REPORTAJE ESPECIAL DESDE LA FRONTERA – (III)
POR MARICARMEN GODOY
CÁMARAS: ANGIE DURRELL Y ANA ROSA SFORZA
LOS ANGELES, CALIFORNIA
Aun no se reponía del susto. Acurrucaba a su bebé que dormía en sus brazos y seguía con sus ojos cada movimiento que daba su pequeña hija Daniela, que jugaba con el teléfono, mientras por horas esperaban en el aeropuerto de Los Ángeles su vuelo que ¡al fin! les llevaría a New York y a Danbury, Connecticut, para estar cerca de su esposo y de su padre, quien migró hace 21 años cuando Ana Francisca Loja, apenas tenía 21 años.
“No recuerdo a mi padre. El se vino a Danbury cuando apenas tenía tres años”, dice Ana Francisca, ansiosa de abordar el avión luego de haber vivido una semana de angustia desde que salió de Cuenca, Ecuador, su país natal, el 12 de agosto rumbo a Panamá, para llegar a México. Donde la trasladaron en bus que viajó diecisiete horas para que pudiera cruzar a los Estados Unidos por Arizona desde Hermosillo. Todo este periplo, acompañada de sus dos hijos menores de edad. Daniela de 9 años y un bebé de seis meses.
Ana Francisca Loja, es de la provincia del Azuay del poblado de Santa Ana. Decidió arriesgar su vida y la de sus niños “porque la situación económica de su país está muy complicada. “No hay empleo y por esto de la pandemia la vida se ha vuelto más difícil”, dice.
Su marido, que viajó tres meses antes que ella, la convenció para que dejara Cuenca y se arriesgara a cruzar la frontera. “No puedo vivir sin ustedes. Esto es muy difícil. Les necesito para seguir adelante”, fueron las frases que Ana Francisca recuerda que él le dijo para que ella tomara la decisión de pedir prestado, sacar el pasaporte e iniciar los papeleos que el coyote le pidió para viajar al norte.
¿Cómo se contacta a un coyote?
Es fácil. Están en Cuenca, todos los conocen. Solamente se llama por teléfono, ellos le dan una cita para informar todo lo que van hacer. En el caso de Ana Francisca, el coyote le pidió 22.000 dólares que fueron pagados por adelantado, dinero enviado por familiares de Estados Unidos y por préstamos de personas de Cuenca.
Los coyotes están al acecho de un posible cliente. Se cambian de nombre y nunca se reúnen con sus víctimas en una casa u oficina sino en un lugar público. Llevan un catálogo de opciones y precios. En el caso de Ana Francisca, por tener dos hijos menores de edad le dijeron que el viaje es complicado y por tanto el precio es de 22 mil dólares a pagarse antes de salir del Ecuador.
Al llegar a Hermosillo, cuenta Ana Francisca: “Estuvimos en un hotel, de ahí nos sacaron en un carro en un viaje bien lejos de toda la noche y día. Pasamos mis hijos y yo juntos por un río, ¡fue muy complicado al ver cómo pasó mi hija! caminamos el río. Entré en pánico, el agua me daba hasta por arriba. Yo le cargué a mi bebé y le le di la mano a mi niña. Luego cruzamos por un alambre y ahí llego la policía y nos arrestaron. Estaba en pánico. Ellos (la patrulla fronteriza) me dijeron que nos iban a ayudar que nos tranquilizáramos.
Todo pasó muy rápido. No sabía si seguía en México o en Estados Unidos. Pero, cuando nos enviaron a las hieleras (cárcel) que son cuartos muy fríos y nos dieron un pedazo de papel aluminio como cobija, me di cuenta que ya estaba adentro. Me quitaron todo. Estaba con la misma ropa mojada y enlodada desde el lunes en la noche, hasta el jueves. Después me dijeron ya te puedes ir. Nos devolvieron los pasaportes y nos entregaron un papel para presentarnos en la Corte”, narró Ana Francisca.
Al salir de la cárcel fueron trasladadas a un albergue en Phoenix-Arizona donde les dieron comida, ropa y pañales para el bebé. No sabía si era de día o de noche. Jamás salieron a tomar el sol. Después la trasladaron en un bus a otro albergue donde solo había unas 25 personas Ahí les obsequiaron ropa, comida, café, frutas.
La administración del refugio se puso en contacto con los familiares de Ana Francisca y desde New York enviaron el dinero para comprar los boletos de avión desde el aeropuerto de Phoenix-Arizona, hasta el aeropuerto de Los Ángeles-California rumbo a New York y en carro a Danbury, Connecticut.
Al llegar al aeropuerto a eso de las siete de la mañana. Ana Francisca cargaba a su bebé, sostenía de la mano a Daniela y caminaba velozmente por todas las señalizaciones del aeropuerto para llegar a la puerta de salida. Ya afuera, se fusionó en un abrazo con su esposo y el bebé, mientras que el padre de ella, que venía desde Danbury, besó y cargó a Daniela. La escena de esos momentos era demasiadamente conmovedora.