“El mundo necesita la inocencia y la alegría de los pequeños para recordarnos lo que realmente importa”
Seguramente habrás escuchado hablar sobre la importancia de sanar las heridas de la infancia y de reconectar con nuestro niño interior. En este sentido, quiero aprovechar la celebración del Día del Niño el domingo 9 de junio con dos propósitos. Por un lado, reflexionar sobre la importancia de rescatar y preservar tradiciones dentro de nuestra comunidad y por otro, celebrar a los niños en todas sus dimensiones incluido al niño o niña que todos llevamos dentro.
El propósito de las celebraciones y tradiciones es proporcionar una conexión con el pasado, mantener y preservar valores, creencias y costumbres que son importantes para una comunidad o grupo de personas, en estas fechas quiero invitarte a honrar a tu niño/a interior como un proceso importante en el viaje hacia tu autodescubrimiento.
De todas las etapas humanas, la infancia es la más determinante de todo el proceso posterior de la vida. Crecemos biológica, psicológica y afectivamente, un gran porcentaje de nuestro ulterior desarrollo.
En la niñez nos abocamos a la gran tarea del descubrimiento y la exploración de la realidad y de la vida que nos rodean. Nos autoconocemos permanentemente y comenzamos la socialización con otras personas, insertándonos en una familia y en el circuito de otras relaciones.
La esencia de un niño nos recuerda sobre autenticidad, curiosidad, inocencia y, sobre todo, la genuina habilidad de vivir en el momento presente. Al conectarnos con nuestra verdadera esencia y los valores y creencias que nos fueron transmitidos a través de nuestras vivencias, experiencias y tradiciones, podemos comprender mejor nuestras fortalezas y debilidades, y así, trabajar en nuestro crecimiento personal.
En esta celebración del Día del Niño, te invito a reflexionar sobre la importancia de reconectar con el niño o niña que llevas dentro y a reconocer los principios y valores que te han ayudado a llegar hasta dónde estás hoy.
Nuestra infancia moldea en gran medida quiénes somos y cómo nos relacionamos con el mundo que nos rodea. Las experiencias que vivimos durante estos años críticos pueden tener un impacto duradero en nuestra salud mental y emocional en la edad adulta.
Para muchos de nosotros, la infancia puede haber sido un tiempo de alegría, exploración y crecimiento. Pero para otros, puede haber sido un período marcado por el dolor, el trauma y la dificultad. Es importante recordar que no importa cuál haya sido nuestra experiencia, siempre hay espacio para sanar y crecer.
Para los adultos, la niñez resulta como el “paraíso perdido” de nuestra propia vida. Tenemos que dar nuevamente con él a lo largo de la vida. A veces deseamos retornar, pero hemos olvidado el camino y no encontramos quién nos pueda guiar.
La niñez es una “metáfora” de la esencia de nuestra condición humana. No queda en nuestro pasado, sino que aparece en el horizonte de nuestro futuro, como un “punto” del itinerario personal al cual hay que llegar.
Mientras transcurre la vida vamos perdiendo todas las características de la niñez: Confianza en los otros; inocencia, ingenuidad, capacidad de jugar y de soñar; iniciativa, imaginación y creatividad; empezar siempre algo nuevo; conocer las cosas y preguntar -sin vergüenza alguna- por lo que ignoramos; ser afectivos y expresivos sin condicionamientos, espontáneos, auténticos, frescos, ocurrentes, risueños, tímidos o extravertidos, simpáticos, alegres y tantas, tantas otras buenas condiciones que vamos, penosamente, olvidando y perdiendo mientras crecemos, como si fuera una erosión que desgasta la vida, haciéndonos endurecer, poniéndonos rígidos y calculadores, serios, precavidos y desconfiados.
La vida comienza con una “primera infancia” y termina con una “segunda infancia”. La vejez o senectud es una “última infancia”: Volvemos a lo esencial de la vida; dejamos de trabajar y empezamos a disfrutar; gozamos de las cosas simples de la vida y de los afectos sencillos y perdurables; nos permitimos tiempos gratuitos; volvemos a “jugar” con la vida como al principio, despreocupándonos del peso y de las cargas que se han sumado y acumulado a lo largo del camino.
En este Día del Niño, te invitamos a honrar a tu niño interior y comprometerte con tu propio proceso de sanación. Ya sea a través de la terapia, la autoreflexión o el cuidado personal, cada paso que damos hacia la sanación nos acerca un poco más a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
Observar nuestras experiencias de la infancia desde nuestro ser adulto, nos permite elevar nuestro estado de conciencia y colocarnos en el lugar en el que podemos interpretar los sucesos de forma distinta. Al reconocer y procesar tus emociones, puedes transformar tus creencias limitantes y crear una vida más libre y plena.
Así que celebremos hoy a los niños que fuimos y a los adultos que estamos destinados a ser, llenos de infinitas bendiciones de Dios para todos. ¡Feliz Día del Niño!