Por José E. Rodríguez Sellas
«El obrero, que es hombre y aspira, resiste, con la sabiduría de la naturaleza, la idea de un mundo donde queda aniquilado el hombre; pero cuando, fusilado en granel por pedir una hora libre para ver a la luz del sol a sus hijos, se levanta del charco mortal apartándose de la frente, como dos cortinas rojas, las crenchas de sangre, puede el sueño de muerte de un trágico grupo de locos de piedad, desplegando las alas humeantes, revolando sobre la turba siniestra, con el cadáver clamoroso en las manos, difundiendo sobre los torvos corazones la claridad de la aurora infernal, envolver como turbia humareda las almas desesperadas».
José Julián Martí Pérez, 1887
Una fresca mañana de mayo hace ya ciento treinta y seis años; maquinistas, plomeros, albañiles, cargadores, carpinteros, en fin, los constructores de la sociedad convocan a una huelga. Personas que se ganaban el pan sudando al trabajar hasta catorce horas diarias se lanzan a la calle. Marchan en Milwaukee, San Luis, Cincinnati, Washington, Baltimore, Nueva York, Filadelfia, Boston y Chicago. Se estremecen los grandes empresarios cuando los trabajadores demandan: «Ocho Horas de Trabajo, Ocho Horas para Recreación y Descanso y Ocho Horas para Dormir». Aunque a más de cien años de distancia esto nos parezca un poco extraño, los trabajadores en esa época no tenían esos derechos.
El 1º de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, conmemora la gran movilización obrera estadounidense de 1886. Una huelga nacional que estremeció los cimientos de la comodidad en los Estados Unidos. Más de 350,000 trabajadores acudieron al llamado de las uniones y organizaciones políticas que los representaban. Fue en Chicago, Illinois, donde la huelga contó con más apoyo. A pesar de las grandes masas de trabajadores que se movilizaron ese 1º de mayo de 1886 las manifestaciones transcurrieron en un ambiente de calma.
En una de las fábricas de Chicago los trabajadores habían sido víctimas de un cierre patronal. Los dueños de la McCormick Harvesting Machine habían rehusado reconocer el derecho de los trabajadores a organizarse en un sindicato. Desde febrero de 1886 los trabajadores de dicha fábrica se encontraban en la calle. En marzo la fábrica había vuelto a abrir y adentro se encontraban trabajando unos 300 trabajadores no organizados. Durante los próximos dos meses se dieron frecuentes choques entre trabajadores, rompe huelgas (esquiroles) y la policía. Fue dentro de este ambiente y en medio de una huelga nacional que la policía trata de separar a los trabajadores sindicalizados y los que no lo estaban. Unos doscientos policías abren fuego contra cerca de quinientos trabajadores huelguistas sin que mediase advertencia alguna. Una persona muere, varios resultan heridos por las balas y muchos otros reciben contusiones por los macanazos de la policía.
La reacción del movimiento obrero no se deja esperar y este incidente desencadena una serie de acciones políticas que van a culminar con el arresto de varios dirigentes sindicales. El movimiento obrero circula volantes llamando a los trabajadores a que tomen las armas y salgan a la calle masivamente. Luego las mismas personas que hacen el llamado a la toma de las armas retiran dicha petición. Piensa August Spies, la persona responsable de circular el volante anterior, que si se incluye dicho llamado a armarse muchas personas no iban a acudir a la manifestación. Considera, además, que la policía se movilizaría y saldrían fuertemente armados. La respuesta inmediata del movimiento obrero de Chicago a los incidentes del 3 de mayo de 1886 es convocar a una manifestación el 4 de mayo en la Plaza Haymarket. De un día para otro, cerca de 1,200 trabajadores acuden al llamado de las organizaciones obreras.
El primer orador de la noche lo fue August Spies quien sentó el tono de la actividad indicando que: «la reunión se convocó con el propósito de hablar sobre la situación general de la huelga de apoyo a la jornada de trabajo de ocho horas y de los acontecimientos que habían ocurrido en las últimas cuarenta y ocho horas. Tal parece que la opinión de las autoridades ha sido que esta reunión se convocó con el propósito de causar un poco de alboroto y disturbios. Esto, sin embargo, no fue la intención del comité que hizo la convocatoria para la reunión. El alcalde de Chicago Carter Harrison quien estaba presente en la actividad al ver que no había ninguna señal de agitación o violencia y que comenzaba a llover se retiró del lugar. Lo mismo habían comenzado a hacer decenas de trabajadores. En camino a casa el alcalde se detuvo en el cuartel de la policía de la calle Desplaines y recomendó que se terminara con el estado de alerta imperante entre los miembros de la uniformada. El capitán de la policía John Bonfield decidió hacer caso omiso a la recomendación de su alcalde. Tan pronto como el alcalde salió del cuartel el capitán Bonfield, junto a sus hombres marcharon hasta la Plaza Haymarket. Al llegar la policía se detuvo la manifestación, alguien arrojó una bomba y esto dio comienzo al incidente de Haymarket. La bomba mató instantáneamente a un policía, otros seis policías habrían de morir luego, dejó además un saldo de setenta policías heridos.
