La reimposición de aranceles por parte del expresidente Donald Trump, ha reavivado las tensiones económicas tanto dentro del país como en el escenario internacional. Estas medidas, presentadas como un intento de proteger la industria nacional y recuperar empleos, están generando profundas divisiones políticas, costos sociales y represalias por parte de aliados y rivales comerciales; que es lo que se pretende abordar en esta ocasión, aunque reconocemos que hay “mucha tela que cortar”, en la edición anterior tratamos las consecuencia económicas.
Internamente, a raíz de dicha política comercial hay una fuerte polarización dentro de la ciudadanía; los simpatizantes de Trump celebran la medida como una defensa del “America First”, aunque ya no en la magnitud de campaña y menguado en número; argumentando que fortalecerá la manufactura nacional. Sin embargo, los no simpatizantes, críticos incluyendo economistas de ambos partidos señalan que estos impuestos son un arma de doble filo y no dejan de manifestar su descontento.
En el terreno político se ha exacerbado la polarización, incluso dentro del dentro del Partido Republicano. La estrategia comercial ha reabierto viejas heridas. Mientras los fieles al expresidente defienden los aranceles como parte de una agenda nacionalista, republicanos más alineados con el libre comercio, como algunos legisladores de estados con fuerte presencia exportadora han mostrado resistencia. Esta división podría debilitar la cohesión del partido en el Congreso, especialmente si las consecuencias económicas se vuelven insostenibles.
Por su parte, los demócratas enfrentan un dilema: aunque han criticado históricamente los aranceles de Trump por su impacto en los consumidores, muchos comparten su desconfianza hacia las prácticas comerciales de China. Su estrategia ha sido señalar la falta de un plan industrial real que acompañe las medidas proteccionistas. “Los aranceles sin inversión en innovación sólo son un parche. Trump está tratando de reconstruir un mundo que ya no existe. La economía del siglo XXI depende de la integración global, no del aislamiento”, declaró recientemente la senadora del estado de Massachusetts Elizabeth Warren.
La preocupación del Partido Demócrata, así como algunos republicanos moderados, es que estas políticas podrían frenar la recuperación económica post-pandemia, especialmente en un contexto global donde otros países apuestan por acuerdos de libre comercio y cooperación económica.
El otro aspecto político que no se puede pasar por alto, es la aprobación de la que goza el presidente dentro de sus 100 primeros días; que tan sólo alcanza el 44%, siendo la más baja en comparación a los presidentes que le han antecedido; de acuerdo a Gallup (Workplace Consulting & Global Research) que ha elaborado el sondeo. Dentro de los republicanos se mantiene con un 90% y tan sólo de un 4% dentro de los demócratas. También llama la atención la pugna que se está liando dentro del gabinete del presidente Trump; por citar Elon Musk contra Marco Rubio (secretario de estado), y contra Peter Navarro (asesor comercial) a quien tildó de “idiota”.
A nivel global, la política arancelaria de Trump ha reavivado tensiones que parecían atenuarse durante la presidencia de Biden. China, el principal objetivo de estas medidas, ha respondido con firmeza, no sólo con aranceles equivalentes, sino también con restricciones a la exportación de tierras raras—materiales críticos para la industria tecnológica y militar estadounidense.
La Unión Europea, por su parte, ha amenazado con impuestos selectivos sobre productos como el whiskey y los automóviles estadounidenses, apuntando a estados clave con influencia política. Mientras tanto, economías emergentes como México y Brasil han buscado diversificar sus mercados, reduciendo su dependencia de Estados Unidos.
El mayor riesgo para Washington no es sólo económico, sino geopolítico. Al insistir en una política unilateral, Trump podría debilitar aún más los lazos con aliados tradicionales, empujándolos a fortalecer alianzas alternativas. La Asociación Económica Integral Regional (RCEP), que es el mayor acuerdo de libre comercio del mundo, firmado en 2020 por 15 países de la región Asia-Pacífico; liderada por China, gana atractivo para países que antes dependían del mercado estadounidense.
Los aranceles de Trump en 2025 reflejan una apuesta política arriesgada. El daño económico a corto plazo y el desgaste diplomático podrían tener consecuencias duraderas. En un mundo cada vez más multipolar, Estados Unidos no puede imponer su voluntad sin enfrentar resistencias.
Internamente, el desafío será mantener el equilibrio entre el discurso proteccionista y la realidad de una economía globalizada. Si los costos recaen desproporcionadamente sobre los trabajadores y agricultores, el malestar social podría convertirse en una carga electoral. Externamente, las represalias comerciales debilitarán sectores clave y acelerarán la reorganización de las cadenas de suministro fuera de Estados Unidos.
En definitiva, lo que comenzó como una medida para “proteger los empleos americanos” podría terminar profundizando la desigualdad y aislando a Estados Unidos en un momento en el que, más que nunca, necesita cooperación global. La pregunta que queda es: ¿valdrá la pena el costo?