viento?
Diciendo las cosas como son,
sin reverencias,
sin permiso,
sin rendir cuentas,
ni por un momento.
Bendito sea el ¡Ay bendito!
Una sola moneda.
Agua en el desierto.
Sin hambre.
Misericordiosos.
Sin besamanos,
sin pobreza,
con aliento.
Océanos bellos.
Extirpar los corruptos.
Que se levanten los muertos.
Eliminemos políticos,
acabemos ejércitos.
Podemos enderezar el mundo,
sin seguir entuertos.
Cerrar las fábricas de las
miles de armas.
Harto ya de estar harto.
Ríos transparentes.
Niños alegres,
niños contentos.
Las estrellas de la noche parpadean brillantes.
Juntos caminamos,
incansables,
sin miedo,
soñadores.
Justicia para todos.
No más bombardeos.
Sin hambre.
Libres los palestinos,
también los puertorriqueños.
No más abusos.
Verdes campiñas.
Se oyen campanas,
se abren escuelas.
Hospitales,
al cubo de los mil doscientos.
Se acaban bloqueos.
Acabar con el sida.
Todos con el mismo almuerzo.
Balance ecológico.
No más rameras,
ni abuso doméstico.
Dejar los engaños.
Cero violencias.
Pescados frescos.
Presupuestos honestos.
Aire puro.
Todos hablando,
Las doscientas mil lenguas.
Sin ninguna protesta.
Educados todos
en las quinientas materias.
Eliminar las fronteras.
Ya nadie es rico.
Musulmanes, cristianos,
judíos, hindúes,
budistas, incrédulos,
y las ochocientas mil sectas,
todas juntas envueltas.
Con amor de hermanos,
el hermano lobo,
regresa a Francisco.
Todos iguales,
negros, blancos,
amarillos, entremezclados,
todos juntos,
con la viva esperanza,
de que todo sea bello.
Hagamos justicia.
Vivamos en paz.
En todo momento.
Temprano en la mañana del seis de enero, me llevé tremenda sorpresa cuando luego de verificar que la avena, el maíz y la yerba habían desaparecido encontré una linda nota firmada por Melchor, Gaspar y Baltazar donde me explicaban su verdadero compromiso con la humanidad y la misión de sus visitas anuales.
Reconocían que los hombres sentían los abusos que le imponían otros hombres pero que en ese ininterrumpido y cruel engaño estos no acababan de comprender que reconociendo la verdad se liberarían de esas asfixiantes inequidades.
Mientras no exista justicia no habrá paz, repetían los sabios universales y lo han estado repitiendo por siglos.
Ahora depende de nosotros hacerlo realidad.