Al próximo día portavoces de la clase patronal, furiosa, pedían a gritos que se procesaran a los dirigentes obreros. Los periódicos urgían a que corriera la sangre obrera. El New York Times del 6 de mayo condenaba a «los anarquistas asesinos de policías de Chicago» y pedía «que los cobardes salvajes que conspiraron y llevaron a cabo estos asesinatos sufrieran la muerte que se merecían». Se desató en Chicago un verdadero reino de terror que estremecería al mundo. Socialistas, sindicalistas, anarquistas, gente pobre que no participaba de estas ideologías fueron golpeados y torturados en los barrios obreros de Chicago. Se allanó sin tener órdenes de allanamiento, se torturó para arrancar confesiones de personas que no tenían ni idea de lo que era eso de anarquismo. El profesor Harvey Wish, quien publicó un artículo al respecto en 1938, escribió que: «Las casas fueron invadidas sin orden de allanamiento y registradas en busca de evidencia; a los sospechosos se les golpeaba y se veían sometidos a atropellos; personas que no tenían idea del significado de socialismo y anarquismo fueron torturados por la policía, algunas veces sobornados también, para que le sirvieran de testigos al Estado».
Dentro de este clima de terror, el 27 de mayo de 1886, se acusaron a treinta y una personas. Los cargos fueron de cómplices de asesinato del policía Mathias J. Degan y de conspiración general para cometer asesinato. Solamente ocho de los acusados fueron llevados a juicio: Albert Parsons, August Spies, Samuel Fielden, Michael Schwab, Adolph Fischer, George Engel, Louis Lingg y Oscar Neebe. Solamente tres de las personas llevadas a juicio estuvieron presentes en la Plaza Haymarket el 4 de mayo: Parsons, Spies y Fielden. A los demás se les arrestó porque eran dirigentes obreros de Chicago.
Ya para el 19 de agosto se concluye con el juicio y el veredicto queda en manos del jurado. El jurado encuentra culpable a los ocho. Siete son condenados a muerte y uno, Neebe, recibió una condena de 15 años de prisión. Miles de trabajadores firmaron peticiones solicitando amnistía para los obreros condenados. En otros países del mundo miles de personas apoyaron la lucha por la libertad de estos obreros. El gobernador Richard J. Oglesby le conmutó la sentencia a Fielden y a Schwab a cadena perpetua. Lingg se suicidó un día antes de la ejecución. El 11 de noviembre de 1887 se ahorcó a los otros cuatro, Parsons, Spies, Engel y Fischer. Nunca se supo quién o quiénes fueron los que arrojaron la bomba que mató a los policías.
De este juicio y veredicto en Chicago nos dice José Martí: «Jamás, desde la guerra del Sur, desde los días trágicos en que John Brown murió como criminal por intentar solo en Harper’s Ferry lo que como corona de gloria intentó luego la nación precipitada por su bravura, hubo en los Estados Unidos tal clamor e interés alrededor de un cadalso».
Los cuerpos de los mártires de Chicago, como se les conoce en la actualidad, le fueron entregados a sus amigos para su sepultura. Las masas trabajadoras conmovidas por sus muertes se lanzaron a las calles a seguir el cortejo fúnebre. Distintos historiadores han considerado el entierro de estos obreros como el más grande en la historia de Chicago. Los estimados de la asistencia van desde 150,000 a 500,000 personas. El 18 de diciembre de 1887 la clase trabajadora entierra a cuatro de sus más ardientes defensores. Cerca de 25,000 personas presencian los actos fúnebres en el cementerio Waldheim. El 25 de junio de 1893 se devela un monumento en dicho cementerio honrando a los mártires de Chicago.
El Chicago Daily News del 25 de abril de 1968, editorializó lo siguiente: «Después de un pánico general, en el cual un capitán de la policía fabricó la evidencia …y el historial del juicio todavía le pone los pelos de punta a cualquier persona que crea en la justicia. A los cuatro hombres se les ahorcó, no tanto por lo que hicieron o no, sino por su excéntrico punto de vista». Este fue uno de los primeros comentarios por parte de la prensa comercial sobre los mártires de Haymarket que disentía de la opinión de los círculos gobernantes de los Estados Unidos.
El gobernador de Illinois, EE. UU., John Peter Altgeld, recibió en 1893 una petición del abogado penalista Clarence Darrow para que concediera clemencia a los tres hombres supervivientes. Altgeld llegó a la conclusión de que los acusados no habían tenido un juicio justo porque el juez no había sido imparcial, el jurado había evaluado muchas pruebas falsas. John Peter Altgeld, gobernador de Illinois concedió un indulto que fue ampliamente condenado por los empresarios y la prensa conservadora, pero fue aplaudida por el sector laboral.
Es para recordar, conmemorar, y aplaudir la vida y lucha de estos mártires que el mundo entero celebra el 1º de mayo como Día Internacional de los y las Trabajadores y Trabajadoras. Recordemos a quienes han hecho posible que hoy disfrutemos de derechos que a veces no tenemos ni idea de cómo se consiguieron, ellos dieron sus vidas para que nosotros pudiésemos vivir mejor. Los mártires de Chicago son antorchas que desfilan por el mundo entero en manos de quienes se ganan el pan con su fuerza de trabajo e intelecto. ¡Honremos a los mártires de Chicago porque son también nuestros héroes!
Referencias
Martí, José. Un drama terrible, Nueva York, 13 de noviembre de 1887, La Nación, Buenos Aires, Argentina.