NACIONES UNIDAS (AP) — El jefe de las Naciones Unidas acababa de presentar el panorama de un mundo en el que todo está muy mal: aumenta la desigualdad, hay guerra en Europa, fragmentación en todas partes, una pandemia persistente y la tecnología que desgarra las cosas tanto como las une.
“El mundo vive momentos sumamente difíciles. Las divisiones se están haciendo más profundas. Las desigualdades se están haciendo mayores. Los retos se están extendiendo”, dijo el secretario general Antonio Guterres el martes por la mañana al inaugurar el debate en la 77ma Asamblea General. Y sus verdades eran irrefutables.
Pero menos de una hora después, dos delegados a la ONU —asiático uno, africano el otro— sonreían en el soleado vestíbulo del Edificio de las Secretarías, encantados de encontrarse allí en esa mañana, tomándose fotos y riendo al disfrutar el momento.
La esperanza es algo difícil de hallar últimamente. Sobre todo para la gente que recorre los pasillos de las Naciones Unidas, donde llevar el peso del mundo sobre los hombros es parte de la tarea cotidiana. Después de todo, esta es una institución que el presidente de Ucrania, que aún no estaba en guerra, describió como “un superhéroe jubilado que ha olvidado lo grande que era”.