La pandemia cerró las puertas del convento de Santa Brígida (Saint Birgitta) durante tres meses, sin embargo, no fue impedimento para que llegaran más de mil nombres de personas con COVID 19, a quienes pusieron como “prioridad” en sus oraciones diarias e intensificaran la adoración al Santísimo las 24 horas del día, confeccionaran más rosarios para obsequiar a las familias y tejieran a crochet decenas de tapetes para usar en la capilla como purificadores.
La pandemia para las monjas del claustro de Saint Birgitta no solo fueron meses de oración profunda, sino también lidiaron con sus propios dolores. Todas ellas se contagiaron de COVID 19. La hermana Superiora no sabe cómo llegó el virus al convento, pero gracias a la profunda fe de las religiosas y los cuidados debidos todas ellas superaron la enfermedad y se volvieron con fuerza en sus oraciones diarias con la intención de que Dios se apiade del mundo y haya una cura para enfrentar la pandemia.
Durante los tres primeros meses de la pandemia el convento se mantuvo cerrado. Las religiosas vivían en oración y silencio la mayor parte del día. El Santísimo Sacramento estuvo en exposición todo el día por lo que por horas pasaban en oración y meditación como parte del regalo a Dios para que la pandemia cesara.
Sin embargo, no fue razón para que todas las monjas no se contagien del corona virus, que lo superaron sin ningún inconveniente, que a decir de la madre Superiora: “No había que desesperarse, solo le ofrecimos humildemente nuestras oraciones a Dios y confiamos en su misericordia para que se cumpla su voluntad. Y su voluntad fue devolvernos la salud”.
Mientras superaban el contagio a puerta cerrada, seguían haciendo sus tareas diarias dentro de la inmensa casa que es el convento. Las flores, los patios, los cuartos de huéspedes y la capilla estuvieron bien cuidados en espera de volver a la normalidad, mientras vivían de los donativos de los vecinos de Darien y del apoyo de la Diócesis de Bridgeport.
Como el convento es adaptado a manera de hotel para personas que buscan conectarse con la vida espiritual, las seis monjas y las tres aspirantes que viven ahí, trabajan de camareras, cocineras, recepcionistas y en la limpieza.
Poco a poco el Convento de Saint Birgitta está volviendo a recobrar sus huéspedes. En su mayoría son sacerdotes o miembros del clero o creyentes que vienen a encuentros espirituales, a reuniones religiosas o sencillamente a descansar, meditar, entrar en oración o vivir en medio del silencio de las monjas.
La madre Superiora, que es de origen hindú, admite que pertenece a la Congregación de las “Brigidianas”, desde hace 22 años. Antes de llegar a Darien vivió en Roma ahí aprendió italiano, el idioma oficial de su convento.
En este momento tiene a su cargo tres aspirantes estadounidenses, una monja de Filipinas, otra de India y tres monjas mexicanas. Dos son de Michoacán y una de Puebla. Ellas hablan entre sí italiano e inglés. Casi nunca español porque es necesario la convivencia de todas, admitió la Superiora.
Saint Brigitte, tiene 700 monjitas, 250 conventos alrededor del mundo, el Convento de Santa Brígida tiene entre sus muros a tres religiosas nativas de México, quienes viven el carisma de su fe a través de la “hospitalidad y la oración por la unidad de la iglesia cristiana”; mientras atienden a los huéspedes que buscan paz y recogimiento espiritual. La última en llegar es la hermana Amelia nativa de Puebla con apenas cinco años en el convento. Tres en Italia y dos en Darien.
El convento de las “Brigidianas” refundado en el tiempo de la Reforma por la ahora santa Elizabeth Hesselblad , una inmigrante de origen sueco que vino de niña junto a sus padres a New York y se recibió como enfermera para luego abrazar la religión católica después de haber profesado el luteranismo. Cuenta con una vista paradisiaca de un brazo del mar del océano Atlántico, una casa de ejercicios estilo colonial, un jardín bien cuidado lleno de flores e inmensas piedras; bajo el cuidado amoroso de las religiosas.
Las hermanas Fabiola Gutiérrez y Amelia, son nacidas en México; tienen en común una vida monástica dedicada al trabajo y la oración y el haber crecido en el campo en medio del maíz, frijoles y el ágape. Fabiola nació en Jalisco, está en el convento como religiosa por 20 años. Los dos primeros años hizo su postulantado en Roma.
Fabiola pidió al párroco de su iglesia que le diera una guía para ingresar a un convento y él le refirió a las brigidinas por medio del obispo de Colima, un estado que colinda con Jalisco. Nunca tuvo miedo de ingresar al convento aunque separarse de la familia fue una prueba de fuego para ella. Dejó a sus padres y 10 hermanos, es la sexta de sus hermanos y cuando los visita disfruta de la familia a plenitud aunque siempre busca un momento y lugar para recogerse en la oración.
Al salir de la secundaria decidió ingresar al convento y duró tres meses en México como aspirante e hizo tres años en Roma como aspirante, un año de noviciado, para luego seguir la profesión de sus primeros votos, luego los renovó por cinco años y finalmente hizo sus votos perpetuos. Para llegar a los votos perpetuos debió estudiar las Constituciones o Reglas y vivir bajo el carisma de su apostolado que es la hospitalidad y rezar por la unidad de la iglesia.
Amelia, es tímida y risueña. Pidió permiso a la Superiora para no hablar con la prensa sino para ir a regar agua a las “flores del Señor”. Dijo tener 33 años pero parece de apenas 20. Siempre sonríe con timidez y tiene el Rosario en su mano y a medida que la Superiora y su compañera hablan ella mueve las cuentas del Rosario.
La hospitalidad, que las monjas se refieren, no es más que abrir las puertas de su convento para personas que quieren hacer retiros o ejercicios espirituales sin importar la religión que profesan y ofrecerles un techo, una comida y un lugar cómodo para que puedan meditar, discutir y orar dentro o fuera de la capilla del convento. A decir de la hermana Fabiola: “La hospitalidad es ser una ama de casa dedicada a los quehaceres domésticos para que la familia se sienta bien llegada y feliz dentro de su hogar”.