“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas” (Proverbios 31.10).
Estamos en el mes conocido como el de las flores, donde se celebra el día de aquellas valientes guerreras que han luchado siempre por sacar a su familia adelante; han cuidado su vientre por nueve meses, sin importar si pierden su figura esbelta, tan solo engordando y cuidando a ese pedacito de vida que crece día tras día, pasando tantas incomodidades, pero con la esperanza, de ver nacer a aquel pequeño ser que tanto han cuidado.
Los dolores de parto se complican, pero eso no importa; están dispuestas a soportar el máximo dolor por ver nacer al ser entretejido en las profundidades de sus entrañas. Aquella madre cansada, adolorida y bastante débil, por fin logra cargar entre sus brazos al bebé que tanto esperaba; y entre suspiros y sonrisas se olvida del dolor y la incomodidad de esos nueve meses, lo arrulla entre su pecho, lo protege entre sus brazos, y con una tierna sonrisa, exclama: “¡Bienvenido mi cielo!”
Eres esa mujer que lo ha renunciado a todo por amor, has cuidado a tu pequeño ser en medio de las frías noches, has cuidado de su alimento cada vez que te lo pide con su suave llanto, aun en medio de tu cansancio, lo has arrullado por horas hasta que este se queda dormido en tu pecho. Te levantas muy temprano, antes que todo el mundo despierte, preparas los alimentos para toda la familia, antes de irte a trabajar; sin importar que el cansancio está acumulado por días, sigues sembrando para tu familia, sin quejarte, tan solo sonriendo en el silencio de tu corazón.
Los primeros roces, los primeros olores, las primeras voces que escuchamos vienen de ti, mujer y madre; nos formamos dentro de ti, y así continúa. Toda la etapa uterina queda en nuestros registros más internos, pero en nuestras primeras experiencias y las más primarias está el contacto con la madre, con quien nos formamos. Es la persona que está más cerca para acompañarnos a través de toda la trayectoria vital. La madre es la que nos cuenta la vida, cómo es la vida, la que nos traduce el mundo, la que nos va armando y organizando los recuerdos que tenemos de la infancia.
Y así pasan los años, entre suspiros y lamentos. Aquella mujer es capaz de guardar todo en lo profundo de su alma por ver crecer a sus hijos, verlos forjados como grandes exitosos ante la sociedad. Sin importar si esta sola o en compañía, continúa arrullándolos, persiguiendo lo mejor para ellos, dando lo mejor de sí cada día, y aunque para el mundo entero sus niños sean unos rebeldes, para ella siguen siendo los tesoros de su corazón.
Eres una mujer decidida, emprendedora, valiente y guerrera; no necesitas compañía para sacar adelante a tu familia; eres una mujer llena de virtudes, que deslumbra fortaleza por dondequiera que tú vayas, que luchas a costa de lo que sea y contra quien sea, con el fin, de sacar adelante a tus seres queridos.
Muchos tienen a su madre viva, pero no la valoran; otros la tienes lejos, y otros, lamentan en el vacío de su soledad la falta que les hace aquella mujer, que estuvo con ellos a sol y sombra, pero que desafortunadamente, ya ha partido.
Estas palabras son para ti, madre y mujer. Le pido al Eterno, que nunca se apague la luz de tus ojos, que me sigas mirando con ese brillo sublime, que los anhelos de tu corazón se cumplan, que nunca te falte nada, pues tu te mereces todo. Es por ti que yo existo en este mundo, eres la única mujer, que, en esta dura realidad, nunca me ha dejado solo. Siempre me has defendido, sin importar que para lo demás yo sea culpable, para ti, sigo siendo inocente en tu corazón.
Lo que escribo no es suficiente, para expresar el amor que siento por ti, madre mía; mujer valiente y emprendedora, la abogada y defensora de sus hijos; permíteme seguir caminando bajo tu abrigo materno, ese corazón que se derrama de amor incondicional, ese amor verdadero que sigue fluyendo sin importar la edad.
Mujer, tu nunca has sido una cobarde sino una valiente luchadora, que, a forjado camino a costa de su dolor, te has preocupado por tener el alimento a tiempo, aunque muchas veces te ha tocado prestar para que nada haga falta, aun en medio de tus limitaciones o en medio de la abundancia, has pensado en los tuyos primero.
El Día de las Madres, que se celebra en este mes, me produce sentimientos encontrados. Considero conmovedor hacer una pausa para rendir homenaje al vínculo materno —quizás el más fuerte que uno establece a lo largo de la vida—, reconocer el esfuerzo de esa mujer admirable que, además de parirnos, nos alimentó con su cuerpo, nos cambió los pañales y nos ha dedicado su vida entera.
Estas palabras son para ti, mujer y madre, valoro tus virtudes y tu entrega, has forjado una sociedad llena de valientes, has defendido a tu familia más que cualquiera, has aguantado tantas veces maltratos por amor al ser de tus entrañas, has trabajado incansablemente, no has buscado tu propio beneficio, tan solo te has sacrificado por los que amas. Y en este día, te recuerdo las palabras escritas en Proverbios 31.29: “Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas a todas”.